Encaramada a una pequeña colina de unos cien metros de altura, en plena campiña del Suroeste de Francia, se encuentra una de las perlas históricas más importantes de la región: Cordes Sur Ciel.
Esta pequeña villa que llegó a acoger a más de 6.000 almas -en la actualidad apenas sobrepasa los 2.000 habitantes- fue un centro económico de gran importancia. La primera bastida -ciudad fortificada- de Francia fue construida en el año 1222 por Raimon VII, Conde de Toulouse. Su intención era crear una fortaleza que defendiese sus territorios y dar un lugar para vivir a las numerosas familias que habían sido desperdigadas por la región debido a las continuas guerras religiosas que la asolaron.
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Nosotros llegamos a las puertas de sus murallas una mañana de cielo raso. La tarde antes habíamos paseado por las calles de Montauban, salpicadas de edificios históricos de ladrillo rosado.
Christian Riviere, del departamento de prensa de la oficina de turismo de Tarn, llegó cuando admirábamos la bellas vistas de la campiña que se nos ofrecían desde uno de los numerosos balcones naturales de Cordes sur Ciel.
Aunque soy de los que les gusta descubrir los lugares a su ritmo y solo, reconozco que, para llegar a las profundidades y conocer realmente villas como Cordes, es necesario que alguien versado en su historia te descubra sus secretos.
Christian ha sido, sin duda, uno de los mejores guías que he tenido jamás. Afable y simpático su conocimiento del lugar era infinito. Hablaba un español muy básico y nuestro francés no era para tirar cohetes, pero, con la ayuda puntual de nuestra Melánie -que hizo las veces de traductora- no tuvimos ningún problema para empaparnos del encanto del pueblo.
Cruzábamos una de las puertas de la muralla algo antes del mediodía y la primera marca medieval la encontrábamos justo en el marco de piedra de una puerta de madera oscura. Allí se podían observar los símbolos del gremio que ocupaba ese establecimiento: zapatero.
La riqueza de Cordes sur Ciel se construyó sobre el comercio con lana, tejidos y cuero, pero fue la planta del pastel -utilizada para teñir en azul telas e incluso edificaciones- la que propulsó su esplendor económico hasta límites insospechados.
De esa época datan la mayoría de edificios góticos que pudimos apreciar mientras dirigíamos nuestros pasos, calle arriba, hacia la famosa iglesia de St Michel. Justo al lado derecho de la puerta de entrada habíamos encontrado los antiguos burdeles y unas decenas de metros más lejos topábamos con la iglesia.
La historia de la Iglesia de St Michel explica un poco la de Cordes Sur Ciel.
Raimon VII permitió que la mayoría de habitantes de la ciudad fueran de la secta religiosa de los cátaros. Ellos creían que al principio de los tiempos existían dos dioses. El dios bueno venció al malo y éste, como revancha, decidió secuestrar el alma de los seres humanos haciéndoles perder la memoria de cómo llegar al bien. Para los cátaros, la única forma de volver a encontrarse con el dios bueno es llevar una vida totalmente pura. Sin concederse placeres corporales, sin posesiones valiosas, sin cometer pecados.
Este tipo de ideología fue aceptada sin reproche alguno por muchos de los señores de la época. No nos engañemos, no era por motivos religiosos, sino porque la iglesia católica exigía el pago de cuantiosos tributos que los señores podían evitar abrazando una variante distinta de la religión.
Así, el pueblo se convirtió en un objetivo de los cruzados, con el temible Simón de Montfort a la cabeza.
Una vez hubieron acabado con los cátaros de la zona, el obispo de Albi -que era a su vez el vice-inquisidor de la región- ordenó la construcción de la iglesia de St Michel. Los habitantes seguían teniendo poco amor por los católicos así que se tomaron su tiempo en construirla. De hecho, una de las cosas más curiosas de la iglesia, es la existencia de una puerta de acceso a media altura de uno de los muros, claramente inútil y que obligó a la construcción de otra en otra cara del edificio.
Las calles de Cordes Sur Ciel, en silencio casi absoluto al ser un jueves de finales de invierno, nos transportaban más de 600 años atrás con los comentarios de Christian. Así acabamos frente a una de las casas góticas más emblemáticas y nos explicaba lo que significaban las pequeñas estatuillas labradas en la fachada. La mayoría representaban la represión católica hacia los cátaros, queriendo apartarlos para siempre del saber.
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Desembocamos en una plaza donde una antigua construcción de madera techaba casi toda la superficie. Algunos turistas tomaban algo sentados en las mesas que se desperdigaban por la plaza pero nosotros preferimos seguir bajo el cálido Sol y, tras ascender algunos escalones, desembocamos en una especie de mirador desde donde observar los verdes campos y parte del pueblo. Es la parte más alta de Cordes Sur Ciel. Hay un par de cafeterías que hacen que en verano el lugar rebose vida, pero en estas fechas estábamos prácticamente solos.
Christian nos dijo, mientras contemplábamos las bonitas vistas, que el pueblo había sido un punto de encuentro cultural durante la Segunda Guerra Mundial. Al encontrarse en la zona libre, varios artistas de diferentes campos -amigos de Dalí y Picasso, el escritor Albert Camus o el padre Jean Paul Belmondo (que era un conocido escultor)- vivirán aquí.
Descendimos por otra calle y parte del grupo fue engullido, como guiados por el flautista de Hamelin, por una bonita tienda – Les dèlices du terroir (Las delicias del terruño, 9 Avenue de la Grésigne)- que vendía productos alimenticios de la región. Mis compañeros se aprovisionaron de patés, foie gras, vinos, especias y salsas particulares de la zona.
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Así es Cordes Sur Ciel, la primera bastida de Francia que desafió al poder de los monarcas y la iglesia católica. Un bastión cátaro que sufrió pero vivió, también, momentos de gloria. Una visita obligada para los amantes de la historia, el arte, la arquitectura…O simplemente del buen comer y la campiña alejada del ruido.