Como suele pasar en tantas ocasiones, uno acaba conociendo mejor lugares lejanos que lo que tiene cerca de casa. Eso es lo que, desde que me colgué la mochila al hombro y comencé a hacer largos viajes por el mundo, me ha pasado a mí.
España es una perla de la que sigo desconociendo muchas cosas. Demasiadas. Por eso, cuando se me planteó la oportunidad de realizar un recorrido por los 10 pueblos andaluces que forman la ruta de Caminos de Pasión, no me lo pensé dos veces y acepté el viaje.
Tras las gratas sorpresas de los pueblos de Cabra – donde prometí a Fran que buscaría piso para mudarme -, Carmona y su gran legado arquitectónico e histórico, Alcalá la Real y su fortaleza, y Baena, llegaba el turno a Puente Genil, donde pasé una tarde de lo más entretenida.
Disfrutando de los manjares del restaurante Casa Pedro
Llegamos a Puente Genil a la hora de comer y nos dimos el lujo de hacerlo en el que, posiblemente, sea el mejor restaurante del pueblo.
Casa Pedro fue fundado por Pedro Lucena Ariza, en 1989, con la única razón de ser de dar bien de comer a la gente que se acercase a Puente Genil. Puedo dar fe de que el objetivo ha sido conseguido sobradamente.
Allí probé el mejor salmorejo de mi vida. Nos gustó tanto que nos sacaron una segunda tanda. El huevo y un sabroso jamón remataban la cremosidad y el sabor de tan delicioso manjar. Las croquetas caseras, acompañadas de crujientes patatas, fueron el preámbulo de un plato de embutido que quitaba el sentido.
Con tan deliciosas entradas, no supe respetar la máxima no escrita que asegura que en los buenos restaurantes uno no debe entregarse a ellas para no llegar al plato principal sin poder comer nada más. A pesar de ello, hice un esfuerzo y di cuenta de un buen filete de pez espada a la plancha. Valió la pena.
Resoplando, dije al camarero que no probaría los postres. Pobre chaval, ¡cuánta ingenuidad después de tanto viaje!
El hojaldre relleno de crema y recubierto de chocolate negro y lacasitos fue demasiado para mí. Mirándome con esa cara no pude decirle que no y le dejé el último hueco que quedaba en mi estómago. Ahora, sin embargo, habita en algún lugar indeterminado de mi recién estrenado michelín (y no hablo de la famosa guía de restaurantes) y parece que ha pagado el alquiler de por vida. Sacrificios que tiene que hacer uno.
Visitando la Villa Romana de Fuente Álamo
A tan sólo 8 km del centro de Puente Genil, se hallan las ruinas de una importante villa romana.
Salimos rodando de Casa Pedro y nos montamos en el autobús para coger la CV-297 y llegar al yacimiento arqueológico. La Villa romana de Fuente Álamo posee uno de los conjuntos de mosaicos figurativos y geométricos más imporantes de España.
La elaboración de un mosaico – hecho de fragmentos de cristal, mármol, cerámica o piedra – era un trabajo muy laborioso que requería un reparto muy estricto de las tareas y en el que intervenía un gran número de personas. En Fuente Álamo destacan varios de ellos, con imágenes como Las Tres Gracias, Sátiros, el caballo alado Pegaso, Ninfas y muchas otras, algunos de los cuales son ejemplares únicos en el Imperio Romano.
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En cuanto a la estructura desenterrada de la antigua villa, en nuestro recorrido pudimos contemplar una parte de la zona residencial de la casa, donde el señor residía rodeado de toda clase de lujos y comodidades.
Destacan la gran sala de recepción de planta cuadrada rematada por una cabecera semicircular; las tres habitaciones, consideradas como antesalas o vestidores de los dormitorios; la parte de almacenamiento y algo que parece que era una piscina, que pudo ser parte de una construcción anterior a la villa (unos baños romanos), al encontrarse a un nivel inferior.
El paseo por sus pasarelas y las buenísimas explicaciones de nuestro guía, me transportaron, durante una hora, al antiguo mundo romano.
Membrillo y máscaras en una cofradía de Semana Santa
Emergimos de las profundidades de la Antigua Roma para regresar a nuestro tiempo… O bueno, a un mundo paralelo.
En el cuartel de Semana Santa «El Cirio» hice dos cosas que no esperaba: aprendí a hacer mermelada de membrillo y me puse una máscara de Semana Santa (con la que, seamos sinceros, metía mucho miedo).
Primero tuvo lugar el taller de membrillo con unas simpáticas chicas (dos llamadas Charo y Mari) que nos enseñarían paso a paso este arte tradicional. Se cuece la fruta (que no la había visto en mi vida), se corta a trocitos, se le añade azúcar, se hierve todo junto y se pasa por la batidora. Parece que no hay mucho secreto, pero lo cierto es que cada membrillo sale diferente, dependiendo de la mínima variación en cada uno de los pasos a realizar.
Después subimos al piso de arriba y el presidente de la cofadría nos mostró los bonitos trajes que se ponen en Semana Santa.
Localmente conocida como la «Mananta», la Semana Santa de Puente Genil es de las más singulares. Tienen su propio argot y más de 400 figuras bíblicas que desfilan junto a las 23 cofradías que procesionan, representando a personajes del Antiguo y el Nuevo Testamento. Yo me probé una de las máscaras de un santo y la verdad es que di un poco de miedito al personal.
Nos despedimos llevándonos un pedacito de Puente Genil con nosotros. Nos trataron de lujo y espero regresar pronto… A poder ser, en Semana Santa.