Por fin, tras muchos viajes por este mundo, puedo decir que he visto ballenas en estado salvaje. Y es que este verano he podido disfrutar del avistamiento de ballenas en Húsavik, una pequeña y encantadora localidad pesquera del noreste de Islandia.
Ver esos increíblemente bellos animales desde tan cerca, en total libertad, es un espectáculo que jamás olvidaré. Sobre todo porque tuve el privilegio de admirarlo en varias ocasiones, gracias a mi trabajo de guía en el país.
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Fue así como me encontré con ballenas jorobadas, rorcuales aliblancos, rorcuales comunes, delfines y varios tipos de aves acuáticas, todos ellos merodeando en esas verdes aguas que inundan la bahía de Húsavik. Si quieres saber un poco más sobre la experiencia, aquí te lo cuento.
Índice de contenidos
Cómo llegar a Húsavik
La población de Húsavik se halla a 463 km de Reikiavik y a tan solo 56 km del Círculo Polar Ártico. Para llegar a ella, el método más utilizado suele ser el coche privado (alquilado, casi siempre), en un trayecto que lleva casi 6 horas.
Sin embargo, la gente que dispone de menos tiempo y mayor presupuesto, prefiere tomar un vuelo de unos 40 minutos de Rekiavik al aeropuerto de Akureyri. Desde allí, tienes una hora de coche hasta Húsavik.
Cuándo es el mejor momento para ver ballenas en Islandia
Si quieres ver ballenas en Húsavik y otros puntos de Islandia, debes saber que los cetáceos estarán por la zona entre abril y finales de septiembre (o principios de octubre), siendo los meses de junio, julio y agosto aquellos en los que más posibilidades tendrás de ver varios ejemplares.
Excursiones para ver ballenas en Húsavik
Si no sabes qué compañía elegir, siempre puedes optar por estas actividades guiadas y organizadas para ver ballenas en Húsavik:
- Avistamiento de ballenas en Húsavik
- Avistamiento de ballenas en barco ecológico
- Avistamiento de ballenas y frailecillos
- Avistamiento de ballenas en goleta
- Otras actividades en Húsavik y alrededores
La experiencia del avistamiento de ballenas en Húsavik
Nosotros llegamos a Húsavik procedentes del este, tras visitar los magníficos fiordos de esa parte del país, las cascadas de Dettifoss y Selfoss y el pequeño – y mitológico – bosque milenario de Asbyrgi.
El sol lucía alto en el mediodía veraniego de Islandia. Algo que, debo confesar, me pilló por sorpresa, pues esperaba un clima mucho peor que el que pude disfrutar durante los meses de julio y agosto.
Tras ascender un leve repecho, un cambio de rasante me mostró, de golpe, la bella estampa de Húsavik. Sus casas coloridas refulgían al sol y el pequeño puerto aparecía con escasa actividad, hermoso y tranquilo, junto a la icónica iglesia roja y blanca.
Esa iglesia, junto con el resto del pueblo, saltaron a la fama en el 2020, cuando la película «Festival de la canción de Eurovisión: la historia de Fire Saga» (otro de los esperpénticos títulos traducidos al español), comedia y parodia protagonizada por Will Ferrell y Rachel McAdams, fue estrenada en la plataforma Netflix y cuyo tema musical principal, ‘Húsavik, my hometown‘, fue nominado a mejor canción en los Oscars 2021.
Precisamente, esa canción – que es bastante bonita – sonaba en nuestra furgoneta cuando aparcamos a menos de 50 metros del puerto.
Preparación en Gentle Giants
Un breve paseo nos llevó al puerto de Húsavik, en el que los barcos de avistamiento de ballenas ya casi igualan a los de pesca, demostrando el giro positivio hacia el turismo que Islandia ha llevado a cabo desde hace algo más de una década.
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Frente a nosotros, el mar brillaba en tonos verdes y azul oscuro, mientras que las montañas nevadas completaban un marco inigualable.
Nos acercamos a la pequeña oficina de la compañía Gentle Giants y nos informaron sobre el estado del mar, las proababilidades de ver ballenas y la hora de salida.
Haríamos nuestro tour a las 13.15, era casi seguro que veríamos cetáceos en la zona y se esperaba un tiempo y un mar radiantes. Poco más se podía pedir.
Nos comimos unos sandwiches que habíamos preparados con anterioridad en la mesa de madera que hay en el muelle y esperamos para embarcar.
