Llevaba tiempo queriendo tachar la Isla Bonita de mi listado de lugares que estaba anhelando visitar. De La Palma había oído auténticas maravillas. Amigos que habían vivido allí y viajeros anónimos, a los que sigo intermitentemente a través de ese batiburrillo de imágenes, experiencias y pareceres que son las redes sociales, no dejaban de alabar las virtudes de un lugar en el que la naturaleza es la principal protagonista.
Aunque es peligroso viajar a un destino con las expectativas muy altas, lo cierto es que La Palma no me defraudó lo más mínimo. No era como la esperaba, sino mucho mejor.
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En esta isla canaria sentí una energía poderosa, distinta y revitalizante. Provenía de las montañas, de las aguas del océano, de la roca volcánica… También de los hombres y mujeres que la pueblan. Y, por supuesto, de los prehistóricos bosques de laurisilva que cubren parte de la superficie de La Palma, como pude comprobar cuando visité el que puebla el Cubo de la Galga.
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Índice de contenidos
Qué son los bosques de laurisilva
Tras visitar Tenerife, me familiaricé con los bosques de laurisilva. Allí los encontré en el espectacular macizo de Anaga, ubicado en la parte norte de la isla.
Esa primera vez que los pude admirar, quedé completamente maravillado y, en cierto modo, desubicado. No podía creer que me encontraba en España, ya que la vegetación ante la que estaba boquiabierto me resultaba muy parecida a la que había hallado en mis viajes por otras zonas del planeta, como el Sudeste Asiático o Sudamérica.
Dónde alojarse en La Palma
Si buscas dónde dormir en la isla de La Palma, te recomiendo el hotel en el que nos quedamos nosotros: el H10 Taburiente Playa. Se trata de un hotel de 4 estrellas que se encuentra junto a una playa de arena negra y zona de bares y comercios. El personal es muy amable y profesional y cuenta con piscinas exteriores y un restaurante, además de animación y sala de juegos. Si prefieres mirar otras opciones, aquí tienes muchas alternativas de alojamiento en La Palma:
Y es que. la laurisilva es un bosque que suele reproducirse en zonas tropicales, con cierta altura, temperaturas suaves y en las que las precipitaciones anuales se mueven entre los 550 y 1.100 mm.
Son bosques muy arcaicos, originados hace unos 20 millones de años, en la Era Terciaria de la Tierra. Hubo una época en la que casi toda la actual Europa estuvo cubierta por este tipo de vegetación, pero ahora, en estas latitudes, sólo podemos encontrarla en las islas que forman la Macaronesia: Canarias, Cabo Verde, Salvajes, Madeira y Azores.
Toda esa evolución, el pasar de esos millones de años, parece notarse en cada paso que das. Esos bosques transmiten una sensación de sabiduría y profundidad que va más allá de su simple belleza insultante. Sientes como si te internases en un templo sagrado de la naturaleza en el que sólo se revelarán ante ti los secretos que la Madre Naturaleza desee.
Caminar por un bosque de laurisilva es meterse en una máquina del tiempo y aparecer en otro mundo. Y eso es algo que puedes experimentar viajando a la isla de La Palma.
Cómo llegar al Cubo de la Galga
En la isla de La Palma, existen varias zonas en las que poder disfrutar de esta experiencia. Una de ellas es recorriendo el sendero circular que se interna en un territorio conocido como el Cubo de la Galga.
El Cubo de la Galga es un barranco que se encuentra en la parte nordeste de la isla, entre los municipios de San Andrés y Puntallana. Para llegar a la zona, lo mejor es hacerlo, como nosotros, en un vehículo privado. Hay unos 20 minutos de conducción desde la ciudad de Santa Cruz de la Palma. Eso sí, prepárate para lidiar con una carretera con algunas curvas. Aquellos que se mareen fácilmente en coche, deberá considerar tomarse una buena biodramina mañanera.
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Características técnicas del sendero del Cubo de la Galga
Una de las mejores cosas que tiene la ruta del Cubo de la Galga es que es accesible para casi todo el mundo.
El nivel de exigencia física es bastante bajo y sólo necesitaremos equiparnos con un buen calzado de trekking, agua y un chubasquero que sea ligero (nunca hay que confiarse en las partes altas de la isla de La Palma, pues el tiempo es realmente cambiante).
Hay distintos tipos de rutas en la zona.
Por un lado, la más larga se extiende por unos 12 kilómetros y llega a sobrepasar los límites del Cubo de la Galga para empalmar con el GR-130, la gran ruta que recorre la costa de la isla de La Palma.
Sin embargo, la ruta más popular es una circular de unos 9 km, que empieza y finaliza en el Centro de Visitantes del Cubo de la Galga, en el que podrás encontrar un pequeño aparcamiento para dejar tu coche. Yendo tranquilo, disfrutando adecuadamente del paisaje y tomando fotos, tardarás poco más de 3 horas en recorrerla. Nosotros tomamos esta ruta como referencia, pero la recortamos levemente para dejarla en unos 8 km.
Otra variante algo recortada de esta última, es una circular con subida y bajada al mirador de Somada Alta, el mejor de la zona.
La experiencia de recorrer la ruta del Cubo de la Galga
Camino al inicio de la ruta
Nosotros optamos por la ruta circular más popular. Sin embargo, al viajar un martes fuera de temporada, lo cierto es que apenas encontramos gente en los senderos.
