Tras cuatro días por Santiago de Compostela puedo decir que he colmado mis antojos de marisco. De todas maneras, como paciente crónico de semejante vicio, estoy seguro que volveré a notar síndromes de abstinencia en breve. ¿Será por eso que viajo a Galicia al menos una vez al año últimamente?
Partí el viernes al mediodía optando por salir desde el Prat. Preferí pagar algo más por la tarifa de vuelo y evitar de esta manera los absurdos horarios y desplazamientos a Reus. Ryanair ofrece tarifas irrisorias desde la población tarragonés pero todavía me pregunto ¿cómo es posible llegar a las 6 de la mañana al aeropuerto sin coche?
Llegué a Santiago en menos de dos horas y me esperaba un día soleado como pocos pueden verse en Galicia. Por fortuna, me acompañó durante los cuatro días.
Tomé el autobús en dirección a Lugo que estaciona justo delante de la puerta del aeropuerto. En el cartel del autocar no pone nada de Santiago, simplemente «Dirección Lugo» así que atentos y a preguntar. El autobús realiza solamente una parada en Santiago, concretamente en la estación de autobuses. El billete sale por 1,85 euros.
Fue genial parar en la estación ya que me dejaba a escasos 15 minutos andando del piso donde vive una buena amiga. El centro desde la estación queda a unos 25 minutos andando. De todas maneras, existen otras lineas de autobús que parten del aeropuerto que os dejarán en la plaza de Galicia, justo en el centro.
Dejamos los trastos en casa y nos dirigimos al centro. Una caña para celebrar mi llegada a Santiago y con ella vino una estupenda tapa de fideos. Ya ni me acordaba de la última vez que me habían ofrecido una tapa gratuitamente en un bar y podéis estar seguros de que no fue en Cataluña.
Tras las cañas, esperamos a un amigo y nos desplazamos juntos hacia el restaurante A Tulla. Se encuentra en un pequeño callejón entrando por la rua Nova. Se trata de un local de comida casera a buenos precios. A destacar los espectaculares mejillones, berberechos, zorza y empanadas. Con un par de ribeiros, cafés y aguardientes no llegamos a 20 euros por barba.
Al salir del restaurante dimos un paseo por la plaza de Quintana, la irrepetible plaza del Obradorio y repasando nuevamente las maravillosas fachadas de las múltiples iglesias y conventos que se aúnan en Santiago. El sol seguía de nuestro lado y tras el aguardiente no tuvimos otro remedio que sentarnos en una terraza y darle a los gintonics.
Más amigos se unieron y tras unas cuantas copas alguien tuvo la genial idea de ir a comer algo.
Nos desplazamos hacia el Bierzo Enxebre. Un restaurante muy cercano a la plaza de San Miguel donde nos pegamos un festín de costillas de cerdo adobadas y unos tacos de buey a la plancha que fueron una delicia.
Unos buenos ribeiros también ayudaron a digerir la comida a las mil maravillas y al despedir el local con sus otros correspondientes chupitos de aguardiente no tuvimos más remedio que entrar en un bar para acabar de castigar el hígado duramente. A partir de ahí, ¡le dejo el papel de cronista a otro porque no recuerdo nada más!