Hace ya unos meses tomaba unas pintas con Joe – mi mejor amigo irlandés que habla un español con acento asturiano producto de una de las becas que llevan el nombre del gran amigo de los estudiantes viajeros, Erasmus – en unos de mis pubs preferidos de Dublín, el Hogan´s. Lo de las pintas, como podéis imaginar, es lo de menos. Hacía tiempo que no nos veíamos debido a lo típico – trabajo, viajes, salidas con otra gente – y nos teníamos que poner al día sobre muchas cosas. Cuando fue su turno, comenzó a explicarme el magnífico viaje que le había llevado a recorrer parte del sudeste africano por 3 semanas. Visitó Tanzania, Uganda y Zambia acompañado por un par de amigos irlandeses, uno de los cuales estaba destinado en Tanzania por causas laborales.
Me contó lo impresionante del paisaje, las cataratas Victoria, el hacer un safari, cómo rompió el corazón – sin querer – de una australiana, los días de Sol radiante que aquí tanto escasean y anécdotas como la que le llevó a apuntarse durante una semana a clases de suahili, el dialecto que se habla en la zona, y que le bastó al mayor portento para los idiomas que jamás he conocido para poder mantener una conversación medio razonable con el taxista que le llevó al aeropuerto. El hombre se quedó helado cuando Joe le dijo que sólo llevaba 3 semanas en el país. ¡Él pensaba que llevaba años!.
Sin embargo, una de las cosas que más chocó de su relato fue cuando me contó que habían hecho un tour por las zonas más pobres de una de las ciudades de Tanzania.
Parece ser que hay agencias de viaje que se dedican a pasear al viajero por las zonas más desfavorecidas de ciudades de África y Sudamérica. Joe y unos cuantos turistas más fueron escoltados por gente de la agencia e hicieron un tour en bicicletas por unas calles por las que las gentes ya parecían estar acostumbradas a aquéllo. Mi amigo es una gran persona y estoy seguro que no lo hizo por el morbo sino, como él me comentaba, por la promesa de las agencias en la que aseguran que la mayor parte de los ingresos por este tipo de actividad «turística» van a parar a toda aquella gente necesitada.
Pero, ¿cuánto hay de verdad en todo esto?.
Este tipo de turismo, que apareció por primera vez en las favelas de Río de Janeiro hace más de 15 años, tiene tanto detractores como defensores. Muchos dicen que mucha gente va por el morbo de lo que va a ver, por el peligro que a veces piensan que va a suponer o para poder satisfacer sus culpables mentes y pensar que se han involucrado con los más pobres por unas horas a pesar de pasar días tirados al sol en sus resorts de lujo. Además, opinan que el dinero no se destina tanto a favorecer a la comunidad en sí como a enriquecer los bolsillos de los organizadores de los tours.
En el otro bando están los que opinan que los ingresos sí revierten en la comunidad, sus habitantes tienen la capacidad de demostrar sus habilidades – en forma de artesanía, pinturas y distintos objetos que pueden vender a los turistas, ya que no está permitido pedir limosna – y conciencia de alguna manera a la gente que participa en ellos.
Si alguna vez te ofrecen alguno de estos tours y estás en la duda, infórmate sobre las personas que lo organizan antes de nada, e intenta descubrir dónde va a parar la aportación de tu ticket.
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Foto, Manuel Ferrer