Es un típico tópico ese que dice que acabamos conociendo mejor lugares lejanos que los que tenemos más a mano. En mi caso es una gran verdad. Me puedes pedir que te organice un viaje por Nueva Zelanda, Colombia, Mozambique o Tailandia y sabré aconsejarte los lugares que no debes perderte, cómo moverte por allí y todo el resto del pack. Pero, por ejemplo, nunca he pisado Extremadura. También el País Vasco es bastante desconocido para mí y el último fin de semana de Octubre tuve la oportunidad de paliar en parte esta falta.
La comarca de Uribe, una de las siete que componen Vizcaya, me acogió el viernes con un Sol radiante que no dejaría que las nubes le velaran en todo el fin de semana.
Aprovechamos el buen tiempo para realizar las primeras actividades deportivas. Siempre recordaré el monte Jata porque fue su cima -a unos 700 msnm- desde donde me lancé por primera vez en parapente. Volé en tándem sobre los bosques de pinos y eucaliptos para aterrizar en los verdes pastos de los caseríos próximos a Maruri.
Sin perder más tiempo pusimos rumbo a la playa de Sopelana, capital de la comarca. Cambié rápido mis pantalones multibolsillos por el traje de neopreno y cogí una de las tablas de surf que pusieron a nuestra disposición los chicos de Alder Surf. Pasé el resto de la mañana intentando mejorar algo mi nivel de principiante. Aún me queda mucho camino por recorrer pero tengo que reconocer, para mi propia sorpresa, que es de los deportes que más rápido me ha enganchado. Haces muchísimo ejercicio -ahora entiendo por qué los (y las) surfistas profesionales tienen esos cuerpos fibrosos- y, cuando por fin consigues cabalgar una ola sobre tu tabla, el chute de adrenalina y felicidad es bastante considerable.
Tras reponer fuerzas con la comida pasamos la tarde visitando el castillo de Butrón y nos sorprendió la noche aprendiendo a hacer talos en un talle impartido en el palacio de Urgoiti.
El Sábado lo empezamos aprendiendo algo más sobre los famosos caldos de Txakolí para luego disfrutar de un gran paseo al atardecer sobre los escarpados acantilados de la costa entre Meñakoz y Barrika.
El Domingo llegó muy rápido, como suele pasar cuando estás disfrutando tanto de las cosas. Nos despedimos de la buena de Rocío, directora del Hotel Loiu, y fuimos al encuentro de los dos vehículos 4×4 con los que exploraríamos las sendas que horadan las faldas del monte Jata. El círculo se cerraba y acababa el viaje en el mismo punto en el que había comenzado, cambiando los aires por la tierra.
En 48 horas descubrí que la comarca de Uribe tiene mucho que ofrecer, tanto a nivel paisajístico como de actividades y, cómo no, gastronómico. Aquí os dejo toda la serie de artículos que escribí sobre un destino que se postula como una gran opción de fin de semana para todos los gustos:
Bautismo de fuego: parapente en Uribe.
Gozando del Surf en la playa de Sopelana en Uribe.
Visitando el castillo de Butrón y haciendo talos en el palacio de Urgoiti.
Dónde comer y dormir en la comarca de Uribe.
Recorrido en 4×4 y caminando por acantilados en Uribe.
Y como todos los buenos discos que se precien, éste también tiene una bonus track.
Poco antes de marcharnos de Uribe fuimos a conocer a un hombre muy peculiar: Luis Azillona, el dueño del último molino artesanal que existe en la comarca. Don Luis es una de esas personas que transmite energía y vitalidad sólo con su mirada.
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Antiguo director de I+D de una importante empresa, ahora vive retirado en su magnífica casa de campo del municipio de Gamiz y, entre otras cosas, muele maíz en el molino Errotabarri, que es un vocablo euskera que quiere decir molino nuevo. Fue allí donde nos recibió un domingo soleado. Nos mostró cómo funciona ese molino que lleva haciéndolo desde finales del siglo XVIII.
El agua que mueve las antiguas ruedas proviene de un cercano río y entra en su propiedad a través de un canal que él mismo se encarga de limpiar. Tras ver esas antiguas muestras de una época casi olvidada, nos llevó a la sala donde se muele el maíz. El resultante del proceso es la famosa harina de maíz que se utiliza para hacer talos: la torta hecha a base de mezclar este ingrediente con agua y sal.
Don Luis no trabaja, ni mucho menos, a escala industrial, sino que sólo acepta los pedidos de los vecinos que le llegan con un maíz de cierta calidad. No les cobra en dinero, sino en especie, quedándose una pequeña parte de la cantidad molida.
Después de mostrarnos todo el proceso entramos a su casa y él mismo nos hizo unos talos combinados con elementos tan dispares como chistorra, queso y chocolate negro. Estaban riquísimos. Los mejores talos que probamos en todo el fin de semana. Su mujer e hijo nos acompañaron en la degustación mientras disfrutábamos de las vistas de la campiña desde los viejos sillones del porche de la casa.
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Parece que el hijo de Luis tiene pensado seguir con la tradición familiar y quiere trabajar para conservar esta pieza única en Uribe. Espero que sea así y siga siendo, siempre,una razón más para venir a descubrir la comarca de Uribe.