El sol doraba el vetusto Puente Viejo cuando nos aproximábamos a él por la orilla «nueva» de Montauban. Al otro lado veíamos los característicos ladrillos rojos de los edificios históricos de la ciudad.
La capital del departamento de Tarn-et-Garonne es, hoy en día, una tranquila urbe poblada por unos 57.000 habitantes, pero sus calles denotan la importancia histórica que tuvo en la región durante tantos siglos.
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Dejamos el coche en el céntrico hotel Abbaye des Capucins y nuestros guías Caroline y Florian abrieron la marcha hacia las entrañas de Montauban, lugar donde el ex-presidente la República española, Manuel Azaña, pasó sus últimos meses de vida.
Índice de contenidos
Iglesia de Santiago (Saint Jacques)
Sólo tuvimos que caminar unos doscientos metros para llegar a esta iglesia -único vestigio de la ciudad puramente medieval junto con el Puente Viejo- que formó parte del antiguo camino de Santiago.
Antes de contemplarla por dentro, Caroline nos explicó que la iglesia fue utilizada también como fortaleza donde los protestantes de Montauban se refugiaron de los ataques de los reyes católicos de Francia. El sitio más duro que se recuerda lo sufrió bajo el ataque de Luis XIII. Durante tres meses -en el año 1621- los cañones del monarca hostigaron las paredes de Saint Jacques y, aunque más tarde se remodelaron los muros, se dejaron intactos dos impactos de bala que, dicen, pertenecen a aquella época.
Pasamos a su interior fresco y poco iluminado donde se mezclan románico, barroco e incluso pinturas del siglo XVIII. Tomamos alguna foto y pusimos rumbo al famoso Museo de Ingres.
Museo de Ingres
El pintor Jean Auguste Dominique Ingres es la personalidad más importante nacida en Montauban, como así lo constata el bonito museo dedicado a su figura.
El edificio -como no, de ladrillo rojizo- es un antiguo palacio episcopal que fue comprado por la ciudad a la Iglesia tras la Revolución Francesa. Desde entonces ha servido de ayuntamiento, biblioteca y museo.
Nos contaba Caroline que Ingres fue un peregrino constante y apenas vivió en Montauban. Tras la Revolución Francesa siguió formándose en Toulouse para pasar un tiempo en París antes de marcharse a Italia, donde viviría en Roma y Florencia.
Se creía que era un pintor de corte clásico pero un estudio posterior de su obra -hecho por genios como Picasso- constató que dejaba pequeñas huellas propias en forma de imperfecciones en sus cuadros, como extremidades desproporcionadas en relación a los cuerpos o posturas imposibles. Era un gran profesional y realizaba hasta cientos de bocetos antes de pintar un cuadro.
Accedimos a una sala donde se guardan bocetos originales de Ingres y comprobamos cómo dibujaba todo mujeres en un principio para después cambiar la morfología de los cuerpos y dar vida a hombres.
Compartiendo museo con el gran Ingres se hallan obras del escultor Antoine Bourdelle. Nacido en 1861 -81 años más tarde que su paisano pintor- dedicó, sin embargo, una de sus esculturas a Ingres, al que se aprecia con gesto adusto.
Bourdelle representaba a los personajes en piedra, barro o la materia que fuese, tal y como él los veía. Intentando reflejar su personalidad en su obra.
Una bonita sala del sótano contiene una pequeña exhibición de armas y pedazos del edificio original, que datan del siglo XIII.
Catedral de Notre-Dame de L’Assomption
Caminamos unos minutos del museo a la Catedral, con una breve parada provocada por un florista de una pequeña tienda que quiso regalar una flor a cada mujer de nuestra comitiva. El hombre triunfó con sus visitantes extranjeras que quedaron prendadas tanto de su persona como del gusto que tenía la decoración del comercio.
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La Catedral es relativamente nueva -finalizada en 1739- ya que originalmente la ciudad tenía una en otro emplazamiento, fue destruida por los protestantes y, finalmente, reconstruida en el lugar actual por Luis XIV cuando la reconquistó para el catolicismo.
Es de piedra blanca como una afrenta a la ciudad, donde todo está construido en rosado. El portal mide 40 metros de altura, siendo el más alto de Europa.
Lo que más me sorprendió de la visita del interior fue el inmenso órgano que ocupa uno de los extremos de la nave. Sus 2500 tubos hacen que sea uno de los más bonitos de toda Francia.
La Place Nationale
El Sol comenzaba a desvanecerse y La Place Nationale apareció ante nosotros sumida en sombras. Aun así, algunos grupos de jóvenes tomaban unas cervezas sentados en las mesas diseminadas a nuestra izquierda. El ambiente era más bien melancólico pero Caroline nos decía que durante las mañanas soleadas el lugar rebosa vida.
Imagino que, por mucha vida que pueda tener en los calurosos días del año, nada será comparable a los antiguos días de Montauban, cuando la plaza era el punto de reunión para comerciantes, predicadores y fuerzas vivas de la ciudad.
Los edificios de la plaza eran de madera hasta que se desintegraron en dos incendios ocurridos en la primera mitad del siglo XVII. Tras el último, fueron reconstruidos en el ladrillo típico de Montauban.
Una doble fila de arcos conforman cada uno de los cuatro lados, siendo de las pocas plazas de este estilo que quedan en todo el país.
El Puente Viejo
Volviendo al hotel me acerqué a la vera del río para intentar tomar algunas fotos del famoso Puente Viejo.
Ideado cuando se fundó la ciudad -siglo XII- no sería hasta principios del XIV cuando se acometiera su construcción. A lo largo de los siglos ha sufrido varias transformaciones debido a las guerras pero sigue en pie, orgulloso e indestructible, como uno de los símbolos más viejos de una ciudad llena de historia que fue uno de los baluartes de la tierra Occitana, en oposición al poder monárquico francés.
Se respira historia por las calles de Montauban y me quedé con las ganas de poder tener más tiempo para perderme por las arterias de un lugar en los que deseas poder meterte en una máquina del tiempo para poder vivirlo en su época de esplendor.
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gracias por compartir esta interesante artículo, buenas fotos