Antes de subir al bonito barco llamado ‘Sylvia’, nos dieron un grueso traje para protegernos del frío y un chubasquero largo. El día no presagiaba lluvia, pero si hay algo cierto sobre el clima islandés, es que es incierto.
Saliendo a la bahía de Húsavik y los primeros frailecillos
El barco zarpó puntualmente. Todo el mundo estaba en el exterior, unos en la proa, otros en la popa y la mayoría en los laterales de babor y estribor. Algunos privilegiados se habían subido a una especie de torreta vigía, cerca de la cabina del patrón del barco. Desde ese punto se divisaba todo mejor, pero era un lujo del que solo se podía disfrutar durante un rato, y después rotaba entre otros clientes, así que mejor no ponerse ahí al principio, cuando estás tan solo en la fase de navegación.
El ‘Sylvia’ comenzó a abandonar el puerto a buen ritmo. El mar estaba como un plato y la embarcación apenas se movía.
Detrás de nosotros, las casas de Húsavik fueron empequeñeciéndose a la vez que las montañas comenzaban a ganar tamaño.
El mar muestra aquí un tono verdoso y opaco, producto de la gran cantidad de nutrientes que poseen unas aguas en las que se mezclan las corrientes dulces de ríos y cascadas y las saladas del océano. Gracias a esa gran cantidad de nutrientes, existen ingentes bancos de peces. Y son ellos los que atraen a las ballenas, que pasan aquí meses alimentándose antes de emigrar a las aguas cálidas para el apareamiento y la cría.
Pero como no solo de ballenas vive el hombre, en esta etapa de la excursión tuvimos la suerte de entretenernos con un buen número de aves acuáticas.
Nos encontrábamos a finales de julio y en ese espléndido día volaban alegres los fulmares – un pájaro parecido a la gaviota, pero emparentado con el albatros -, charranes árticos y los graciosos frailecillos, aves pelágidas (viven en las aguas del océano) y que, desde mediados de mayo a mediados de agosto, se aparean, anidan y crían en las paredes de los acantilados islandeses.
Los que volaban a escasos metros de nuestro barco aquel día provenían de la cercana isla de Lundey, más conocida con el sobrenombre de ‘La isla de los frailecillos’. Nada menos que unas 200.000 de estas aves anidan aquí cada año, aprovechando la soledad y tranquilidad de una isla en la que solo hay un faro y un almacén donde dejan sus aparejos los equipos de científicos que vienen a estudiar las aves de la zona cada cierto tiempo.
Y por fin, las ballenas
Nuestra atención se desvió de los frailecillos al horizonte en cuanto el capitán nos alertó de la presencia del primer cetáceo. Se trataba de una ballena jorobada de unos 15 metros de largo (tanto como nuestra embarcación) que emergía a la superficie cada 5-7 minutos para respirar, después de pasar todo ese tiempo bajo el agua, ingiriendo peces sin descanso para llegar a completar su dieta de 1 a 1,5 toneladas diarias.
Una jorobada puede llegar a pesar 40 toneladas y su esperanza de vida es más elevada que la de los humanos, siendo la media unos 95 años.
Se escucharon los primeros suspiros de admiración entre los grumetes cuando mostró su aleta por primera vez. Antes, habíamos podido ver su flanco en varias ocasiones, pero estas ballenas siempre acaban impulsándose con la aleta cuando ya van a desaparecer en las profundidades del océano para dar otra larga batida alimenticia.
La seguimos durante un rato, siempre intentando molestarla lo menos posible (hay que señalar que estos barcos no utilizan sónar, un elemento realmente molesto y desorientador para los cetáceos y otros animales marinos, sino que localizan las ballenas oteando el horizonte) y tomando todas las fotos posibles.
Pasados unos 20 minutos, avistamos un rorcual aliblanco, y también un grupo de delfines. La gente estaba extasiada, sin poder creer la suerte que estábamos teniendo.
Los rorcuales aliblancos son algo más pequeños que las jorobadas (entre 7 y 10 metros) y muestran su lateral oscuro en lugar de la aleta, pero no dejó de impresionarnos.
Finalmente, un impresionante ejemplar de rorcual común nos quiso acompañar durante los primeros minutos de nuestro camino de regreso al puerto.
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Mientras nos acercábamos de nuevo a Húsavik, nuestra fantástica guía, Natalia (una bióloga marina simpatiquísima que reside en Barcelona), nos fue explicando todas las curiosidades posibles sobre las ballenas que habíamos visto. Fue el colofón a una experiencia que jamás olvidaré. ¿Te vienes a ver ballenas en Húsavik?