Ecuador es un gran destino para el ecoturismo, incluyendo los deportes de aventura.
Aunque dedicaré un post a las diferentes agencias de rafting y kayaking que podéis encontrar en Tena -población al sureste de Quito- y otro sobre los mejores lugares para hacer rafting en el continente sudamericano, aquí os contaré la gran aventura que pasé durante el accidentado descenso que hicimos en los ríos Jondachi y Hollin, en los alrededores de la población ecuatoriana de Tena. Rápidos, naturaleza, caídas, gente arrastrada por el río, caos y caminata perdidos por la selva vírgen hasta encontrar la civilización.
El relato no tiene desperdicio.
Mis amigos franceses -Thomas y Myriam- y yo nos decidimos por la compañía River People para realizar la bajada -catalogada de nivel 4- de los ríos mencionados. Aunque salimos con casi una hora de retraso el tema se nos olvidó en seguida cuando comenzamos a conversar con Tim, nuestro kayaker de emergencia (persona que va con el kayak cerca del raft para ayudar en caso de que algo ocurriese). Irlandés de nacimiento, de padres ingleses, asentado en Ecuador y casado con una española, Tim era un tío muy sano con el que nos echamos unas buenas risas hablando de Irlanda.
La furgoneta nos dejó en lo alto de un cañón que descendimos en una caminata de unos 45 minutos hundiéndonos en lodo e intentando no resbalar con las rocas. Apenas se veían mis chanclas entre tanto barro y opté por bajar descalzo tras los primeros 15 minutos.
El camino va atravesando una vegetación totalmente selvática hasta llegar a un endeble puente colgante donde se pueden tomar algunas fotos del bello paisaje. Allí nos esperaba el raft -que gente de la zona, contratada por River People, habían bajado antes hasta allí- y Tim y Pedro -el guía del raft- nos dieron unas rápidas lecciones sobre seguridad en el río. Menos mal que pusimos atención porque las íbamos a necesitar.
Éramos 8 personas en la barca:una pareja de australianos, dos amigos suizos, Pedro, mis dos amigos franceses y yo. El descenso sería de unas 6 horas así que llevábamos una nevera grande atada en la barca junto con una bolsa de seguridad donde la gente pusos sus cámaras y demás.
Comenzamos la travesía en medio de un paisaje sobrecogedor. No había nadie más allí. No se oía ni un alma salvo los sonidos de la selva: cantar de pájaros, ramas moviéndose aquí y allá, cascadas de agua precipitándose al río desde ambos lados y otras más profundas en la vegetación cuyas aguas nunca llegaríamos a ver. Durante los momentos que dejábamos de remar permitiendo que fuera la corriente la que nos llevara, todos nos quedábamos en silencio mirando hacia ambas orillas del cañón que estábamos atravesando. Era una sensación de auténtica libertad en plena naturaleza.
Las primeras 2 horas y media las pasamos remando con bastante constancia pasando por buenos rápidos que empezaron a hacer subir la adrenalina del personal. Yo estaba sentado en los puestos de adelante en la barca y tragué más agua que en cualquiera de mis experiencias anteriores. Era la quinta vez que hacía rafting y la primera en un verdadero nivel 4 (me intentaron vender la cabra en Pucón diciendo que aquéllo era un 4 pero nada que ver con Tena). Las olas -sí, en el río se formaban olas- llegaban a medir metro y medio en este tramo y las caras de la gente al verlas aproximarse eran todo un poema. Gritos por aquí y por allá, voces de mando de Pedro que intentábamos cumplir al momento y mucho: ¡ahhhhhhhhhhhhhhhh! y ¡yijaaaaaaaaaaaaaaaa! antes y después de pasar las olas y rápidos.
Era una gozada. Después de más de 3 horas con los músculos en tensión empezamos a notar el cansancio. La parada para comer fue providencial. El sitio fue inmejorable: una isleta natural de arena que se formaba en medio del río, justo en la parte que el Jondachi se junta con las aguas del Hollin.
Mientras devorábamos la pasta con verdura, las patatas y el pastel de zanahoria -típico anglosajón- que había cocinado la madre de Tim, comentábamos la bajada del Jondachi y Pedro y Tim nos decían que nos habían visto muy bien y con ganas de traca, con lo cual habían decidido hacernos cruzar los rápidos por las zonas más complicadas. Nos comentaron que la parte que venía era casi un nivel 5 por la gran cantidad de lluvia caída en la última semana. Nos miramos todos y nos reímos sabiendo la caña que se nos venía encima.
