El pasado mes de Septiembre realicé varias actividades naúticas en la Estación Náutica de Sant Carles de la Ràpita. Tras un intenso día en el que probé por primera vez el Wakeboarding, Paddle Surf e intenté controlar el vuelo de la cometa de Kite Surf -antes de realizar una instructiva visita al Món Natura del delta del Ebro– , tomamos un cercanías que nos dejó en la estación de tren de Salou.
Esta villa catalana de gran fama turística comenzaba a sentir la llegada del ritmo de vida más calmado propio de mediados de Septiembre.
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Llegamos a nuestro hotel, nos dimos una ducha y, tras una cena rápida, salimos a dar una vuelta por la zona de marcha nocturna de Salou.
Había sido un día muy completo en el que salimos de Alicante en tren a eso de las 8 de la mañana y no habíamos parado un minuto con las actividades programadas. Además, la media de edad de la gente que merodeaba por los garitos nocturnos no debía sobrepasar la veintena, así que, tras tomar una copa en una terraza, decidimos dar la noche por terminada para poder afrontar con energías la jornada dominical que nos esperaba.
Jordi Rom nos recibió en la Estación Náutica de Salou cerca de las 10 de la mañana.
Charlamos un poco sobre la oferta de productos que tienen y las actividades que íbamos a disfrutar. Aunque sólo íbamos a probar el parasailing y la conducción de una embarcación de pequeño calado, la Estación Náutica de Salou propone un extenso catálogo de actividades entre las que se incluyen algunas tan originales como: pasar un día como tripulación de un barco pesquero, alquiler de todo tipo de embarcaciones, cursos de submarinismo o pesca del atún gigante (pudiendo también hacer snorkelling junto a atunes rojos).
Nos pusimos los bañadores y dejamos la mochila en los vestuarios de las magníficas instalaciones del Club Náutico de Salou para ir directos a la playa.
Allí nos esperaban para escoltarnos a la lancha rápida en la que realizaríamos la primera actividad de la jornada: parasailing.
Nos pusimos los chalecos salvavidas y saltamos a bordo. La mañana era espléndida y la velocidad de la lancha encendía aún más los ánimos, ya de por sí desbocados.
Una vez nos alejamos de la costa nos sentamos en la zona de lanzamiento y nos pusieron los arneses en el cuerpo. Quedamos enganchados a una especie de paracaídas y, mientras preguntaba cómo iba a desarrollarse el tema de la ascensión hacia los cielos, sentí un fuerte tirón en los hombros y salí despedido.
Todo paso muy rápido. Unos segundos y decenas de gritos de éxtasis después, mi amigo Juan Carlos y yo nos encontrábamos suspendidos unos 130 metros por encima del nivel del mar. Bueno, del mismísimo Mar Mediterráneo.
Así paseamos a lo largo de parte de la Costa Daurada. Allí abajo la gente se apelotonaba en las playas y pequeñas calas de arena, se bañaba en las aguas turquesa o disfrutaba de un paseo en sus embarcaciones de recreo.
Un gran pinar teñía de verde la costa algo más adentro y, en la lejanía, podíamos llegar a divisar Shambhala, la tremenda montaña rusa de Port Aventura.
Después de una media hora surcando los aires llegó el momento del aterrizaje. Accionando el motor de la polea que recogía el cable, la tripulación nos devolvió sanos y salvos a la cubierta de la lancha.
Ya de regreso en el puerto nos despedimos de ellos y cambiamos a otra barca más pequeña.
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Nos entregaron las llaves en el muelle, pusimos gasolina en la estación cercana al puerto deportivo y salimos a alta mar con nuestra querida barca a motor. Nadie nos acompañaba, así que Juan Carlos y yo pusimos rumbo al Norte y comenzamos a bordear la costa, siempre por detrás de las boyas que marcan la zona para el baño, por supuesto.
Aunque el día era perfecto para hacer diversas paradas y disfrutar de un tranquilo baño en las limpias aguas marinas de distintas gamas de azul, la ingente cantidad de medusas que encontramos nos lo impidieron durante la mayor parte del tiempo.
Al final optamos por bañarnos por separado y uno disfrutaba de unos minutos en el agua mientras el otro estaba atento a la aparición de nuestras molestas compañeras de viaje. Al menos, debido a la cristalina claridad del agua, podíamos vigilar con garantías.
Pasamos unas dos horas turnándonos al volante, disfrutando de las vistas, bañándonos aquí y allá y, por qué no, tomándonos una buena cerveza fría que habíamos comprado en el club.
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Nos quedamos con las ganas de probar muchas actividades más de las que ofrecía la Estación Náutica de Salou. Habrá que volver.
Muy buenas experiencias! Sin duda alguna Salou es no de los mejores destinos para la práctica de deportes acuáticos y de aventura.