Aunque las pequeñas dimensiones de la Isla de Ré -30 kilómetros de largo por 3 de ancho- hacen que se pueda recorrer en un día, para llegar a conocerla y disfrutarla de la manera que se merece, el visitante debe pasar allí alrededor de una semana.
Poco después de arribar cruzando el puente que une la isla con La Rochelle, visitamos las salinas y su ecomuseo y admiramos las magníficas vistas que se pueden disfrutar desde lo alto del Faro de las ballenas. Antes de cenar, aún nos dio tiempo a acercarnos al puerto pesquero de La Couarde Sur Mer pero la flota ya había regresado y había muy poca actividad.
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Durante la cena comentábamos la procedencia de una de las curiosidades más famosas de la Isla de Ré: los burros con pantalones.
Nos habíamos encontrado 3 burros pastando alegremente a la vera de una de las escasas carreteras de la isla. Aunque éstos no vestían los clásicos pantalones -burros nudistas hay hasta en las mejores familias- nos llamaron igualmente la atención por su largo, rizado y espeso pelaje que da lugar a su sobrenombre en inglés: Rasta donkeys.
Y la verdad es que su tranquilidad y paciencia, a pesar de tener a unos cuantos seres humanos apuntándoles con sus cámaras, es propia de los rastas caribeños.
La tradición de poner pantalones a estos burros nació en 1860 cuando un habitante de Ré tuvo la idea de fabricar unas protecciones para las patas de su animal, intentando evitar así que se viera afectado por las enfermedades causadas por las picaduras de los insectos.
Creó los pantalones con tejidos de vichy rojo o tela de colchón a rayas grises. Aunque el trabajo en los campos o en las salinas se ha ido abandonando progresivamente, los burros de la isla de Ré perpetúan la tradición llevando estas telas.
Son pocos los ejemplares que quedan en el mundo del borrico de Poitou y, de las 300 cabezas que quedan en el Mundo, 19 viven en la isla de Ré en semilibertad.
Muchos otros temas y curiosidades se debatieron en la cena antes de que el cansancio, tras una jornada agotadora, nos llevara a testar las cómodas camas de nuestro hotel.
Por la mañana me había propuesto el reto personal de levantarme a las 7 para ir a dar un paseo y bañarme en la cercana playa. Cuando sonó el despertador abrí el ojo los justo para apreciar un cielo nublado que invitaba a cualquier cosa menos a ponerse un bañador y sumergirse en las frías aguas del Atlántico. Sin embargo, a las 8 ya lucía tímidamente el Sol y decidí sacrificar el desayuno en pos de cumplir mi promesa.
Si hubiésemos tenido más tiempo en la Isla de Ré, no lo habría hecho, pero no quería irme de allí sin tener un rato de relajación, a solas con el mar. Es una tradición que cumplo en casi todos los destinos que implican agua: lagos, ríos, mares u océanos, independientemente de la época del año, siempre que no me vaya a suponer una muerte repentina y fútil por lo helado del medio líquido.
La playa quedaba tan sólo a unos cinco minutos andando del hotel y no había nadie a esas horas de un día cualquiera a primeros de Junio. Caminé un poco y, aunque se había nublado levemente, decidí quitarme los pantalones y meterme en las aguas azul verdosas del Atlántico. Estaba fría y el fondo marino lleno de rocas.
Ya casi era la hora de partir cuando regresé a la habitación del hotel y terminé de empacar mis cosas.
Eran casi las 9 cuando Sandrine ponía en marcha el motor de nuestra furgoneta y nos conducía a Saint Martin de Ré.
Esta ciudadela es una de las más importantes creaciones de Vauban ,el arquitecto de fortificaciones por excelencia en la Francia de la segunda mitad del XVII. Sus murallas defensivas, en forma de estrella, han sido declaradas patrimonio mundial de la UNESCO y fueron testigos de asaltos de la flota inglesa, la salida de embarcaciones comerciales cargadas de sal y vino o de presos con destino a las cárceles de Guyana y Nueva Caledonia. Recorrer esas piedras es rememorar una historia de grandeza francesa.
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Nuestro guía nos estaba esperando en el Parc de la Barbette junto a una hilera perfecta de segways.
El segway lo había probado, por primera vez, una semana antes en mi visita al Jardín Botánico de Gijón. Es un medio de transporte de dos ruedas que consiste en una plataforma para los pies de la que sale un pivote acabado en manillar. Se desplaza gracias a una batería eléctrica y se dirige con el manillar hacia un lado u otro, acelerando o desacelerando simplemente desplazando el peso de tu propio cuerpo. Hay que mantener los pies lo más centrados posible sobre la plataforma.
Recorrimos parte de la muralla para acabar en una pequeña cala y, tras cruzar la carretera y algo de campiña, entrar al entramado de callejuelas con encanto que conforman Saint Martin de Ré. Casas blancas con ventanas coloridas decoradas con flores de distintos colores se erigen sobre el empedrado irregular. Callejeamos hasta dar con la famosa iglesia de Saint Martin, desde cuyo campanario se aprecian bellas vistas de la ciudadela y parte de la isla.
Las calles estaban muy tranquilas, en total contraste con un puerto que derrochaba actividad y movimiento. Restaurantes, cafeterías, heladerías, bares y tiendas de souvenirs se funden en la zona portuaria y sus calles adyacentes.
Era el final de nuestro recorrido circular, así que dejamos nuestros segways y recorrimos la zona a la antigua usanza: desgastando las zapatillas.
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Una pena no haber podido disfrutar de los mercados nocturnos que llenan de vida las noches veraniegas de la ciudadela, pero seguro que volveré a Ré…Antes de que los burros dejen los pantalones.
También estuvimos por allí hace poco y nos encantó. La pena es que no vimos a los burros con pantalones, aunque mis alergias me lo agradecerán.