Descansamos un poco más y nos pusimos los chalecos y cascos para reemprender la marcha. Aunque el agua del río no estaba fría, sentimos un escalofrío al sentir de nuevo el contacto de la piel con nuestro equipo húmedo. Hicimos cambio de posiciones en la barca porque todo el mundo quería pasar por la experiencia de estar delante y tener el placer de comerte la ola en toda su plenitud. Ya véis, el sadomasoquismo no se presenta sólo en forma de ropa de cuero y látigos.
Las dos personas más inexpertas coincidieron delante y en este deporte de equipo son los dos punteros los que marcan el ritmo que deben seguir los demás. Quizás fue un error o quizás no afectó en nada a lo que nos iba a pasar, pero ahí queda el dato. Llevábamos bajados 3 rápidos del Jonchi y ya se notaba la diferencia de caudal de agua y peligrosidad. Las ganas de dormir la siesta, que nos habían entrado a todos después de comer, se nos quitaron a los 2 minutos cuando ya las primeras olas nos dejaban a todos calados y escupiendo agua.
Tim se acercó a la barca con su kayak y nos gritó algo riendo. Yo al menos no oí nada debido al ensordecedor ruido que hacía el agua de una de las cascadas naturales al morir en las aguas del Jonchi. Delante nuestra, a pocos metros, se vislumbraba el siguiente rápido.
Pedro nos ordenó remar con fuerza hacia delante y así lo hicimos. Lo típico: la barca levantándose con la ola para caer con fuerza en una falsa laguna y esperar el impacto de la siguiente con todo el mundo gritando y la adrenalina tocando el Everest. Sin embargo esta vez habría sorpresa.
Justo después de pasar la segunda ola -y aquí ya rozaban los dos metros de altura- nos relajamos y volvimos a nuestros lugares en la barca (nos habíamos metido todos en la parte interna de cuclillas siguiendo las órdenes del guía). Nos reíamos aún cuando nos impactó aquéllo. Sólo la vimos en el último segundo pero ya fue tarde para reaccionar.
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La corriente desigual del río hizo que el agua golpeara con fuerza una roca enorme que estaba a nuestra izquierda. La roca devolvió la onda en forma de ola gigante que, literalmente, nos tragó. La parte delantera del raft se elevó en el aire y yo -que estaba en segunda fila- salté hacia delante para intentar mantener a mi compañera de la punta en su sitio y cargar peso en la parte delantera. Pero era demasiado tarde. Miriam me golpeó con fuerza y la barca acabó volcando.
Todo ocurrió en breves segundos que parecieron eternos. Caímos todos al agua. En esa parte la corriente, aunque no era poderosísima, sí venía con cierta fuerza y la gente estaba siendo arrastrada río abajo. Yo emergí totalmente desorientado, en medio de la oscuridad, para darme cuenta de que lo había hecho justo en la burbuja de aire que se formaba debajo de la barca dada la vuelta. Un agobio. Éramos 3 los atrapados allí -según dedujimos luego, porque yo no recuerdo ver a nadie más- y apenas había sitio para respirar o moverte. Me zambullí de nuevo y al emerger…La barca se había arrastrado conmigo y estaba en el mismo sitio. Al tercer intento por fin me liberé y pude contemplar cuál era la situación de todo el mundo.
Un caos: el australiano y el guía nadaban hacia la orilla izquierda, Myriam se aferraba a la barca tosiendo por el agua ingerida, los suizos y Thomas ya estaban casi en la orilla derecha y…¿la australiana?: la australiana iba río abajo sin fuerzas para llegar a la orilla.
Gritos por aquí y allá y entre ellos reconocí los de Tim, que desde el kayak hacía aspavientos con los brazos y nos gritaba en inglés que saliéramos hacia la orilla izquierda. Yo había comenzado ya a nadar antes de verle pero no con todas mis fuerzas porque estaba bastante cansado. Cuando ví la expresión del rostro de Tim aceleré el ritmo y llegué a la orilla hundiéndome en la arena blanda y agarrándome a las rocas para que no me llevase la corriente.
El tema es que Tim sabía algo que nosotros no. La zona donde habíamos volcado era el preludio del rápido más duro del día y hacia él íbamos todos, pero sin barca. Así que, con razón el acojone del chaval. Con el kayak rescató a la australiana y Myriam y las dejó en la orilla con nosotros. Más tarde nos decía, con una cervecita en la mano, que si hubiéramos ido todos para abajo la cosa podría haber acabado mal.
La barca continuaba a su bola río abajo y Tim la comenzó a perseguir con su kayak una vez vio que estábamos todos sanos y salvos en la orilla. No lo volvimos a ver hasta el anochecer.
El guía y el australiano se lanzaron al agua y vinieron a nuestro lado. Pedro lo hacía con un remo en la mano pero lo acabó tirando al río porque nadando con él no podía derrotar a la corriente.
