Siguiendo la ruta de Caminos de Pasión, nuestro recorrido nos llevó a dos pequeños pueblos separados tan sólo por 48 km, pero en provincias distintas: Alcalá la Real (Jaén) y Baena (Córdoba).
Seguía descubriendo una Andalucía desconocida para mí, donde la tradición y la Historia se mezclaban con la buena mesa y bonhomía de sus gentes.
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Alcalá la Real, vinos y la Fortaleza de la Mota
Cuando nos aproximábamos a Alcalá la Real, una poderosa construcción se recortaba contra el cielo de la tarde. Se trataba de la Fortaleza de la Mota.
Ubicada en lo alto de un cerro, a unos 1.030 msnm, fue mandada construir por el segundo señor del reino de Granada, Aben-abus Ben-Zeiri, hacia el año 1000.
La fortaleza es un auténtico complejo que contaba con edificios religiosos, administrativos y de gobierno, así como con centros comerciales y en ella residían las autoridades civiles y eclesiásticas.
Realizamos una visita muy completa que nos llevó algo más de dos horas y, gracias al buen trabajo de los fantásticos guías que nos acompañaron, nos ayudó a trasladarnos a la época de esplendor de la fortaleza.
Entramos al complejo por la zona de entrepuertas, acceso principal a la ciudadela donde se encuentran restos del barrio de Albaicín. Allí, bajo los imponentes muros, nuestro guía nos contaba la historia de uno de los cercos de los tiempos medievales. Los cristianos habían cercado a los árabes de La Mota, asediándolos con la intención de que se rindieran al no tener acceso a alimentos y agua.
Sin embargo, sí que poseían reservas de agua ya que tenían dos pozos ocultos en el interior de la ciudadela. Los guerreros cristianos se dieron cuenta de dónde se encontraba uno de ellos y lo acabaron destruyendo con sus catapultas. Pero el otro se les resistió.
Pasaron los meses y, para sorpresa de los cristianos, los árabes seguían sin mostrar la bandera blanca. La clave era un pozo subterráneo que seguía abasteciendo a la población. Finalmente, un pastor capturado acabó entregando el secreto y descubrió la ubicación del túnel que llevaba al pozo. Con esa información, los cristianos decidieron excavar su propio túnel y cerraron el paso a los árabes, que acabaron por entregar la fortaleza.
Ascendimos por el túnel excavado por los cristianos. Caminar por ese lugar era como entrar en una máquina del tiempo. Aún se pueden ver los restos del antiguo pozo, entre las poderosas torres. Incluso el amor tiene cabida en tan triste historia, con la leyenda que afirma que una princesa árabe se enamoró de uno de los capitanes cristianos y usaban los túneles para sus encuentros furtivos.
Finalmente, salimos a la luz.
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La ciudadela tiene un gran número de monumentos reseñables, destacando la alcazaba, los pozos, el nevero, la Torre de la Cárcel y la iglesia Mayor Abacial.
En el interior de esta última, pudimos ver un gran espectáculo audiovisual. Se trata de la proyección de un vídeo (bueno, más bien un cortometraje de gran calidad) que narra la historia de la fortaleza, totalmente ligada a la del pueblo en sí. El recinto pasó de ser llave y guarda de los reinos de Castilla a ser utilizada por los franceses en la Guerra de la Independencia.
Las tropas de Napoleón utilizaron la iglesia Mayor Abacial como arsenal y la incendiaron antes de retirarse, destruyéndola casi por completo. Es todo un símbolo que, hoy en día, su interior sea el lugar elegido para recordar el glorioso pasado de la Fortaleza de la Mota.
Cuando pusimos rumbo a las bodegas Marcelino Serrano, volvimos la mirada atrás por última vez para despedirnos de una fortaleza iluminada en el anochecer. Una estampa que no olvidaré.
Unos minutos más tarde, nos encontrábamos en la bodega del gran Marcelino Serrano, quien nos explicó la historia y el secreto de su negocio enológico familiar junto a su hija Blanca. Probamos sus estupendos caldos acompañados de quesos y embutidos de primera calidad. Fue el fantástico broche final a otro día maravilloso en Andalucía.
Baena y su aceite de oliva
En Baena pasamos nuestra última mañana del viaje.
Esta ciudad milenaria se desarrolló en un ambiente multicultural, conviviendo mudéjares, judíos y castellano-leoneses.
Comenzamos nuestra visita en la Plaza de la Constitución, centro neurálgico de Baena. Desde aquí comenzamos un paseo por las calles del casco histórico hasta llegar al Museo Histórico y Arqueológico municipal, ubicado en la Casa de la Tercia (edificio construido a finales del siglo XVIII).
El museo es bastante completo y contiene muestras de la prehistoria y las civilizaciones íbera, romana, visigoda y árabe.
Tras la visita proseguimos hacia el castillo de Baena. Está restaurado en su mayor parte, pero comenzó siendo una fortaleza árabe – erigida a finales del siglo IX – que más tarde sería tomada por las tropas cristianas del rey Fernando III, el Santo. Desde lo alto de su torre, pudimos disfrutar de unas inmejorables vistas de la ciudad.
Después descubrimos la verdadera sangre de Baena, su aceite de oliva virgen extra, avalado por la Denominación de Origen Baena (la más antigua de España). Para ello visitamos la almazara Núñez de Prado, donde tuve la fortuna de realizar mi primera cata de aceites. Probamos varios de ellos con distinta potencia gustativa, pero lo cierto es que todos me parecieron excepcionales.
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Fue el sabroso punto final de un viaje gastronómico-cultural que me ha mostrado una bella parte de España que desconocía.