Las procesiones de Semana Santa se pueden disfrutar de muchas formas distintas. Y no hace falta ser muy cristiano para ello. Murcia es una buena prueba.
Las procesiones de la Semana Santa de Murcia, declaradas de Interés Turístico Internacional, son diferentes a las que vi en otros lugares. Únicas. No es exactamente el fervor religioso extremo del que presumen las andaluzas, sino más bien una mezcla de tradición, religiosidad, espectáculo y folclore. La huerta, omnipresente en Murcia, se funde con la religión e impregnan el centro de la ciudad con una energía que me hizo sentir realmente bien.
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Vaya por delante que no soy religioso, pero, sin embargo, siempre me he sentido atraído por el misticismo, algo lóbrego, de las procesiones, a las que seguía desde pequeño, hipnotizado por un elemento esencial en ellas: el percutir rítmico de los tambores.
Los Coloraos
El nombre completo de esta cofradía es la Real, Muy Ilustre, Venerable y Antiquísima Archicofradía de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, atendiendo al atuendo que portan sus nazarenos, costaleros y distintos hermanos, son conocidos como Los Coloraos. Practicidad ante todo.
Llegué a Murcia el Miércoles Santo sobre las 4.30 de la tarde. El calor ya apretaba, anunciando unos días tórridos que darían una sensación más veraniega que primaveral. Pasé brevemente por el hotel para dejar mi equipaje y caminé por la Gran Vía hacia la iglesia del Carmen.
Al cruzar el Puente Viejo, el gentío ya abarrotaba la Alameda Colón, que bordea el bello Jardín Floridablanca. La expectación era máxima. No en vano, la procesión de Los Coloraos es la más típica de la Semana Santa de Murcia.
En la iglesia del Carmen me esperaban mis compañeros y tuvimos la suerte de poder presenciar la preparación de la procesión entre bastidores. Los 11 pasos de las 11 hermandades de Los Coloraos reposaban en sus posiciones. Se encontraban perfectamente engalanados, sabedores de que ese era su gran día del año.
Los costaleros – llamados estantes en Murcia – se organizaban en un maremágnum rojo mientras los hermanos caminaban arriba y abajo, unos dando órdenes y otros obedeciéndolas. Iban a llevar sobre sus hombros, no sólo un peso físico considerable, sino también otro etéreo pero tanto o más importante que el primero.
Portar un paso de Los Coloraos significa sacar a la calle más de 700 años de historia. Fue en 1411 cuando nació esta cofradía. Sí, yo también me quedé boquiabierto cuando lo supe.
Y después están sus atuendos. Nunca había visto unas vestimentas como esas. Los estantes dejan atrás la sobriedad religiosa y mezclan huerta y barroco, lo cual suena tan extraño como poner juntos en un escenario a Justin Bieber y AC/DC.
Y es que la huerta está presente en toda la Semana Santa de Murcia. En el medievo, con continuos períodos de hambruna, se repartían alimentos entre los ciudadanos. Recuperando esa tradición, los nazarenos y estantes llevan una cantidad ingente de caramelos, dulces y monas alrededor de sus cinturas, confiriendo un aspecto orondo a sus figuras.
A las 6 en punto sonaron unos golpes en la puerta de la iglesia, que se abrió para deleite de los miles de espectadores que esperaban ansiosos.
Hileras interminables de nazarenos precedían a los tronos, que eran llevados por los estantes de una forma que parecía totalmente anárquica a los ojos inexpertos, pero que no dejaba nada al azar.
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La procesión cruzó el Puente Viejo y se internó en las estrechas calles del centro de Murcia, engalanadas para la ocasión. Especialmente bonito fue el paso por la plaza de la Catedral (plaza Cardenal Belluga).
La gente aplaudía, los nazarenos repartían sus viandas y caramelos y la procesión ganó en espectacularidad al caer la noche y encenderse los faroles.
Los tambores no se acallarían hasta la medianoche, cuando tallas, estantes, nazarenos y hermanos descansarían hasta el año siguiente, cuando las calles de Murcia volverían a canalizar la sangre de Cristo de Los Coloraos.
El Silencio
La noche del Jueves Santo asistí a una procesión que nada tenía que ver con las demás: la del Cristo del Refugio, conocida popularmente como procesión del silencio. Esta cofradía, fundada en 1942, fue la primera que recorrió las calles de Murcia en silencio.
