Una de las zonas más auténticas que visitamos durante nuestra estancia en Tailandia fue el Parque Nacional de Khao Yai, un coloso verde declarado Patrimonio Universal de la UNESCO en el 2005 pero aún desconocido para los turistas extranjeros.
Situado a unos 200 kilómetros al Noreste de Bangkok llegamos a él con un bus desde la capital que nos dejó en el pueblo más cercano. Allí cogimos otro bus local hasta la entrada del parque donde el conductor nos comentó que ya era cosa nuestra el cómo llegar hasta la parte habitada del mismo. Si tenéis en mente un parque tipo el Retiro o el Safari Park de Benidorm puede que penséis en pegaros un paseito hasta la zona de restaurantes más cercana, pero en un parque selvático de unos 2.200 kms cuadrados de extensión y más de 50 kms de sendas el recurso más idóneo es el autostop.
No pasó mucho tiempo hasta que un Mercedes de una adinerada pareja tailandesa se paró al lado nuestra y nos ofreció llevarnos. Rober, su novia -ahora esposa- Eva y yo nos subimos entre miradas cómplices al contemplar la primera muestra de lujo en nuestros 2 meses de viaje. La tapicería de cuero estuvo a punto de adquirir vida propia y expulsarnos del coche por la de mierda que tenían nuestras curtidas ropas.
Nos dejaron en una de las zonas de descanso donde se alquilaban las habitaciones. No había casi turistas extranjeros y tampoco era temporada alta para los tailandeses, pero aún así sólo nos ofrecieron dormir en una especie de barracón comunal que compartimos con 4 australianos. Y nada de camas, colchones al suelo y baño fuera del barracón. Dominique -un australiano delgaducho de cabello y barba largos, bohemio y simpático- demostró ser un crack y nos quedamos atónitos cuando escuchamos sus increíbles historias tras 2 años y medio recorriendo mundo y viviendo en distintos lugares. Pasó con nosotros los 3 días que permanecimos en el parque.
Durante estos días exploramos parte de la vasta extensión de bella naturaleza que se abría, casi totalmente solitaria y virgen, ante nosotros. En la zona de información te proporcionarán un plano del parque para que puedas escoger las sendas que quieres seguir y veas dónde están las áreas de acampada y descanso. En cuanto a moverte por el parque, más de lo mismo: autostop. Nosotros nos movimos sobre todo tirando nuestras cosas a la parte de atrás de camiones y rancheras que recorren el parque regularmente.
Para desilusión de la parroquia y de nosotros mismos, de las 67 especies de mamíferos que se encuentran en estas tierras -osos negros asiáticos, elefantes asiáticos, tigres y ciervos entre ellos- sólo conseguimos ver a varios monos, un par de ciervos y un lagarto de enormes dimensiones al que Rober y yo seguimos -y perdimos- como locos en las profundidades de uno de las sendas más deshabitadas del parque.
Para los que gustan de la observación de aves, existen varios puestos estratégicos aptos para esta práctica.
Escondidas entre las 3000 especies de plantas distintas se encuentran bonitas cataratas que salpican la orografía del parque, siendo la más popular la de Haeo Suwat, encumbrada por la película La Playa. Aquí es donde se filmó la escena en la que Leonardo y sus 2 compañeros de viaje -el pringao francés y el cañón de su novia- saltan la catarata para llegar a la ansiada playa donde sus sueños -primero- y pesadillas -después- se harían realidad. Sin embargo, no es ésta la más grande o bella del parque. Te recomiendo que consultes tu mapa y te aventures a descubrir las que se encuentran en medio de la frondosidad de la selva.
Nos pasamos los 3 días y noches rodeados de naturaleza. Los días explorando y las noches conversando en la más absoluta quietud tan sólo perturbada por algún ruido entre las ramas de algún animal que nunca llegaríamos a ver. El cielo se plagaba de estrellas y escuchábamos como Dominique nos contaba que su amor platónico se encontraba a miles de kilómetros de allí, en la lejana Suecia.