Subiendo al Monte Popa de Myanmar (el de verdad)

Tras un lustro trabajando como guía turístico en Myanmar, he escrito sobre casi todos los lugares que he visitado allí (tanto como guía como mochilero). Sin embargo, aún me quedaba en el tintero la zona del Monte Popa, uno de los lugares más sagrados de Myanmar para los birmanos.

Y es que cuando lees sobre la historia religiosa de Myanmar, te das cuenta de que, como en tantos otros lugares del mundo, se fundamenta en un sincretismo nacido en la época del gran imperio birmano, construido por el gran rey Anawratha.

Todos los birmanos creen en los Nats, un grupo de 37 espíritus que se encargan de proteger y castigar a los débiles mortales. También ellos fueron mortales durante una época, pero al morir fueron elevados a la categoría de Nats.

Sin embargo, a principios del siglo XI, Anawratha, a la vez que apuntalaba su imperio desde la llanura de Bagan, se interesaba por el budismo profesado por los Mon, una tribu que habitaba las tierras cercanas a Bagan. Anawratha pidió a los Mon que le prestaran las escrituras budistas y algunos monjes que pudieran iniciarle en esa religión, pero aquellos se negaron. Mal asunto negarse a las peticiones de un poderoso rey, en aquella época o en cualquier otra.

Así que Anawratha conquistó las tierras de los Mon, puso a los monjes bajo su tutela y declaró el budismo como religión oficial de su reino. Fue así como empezó a levantarse la espectacular Bagan que podemos admirar hoy en día.

Sin embargo, las viejas tradiciones espirituales birmanas no desaparecieron de un plumazo. Y a día de hoy, todo birmano cree en los Nats, siendo cerca de un 85% los que además profesan el budismo.

El verdadero Monte Popa: un volcán dormido y Monte Olimpo de Birmania

La gran mayoría de turistas que visita el Monte Popa (incluyéndome a mí en mi primera ocasión allí), piensa que el Monte Popa es ese en el que hay que subir 777 escalones, acechado por monos, para alcanzar una bonita pagoda que se agarra a lo alto de un peñasco y ofrece vistas a la inmensa llanura y las montañas.

Pero no, amigos. Ese no es el monte Popa. La subida al Taung Kalat – verdadero nombre de ese lugar que he descrito brevemente – la trataré en otro artículo.

El verdadero Monte Popa puede ser admirado (si la niebla te respeta) desde la pagoda Taung Kalat, que corona una pequeña montaña caliza.

Su cima se halla unos 1.518 metros sobre el nivel del mar y, al menos durante la época de lluvias, parece que ha firmado un pacto con las nubes para que la oculten de los ojos de los viajeros.

Dice la leyenda, que la montaña se elevó de la nada tras un potente terremoto que habría tenido lugar en el siglo V a. de C. Sin embargo, esta versión parece más producto de la creencia popular que de un riguroso estudio científico.

Cuenta otra leyenda, que la Reina Madre del Popa, la Nat Me Wunna, era una ogra que comía flores (la palabra «Popa» significa «flor» en birmano) y vivía alegre en la montaña hasta que se enamoró de un príncipe mortal. Con él llegó a tener dos hijos, pero cuando el príncipe regresó a su corte de Bagan llevando a sus hijos con él, Me Wunna murió de pena. Desde entonces, su espíritu reina en la zona, y bajo su dominio se incluye el cráter de un volcán que duerme tranquilo.

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Subiendo a la cima del Monte Popa

Para ascender a la cima del Monte Popa hay que estar preparado, mental y físicamente, para una humedad asfixiante y una buena cantidad de niebla. Al menos entre julio y octubre, que es cuando suelo subirlo yo.

El sendero, que parte desde un punto cercano al famoso hotel Popa Mountain Resort, no tiene ninguna dificultad técnica (salvo unos atajos, que, con el suelo húmedo, es mejor evitar en la bajada), ni una pendiente endiablada, pero sí que asciende de forma constante e imparable hasta alcanzar la cima.

Yendo a un paso más bien tranquilo, la ascensión se puede realizar en unas dos horas y media. La bajada, sin coger los atajos, puede tomar casi dos horas.

En el Monte Popa se hallan cinco tipos de bosques distintos. La naturaleza volcánica de la tierra ha provocado, además, que esta sea muy fértil, proliferando los campos de cultivo de numerosas frutas y verduras en los terrenos circundantes.

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Sin embargo, las laderas del monte no se pueden profanar, pues el gobierno Birmano las ha declarado Parque Nacional.

Toda la caminata discurre por un denso bosque, formado primero por sándalos, higueras, trompetas indias y un sinfín de especies que se escapan a mis escasos conocimientos de botánica, para pasar después, ya cerca de la cima, a parches de pinos.

Si quieres aprender sobre la flora y fauna del lugar, te aconsejo que subas al Popa con un guía birmano. Él te explicará todo sobre las múltiples plantas, flores y árboles que son utilizados tanto como alimento como medicina natural. Y es que el bosque del Popa esconde un sinfín de remedios naturales para heridas, dolores estomacales, infecciones, dolores articulares y musculares, etc. Algo que siempre me hace recordar aquella película protagonizada por Sean Connery, «Los Últimos días del Edén», en la que se defiende que la cura del cáncer se encuentra en los bosques, cada vez más mermados por el hombre, de la selva amazónica.

Para realizar este trekking, lleva una buena cantidad de agua, ropa ligera y transpirable, protección contra el sol y los insectos y, sobre todo, buena energía. Recuerda que estás explorando el Monte Olimpo de los Nats, uno de los lugares más sagrados para los birmanos.

En tu esfuerzo te acompañarán centenares de preciosas mariposas, pájaros de extraños colores, orugas peludas (no las toques, por cierto, si no quieres sentir picor y escozor durante días) y otros curiosos insectos. Además, si las niebla no hace acto de presencia, las vistas al valle y al monte Taung Kalat son espectaculares.

Al llegar a la cima no esperes nada especial. Hay un repetidor del gobierno y una pagoda, además de una buena cantidad de basura. Pero lo importante no es la meta, sino el camino y la espiritualidad de la montaña. Además, es una ruta apenas transitada por el turista occidental y tan solo encontrarás algunos birmanos que llegan aquí en peregrinación. Prepara tu mejor sonrisa, porque lo más normal es que quieran hacerse una foto contigo. O mejor aún – como me pasó en mi última ascensión, hace tan solo dos semanas – te quieran regalar un concierto de guitarra. Un recuerdo inolvidable.

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