Sólo hay una cosa que me guste escuchar casi tanto como “esto no lo conoce nadie” y es “aquí lo conocemos todos”. Eso me dijeron cuando me quedé embobado al ver el tremendo chorro de agua que caía con fuerza a un par de metros de distancia, en la Cascada de Valdecesar en León.
A poco más de 40 km al Norte de su capital, los estereotipos se rompen. Contra todo pronóstico, León es verde y montañosa.
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Para confirmarlo, hay que circular por la LE-321 en dirección al Puerto de Montaña de San Isidro, compartido con Asturias. La parada que buscamos está al lado izquierdo de la carretera (aunque también podemos aparcar un poco más adelante a la derecha) entre los pequeños pueblos de Montuerto y Nocedo de Curuñeo.
Es por allí donde, buscando una salida entre las montañas que le permita llegar al Río Curueño, el Arroyo de Valdecesar acorta distancias retorciendo su curso y se encuentra con un último obstáculo, un desnivel que superar.
Para un mortal, es una caída que acabaría con su vida. Para el Arroyo, es una forma de, por fin, demostrar su fuerza tras haber estado encorsetado entre laderas de casi imposible inclinación.
Y la fuerza con que el Arroyo de Valdecesar saca pecho, se escucha ya desde la última pasarela metálica por la que finalmente se accede a la cascada.
Como si del escenario de una película se tratase, donde se busca el dramatismo para sorprender al espectador, hay que girar una esquina para encontrar el decorado que no ha creado la mano del hombre sino la tenacidad del líquido elemento.
Una casi imposible vertical grieta entre las rocas envuelve, prácticamente pegado a él, un tremendo chorro de agua, una potencia imparable que durante años ha ido limando las paredes pétreas.
Con la ayuda de las lluvias primaverales, el caudal ha aumentado de tal manera que los 20 metros de caida se salvan con un estruendo que nuestros oídos detectan al menos a otros 20 metros a la redonda.
Hay que ponerse la capucha para acercarse al borde de la barandilla. Pequeñas gotas de agua, que se han separado del chorro principal, saltan a nuestro alrededor salpicando todo mientras buscan la manera de volver a ser parte del arroyo.
No hace falta mirar mucho hacia abajo, pues es muy cerca de nuestros pies donde la cascada rompe la verticalidad y a los pocos metros es ya un remanso tranquilo a punto de unirse al Río Curueño.
Antes de eso, cuando levantemos lentamente la cabeza, podemos apreciar una cortina blanca que se desliza en estrechas líneas ante nuestros ojos. Siempre cambiante, siempre en movimiento, la Cascada de Valdecesar sigue haciendo que el Arroyo llegue a su destino.
El vídeo del post fue grabado «a mano alzada» (es decir, sin trípode) y con un teléfono móvil (eso sí, resistente a las salpicaduras del agua). Comprobad si el vuestro lo es antes de aventuraros cerca de la Cascada de Valdecesar, para evitar disgustos.
Esta es la ruta en Google Maps para llegar desde León a la Cascada de Valdecesar:
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(por cierto, si vais o volvéis a la hora de comer, podéis parar a reponer fuerzas en el Mesón el Zagúan de Colín, en Valdepiélago)
Hola Israel:
Me alegro de que incorpores esta parada a tu itinerario. Eso sí, ten en cuenta que hace poco más de una semana, cuando yo la visité, estaba la cascada en su apogeo así que conforme pase el verano perderá caudal. Aún así, es un entorno que merece la pena.
Un saludo,
Avistu
Éste verano tengo planeada una ruta por Galicia y me he topado con ésta entrada del blog. Así que me la apunto para ir a verla; tenía pensado parar en León 2 días así que me va de lujo. Salgo desde Tarragona..