Una vez todos en la misma orilla llegó el momento de decidir qué hacer. Pedro es un indígena de la zona y se crió en aquellas selvas así que dejamos la decisión en sus manos. Esperar a que llegara de vuelta Tim era muy incierto, sobre todo porque él podría volver con el kayak pero imposible hacerlo contra corriente con la balsa. Así que Pedro comenzó a guiarnos por las laderas de la selva en busca de algún indicio de camino que nos pudiera llevar a algún lugar poblado.
El suelo de la selva era todo limo oscuro y la frondosidad de la vegetación era agobiante. Para colmo, empezó a caer una lluvia constante que nos acompañaría por un par de horas. Pedro adivinaba el camino con cierta inseguridad y más de una vez nos hizo volver por nuestros propios pasos para buscar otra salida. Era normal, no había quien se orientase entre tanta vegetación.
Sólo sabíamos que teníamos el río a la izquierda luego nuestra salida pasaba por subir la ladera selvática hacia la derecha de la mejor manera posible.
De la mejor manera posible quiere decir: hundiendo ambos pies en barro infestados de hormigas rojas -alguno iba descalzo y los demás sólo con chanclas- y arañas -tendríais que haber visto la cara del suizo cuando pisó con su pie descalzo a medio metro de una araña negra como mi puño-, agarrándonos a árboles con pinchos en sus cortezas, utilizando los remos que nos quedaron para que el australiano -un toro de tío- elevara casi a pulso a los que quedamos cortados en una pendiente de barro por un desprendimiento y pasando por troncos caídos en el suelo. Mirabas al tronco y casi no lo veías. Sólo se apreciaba un constante movimiento de hormigas rojas enloquecidas por nuestro paso. No había otra salida así que pisamos en él y se nos subieron por las piernas. No sé de qué especie eran pero sus mordeduras ardían como cuando te apagan un cigarro en la piel, y nos llevamos muchas que tardarían días en desaparecer. Más de una vez resbalé y caí con el culo ladera abajo agarrándome a lo que encontraba a mi paso para frenar antes de coger mayor velocidad.
Tras más de dos horas ascendiendo lentamente conseguimos llegar a unos cafetales y media hora más tarde salíamos a un lugar con un par de casas de madera. Las gentes que allí vivían nos miraron con ojos de incredulidad y hablaron con Pedro en la lengua indígena. Le indicaron por donde debíamos seguir para encontrar alguna carretera y media hora más tarde dábamos con ella, no sin antes atravesar incontables lagunas de barro y hundiéndonos hasta las rodillas en ellas.
Justo antes nos encontramos a unos campesinos que llevaban un móvil -en este caso, bendita modernización- y Pedro pudo contactar con la base para decirles dónde estábamos.
En la hora que tardó en llegar la furgoneta a recogernos comentamos la jornada, lo que falló y las peripecias en la selva. Antes había habido algo de tensión pero ahora todo eran risas -menos un suizo que era un poco cuadriculado- y recordar la aventura que íbamos a contar como una de las anécdotas del viaje.
Ya anochecía cuando Tim apareció con cara de felicidad sincera. Nos abrazó y nos contaba atropelladamente todo lo que había pasado por su lado. Recuperó la barca, metió el kayak dentro y llegó hasta el punto de recogida. Dejó la barca allí y remontó el río sólo con el kayak, intercalando río con pateada por la selva. Pero claro, cuando llegó al lugar donde volcamos, nosotros ya nos habíamos ido y se volvió para abajo.
Nosotros le contamos nuestras peripecias de camino a casa y a la irlandesa: con unas buenas cervezas frías delante nuestra. Teníamos 4 por cabeza así que la gente llegó con buen ánimo al pueblo siendo ya noche cerrada.
Habían fallado muchas cosas: la cuerda de seguridad que rodea a la balsa se rompió al tirar de ella para dar la vuelta a la embarcación y no existía comunicación entre Tim y Pedro…Pero a éstas alturas todo daba ya igual.
Nos despedimos unos de otros y Myriam, Thomas y yo nos dirigimos al hostal recordando entre risas la aventura.
Aún sigo en contacto con Tim y el negocio sigue yendo bien a pesar de la crisis. Nunca se les había roto la cuerda de seguridad en 3 años, ni les ha vuelto a ocurrir. Una suerte de cojones la nuestra. ¡Pero si no llega a ser por éso, no habríamos tenido aventura!.
Lo único que me dolió del tema fue haberme perdido el rápido más fuerte del río. Ya le dije a Tim que cuando vuelva me lo debe. Próxima vez…¡Nivel 5!.
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Foto, River People
d!!!de éso nada ni 5 ni 4 ni3 ! tranquilito en un crucero, no me des mas disgustos que después de leer ésto creo que me va a dar un infarto. bssssss