Hace unos meses escribía un artículo en el que os contaba mi gran experiencia haciendo surf en Caleta de Famara, una de las playas más hermosas de Lanzarote.
Los chicos de Calima Surf nos invitaron a probar sus instalaciones y recibimos un curso de iniciación al surf de una semana que nos dejó totalmente enganchados para el resto de nuestras vidas.
Pero, como ya comenté en aquel artículo, la experiencia no fue buena sólo por el hecho de las clases, el entorno y el deporte en sí. Vivir durante una semana en el Surf Camp de Calima Surf fue una vivencia muy enriquecedora.
Llegamos a la 1 de la madrugada de un Sábado a aquella casa de Gran Hermano Surfero. La primera imagen que contemplamos fue un chaval solitario hundiendo su cuchillo en un bote de Nocilla para, acto seguido, extenderla sobre las galletas María que se apilaban a su lado. Se presentó como Pou, un chaval catalán afincado en las Islas Baleares que había currado de varias cosas relacionadas con el mar. Su aspecto surfero -con su piel bronceada, rastas, y pulseras y collares adornados con conchas- nos hizo pensar que él ya era un experto en la lid de cabalgar las olas. Lo desmintió al momento. Estaba aprendiendo, como nosotros.
Pou había venido a pasar una semana con una compañera italiana y habían coincidido con un abogado de Valladolid, de unos 35 años. Y es que esa es una de las cosas que más me gustó de la casa: había gente de toda clase, procedencia y nivel. Al día siguiente llegó una chica de Madrid y descubrimos que había una pareja de franceses en la habitación contigua a la nuestra. En ese momento, el español era la lengua más hablada pero la cosa no tardaría en cambiar y en un par de días seríamos los únicos que usáramos la lengua castellana. Así de dinámico es todo en el Camp.
La vida en la casa gira en torno a los deportes acuáticos y la exploración de la maravillosa isla de Lanzarote. Por la mañana olvídate de dormir hasta tarde. Aquí nadie ha venido a éso y tú lo vas a notar desde muy temprano porque las paredes son de papel y oirás las conversaciones que comienzan a florecer en la zona caliente de la casa: la cocina de la planta baja.
Como si de una típica familia italiana se tratase -también coincidió que llegaron algunos italianos esos días- todos los habitantes de la casa se reúnen en la cocina para desayunar o cenar. A las 8.30 de la mañana la gente comenta el día de surf o kite que tienen por delante, lo aprendido en el día anterior y lo que piensa hacer por la tarde, cuando acaben las clases.
Lanzarote es una isla fuera de lo común que os aconsejo explorar a fondo. Para ello, la única alternativa que tendréis es alquilar un vehículo porque el transporte público es prácticamente inexistente. Casi todos los grandes hermanos surferos dedicábamos las tardes a coger los coches y visitar nuevos rincones volcánicos.
Después del desayuno salíamos caminando hasta la escuela. La distancia se cubre en menos de cinco minutos y las instalaciones están a 40 metros de la playa. Realmente todo se desarrolla a orillas del Océano Atlántico y eso añade un extra impagable.
Por la tarde la gente va llegando a distintas horas a la casa pero casi nadie lo hace antes de las 3.30. Los asistentes a los cursos ya nos hemos comido un buen bocata a mediodía y casi nadie cocina a esas horas. Es el momento de quitarse los trajes de neopreno, darse una buena ducha y elegir entre descansar un rato o salir a ver la isla.
Nosotros salimos cada tarde a ver algo y alguna de las noches también cenamos fuera para volver cuando casi todo el mundo ya dormía. Sin embargo, un par de noches estuvimos presentes a la hora de cenar. Una de ellas se lió un poco la cosa y acabamos haciendo una de esas fiestas que, por su carácter improvisado, se disfrutan el doble.
Durante esos días Ana y yo habíamos trabado una buena amistad con Federico e Ivan, dos italianos de Cerdeña que habían coincidido por casualidad en la casa. Fede se acercó a decirnos que esa noche iba a cocinar una buena pasta porque venía a verle su novia -italiana que trabajaba en un hotel de Lanzarote- y quería invitarnos. Y así fue.
Cuando estábamos con los vinos y las risas, otros inquilinos no pudieron evitar el unirse a nosotros. Alex -un ruso afincado en Suiza y políglota al máximo exponente-, los italianos, Marcus -un alemán que no hablaba español y apenas chapurreaba el inglés- y una chica alemana de padres surcoreanos cuyo nombre no recuerdo. La que más me sorprendió fue ella porque su sentido del humor ácido y negro no cuadraba con el estereotipo que guardamos sobre germanos y coreanos.
La cosa fue cada vez a más y pasada la media noche decidimos dejar dormir a los demás compañeros de la casa para irnos a tomar algo al bar del pueblo. Tampoco lo dimos todo y nos acostábamos a eso de las 3 de la mañama.
La pena es que fuera Noviembre pero durante la mayor parte del año la terraza que hay en la azotea es aprovechada para hacer barbacoas tremendas. La casa dispone de todos los utensilios necesarios.
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Tampoco disfrutamos de la sala de televisión de la segunda planta porque casi siempre estuvimos fuera pero es otro foco importante de socialización. Ahora, además, hay conexión Wi-fi y la gente puede pasar un rato en los cómodos sofás posteando las fotos surferas del día o hablando con amigos y familiares. O no. Porque, para mí, uno de los mayores activos de la casa de Calima Surf es el sentimiento de aislamiento que produce.
El pueblo y zona de Caleta de Famara es tranquila y muy bonita. Apenas se oye nada durante el día, salvo el rugir del mar y las decenas de personas que están por allí haciendo lo mismo que tú. Desconectas de noticias (en su mayoría desastres), teléfono -lo usé dos veces en siete días- y sociedad en general. Simplemente te dedicas a disfrutar de la experiencia del Surf Camp en un emplazamiento ideal.
Eso sí, recordad que estáis pagando un precio muy bajo por el alojamiento en una casa compartida con bastante gente. Quien busque privacidad y lujos, éste no es su sitio. Hay habitaciones para una o dos personas pero ninguna dispone de baño propio y son de tamaño reducido. También hay dormitorios para 4 personas. Quien quiera algo más de lujo puede optar por los apartamentos.
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Una experiencia que os recomiendo.
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