En la iglesia de San Lorenzo Mártir viví los preparativos previos a la procesión. Fue realmente impresionante.
Las luces de la iglesia estaban apagadas y la única iluminación procedía de los cirios que estaban listos para ser portados por los nazarenos. El silencio era, nunca mejor dicho, sepulcral.
Los hermanos del silencio comienzan su voto en casa y cubren el camino hasta la iglesia de San Lorenzo sin pronunciar una sola palabra. Así seguirán hasta el final de la procesión.
Los únicos que hablan en susurros son los hermanos mayores, que organizan a los nazarenos en las distintas filas que saldrán, bien formados, de la iglesia.
A las 10 de la noche se abrieron las puertas y la escena me resultó sobrecogedora. Solo se oía el sonido de los tambores y las luces de la calle estaban apagadas. Las siluetas de los nazarenos se iluminaban de forma lúgubre bajo la tenue y danzante llama de los cirios. Sus vestas y capirotes, violeta oscuros, ahora me parecían negros.
Finalmente, tras las largas filas de nazarenos, salió de la iglesia, majestuoso, el paso con la talla del Cristo del Santo Refugio. Sin aplausos, sin exclamaciones… Pero acompañado de cánticos. Coros de niños, adultos y la tuna, cantan al único paso de la procesión en las calles de Murcia. Las suyas son las únicas voces que rompen un silencio muy respetado.
Tras un recorrido circular de unas dos horas de duracion, el paso regresó a la iglesia, frente a la que le esperaban los centenares de nazarenos arrodillados en el suelo. Una imagen realmente impresionante.
Los Salzillos
La Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno – conocida popularmente como la de Los Salzillos – forma parte de la Semana Santa de Murcia desde el año 1600. Sin embargo, su popularidad comenzó a labrarse a partir del siglo XVIII, cuando se incorporaron las tallas del gran maestro Francisco Salzillo.
Hijo del escultor napolitano Nicolás Salzillo y una murciana, Francisco Salzillo fue uno de los mejores escultores españoles del siglo XVIII y sus obras, aunque protagonistas de la Semana Santa de Murcia, también se exhiben en procesiones de ciudades con tanta tradición procesional como Granada y Málaga.
Nos presentamos en la Iglesia Primitiva de Nuestro Padre Jesús alrededor de las 7.30 de la mañana del Viernes Santo. A pesar de lo temprano que era, las calles cercanas al templo ya se encontraban abarrotadas de público.
A las 8 de la mañana salió el primer paso, el de la Santa Cena. Los estantes vestían las mismas ropas que los de Los Coloraos, pero en un tono morado. La gente, emocionada, se arrancó a aplaudir de forma espontánea.
Las personalidades políticas se agrupaban junto a la puerta de la iglesia, esperando para acompañar al último de los 9 pasos que forman la procesión de Los Salzillos: Nuestro Padre Jesús Nazareno. Esta talla, titular de la procesión y la más antigua (1601), fue atribuida a Juan de Aguilera y es la única de la procesión que no es obra de Salzillo.
De la calle lateral emergían interminables filas de nazarenos y penitentes – son más de dos mil -, ataviados con vesta y capirotes morados. Algunos de ellos cargando cruces, otro no. Tambores y los curiosos carros-bocina – como unas largas trompetas que son transportadas con dos ruedas – se unían a las bandas de música que acompañaban a los pasos.
El clima, en un día soleado y caluroso, acompañaba y las calles, plazas y balcones del recorrido estaban repletos de público. Los niños esperaban, impacientes, con sus bolsas abiertas para ir metiendo todos los caramelos que recibirían de los nazarenos.
Al igual que los Coloraos, los Salzillos – también conocidos como Los Moraos – llevan una cantidad brutal de caramelos y no dejan de repartirlos durante las más de 5 horas de recorrido.
Fue la última procesión que viví de cerca en la Semana Santa de Murcia, aunque en mi deambular por las calles me crucé con muchas otras.
Murcia lucía hermosa y viva, con sus calles y terrazas a rebosar y un sol que arrancaba los mejores colores a las flores que adornaban todo el centro y la ribera del río Segura. Independientemente de tu fervor religioso, la Semana Santa es un buen momento para visitar Murcia.
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En ella descubrí una tradición distinta a la que había vivido en otras ciudades. Volví a sentir el hipnotismo del ritmo de los tambores, que replicaban el latido del corazón de una ciudad que vive todo con intensidad.