La mañana se levantó con densas nubes que parecían no querer alejarse de los picos altos de las montañas de La Palma. Esa era la estampa que podía observar desde mi hotel en Los Cancajos, una zona turística muy cercana al aeropuerto de la isla.
Sobre las 9, nuestro fantástico guía, Romeo, nos saludó e invitó a subir a la furgoneta con la que haríamos el trayecto hasta el Cubo de la Galga.
Cruzamos la ciudad de Santa Cruz de la Palma siguiendo el paseo marítimo. La urbe estaba tranquila y amodorrada, quizá contagiada, en cierto modo, por esas nubes plomizas que parecían apagar la luz del sol.
Seguimos hacia el nordeste para detenernos en un mirador que se abría a la impresionante playa de Nogales. Ese arenal negro – que mostraba así su naturaleza volcánica – se hallaba perfectamente encajonado entre las bravas olas del Atlántico – ideales para la práctica del surf – y unos abruptos acantilados tapizados de verde. El viento soplaba con cierta fuerza, añadiendo dramatismo a una estampa inolvidable.
Me dieron ganas de tomar el sendero que conducía hasta la arena, pero íbamos algo justos de tiempo y tuvimos que continuar nuestro camino hacia el Cubo de la Galga.
Aparcando en el Cubo de la Galga y primeras sensaciones
Un rato y unas cuantas curvas después, Romeo detenía el coche cerca de un cartel informativo. El parking era más bien pequeño, con una capacidad para unos 10 coches. Allí comenzamos nuestra caminata.
Nada más empezar debimos elegir entre dos caminos. Por un lado, podíamos ir directos al mirador de Somada Alta siguiendo una ruta bastante empinada de 1,1 km. Sin embargo, tomamos la opción de llegar al mismo punto dando un rodeo con menos pendiente y mucha belleza paisajística.
El primer tramo lo hicimos sobre un asfalto mojado por la humedad del ambiente y una ligera llovizna matinal. La pendiente era apenas perceptible e íbamos todos charlando alegremente mientras, de vez en cuando, nos deteníamos a admirar algún árbol o recoger una castaña del suelo. Hay abundantes castaños en la ruta. Así que, si la realizas a mediados de octubre te aconsejo que traigas una bolsa para recoger todas las castañas que quieras, pues encontrarás el suelo plagado de ellas.
Poco a poco, el asfalto fue dejando paso a una senda de tierra que aquí y allá se mostraba algo embarrada, pero que no presentaba mayor dificultad. La vegetación fue haciéndose algo más frondosa y, de vez en cuando, nos sobresaltaba el aleteo de un pájaro que se movía, totalmente invisible, entre en el denso follaje.
Camino al mirador de Somada Alta
Al rato, los laureles y helechos dejaron paso a una vegetación algo más baja, de brezales, que custodiaba la senda que iba ascendiendo hacia el mirador de Somada Alta. Los altos árboles volvieron a ocultar la luz de un sol que comenzaba a imponerse en el cielo cuando encaramos las últimas rampas hacia el mirador. A pesar de ser una zona bastante más empinada, la subida era relativamente corta y se hizo algo más sencilla al presentar algunos escalones de piedra.
Tras sudar un poco la camiseta – más por la humedad que por el esfuerzo o la temperatura -, obtuvimos nuestra recompensa en forma de maravillosas vistas.
Desde allí se divisaban la costa, el mar y las laderas de las montañas, totalmente cubiertas por una tupida selva.
Internándonos en el Cubo de la Galga
Tras tomar unas fotos y disfrutar de la impresionante panorámica, salimos del mirador para elegir el desvío que nos llevaba hacia el Cubo de la Galga.
Era un sendero de algo menos de 2 km, muy sencillo y casi todo cuesta abajo. Para mí, esta parte del camino fue las más mágica. El bosque se convirtió en un lugar misterioso, poblado por helechos gigantes y grandes árboles de los que se descolgaban largas lianas y cuyos troncos estaban tomados por enredaderas. Mirara hacia donde mirara, sólo veía distintas tonalidades de verdes y marrones, creando una atmósfera a medio camino entre los escenarios de ‘Avatar’ y ‘Jurassic Park’.
Recorrimos este tramo a una velocidad insultantemente lenta, pero era inevitable dejar de mirar al suelo y pararnos a saborear, como era debido, tanta belleza natural.
Recuerdo que pensé cómo a veces nos vamos tan lejos de casa, casi a la otra punta del mundo, para descubrir paisajes que tenemos tan cerca.
Bajamos hacia el fondo del barranco y comprobamos que este no llevaba agua. Sin embargo, se podía notar la humedad en cada recodo del bosque. La gente de La Palma recoge agua de los bosques y la canaliza hasta distintos puntos de la isla a través de un complejo sistema de tuberías imposibles.
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Continuamos un buen rato más, subiendo y bajando pendientes minúsculas labradas en la ladera, hasta que, finalmente, regresamos al aparcamiento. Al volver a ver el asfalto, sentí algo de pena. Me habría encantado perderme por aquellos senderos durante horas o días. Y es que, es lo que tiene La Palma: siempre te deja con ganas de más.