El día anterior había sido muy intenso, con nuestra llegada al parque poco después de que el Sol saliera tras las montañas que custodian el paso a Mozambique; la mañana de nuestros primeros avistamientos de los distintos animales; y el safari al atardecer, en el que tuvimos menos suerte.
Nuestro amigo y guía Crazy Dave había quedado en pasar a recogernos sobre las 5.30 de la mañana. La puerta del recinto de nuestro campamento la abrirían poco después y queríamos estar los primeros de la fila de vehículos que recorrerían un Kruger desperezándose bajo los primeros rayos del Sol africano.
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No conseguimos la pole position pero al menos salíamos los quintos, con muchas opciones de puntuar. Y puntuamos.
El día anterior habíamos visto elefantes, cebras, hipopótamos, impalas (gacelas), búfalos, monos, waterbucks y muchísimas clases distintas de pájaros. No obstante, los grandes felinos nos esquivaron y, a pesar del sueño y las horas que eran, abríamos los ojos lo máximo posible para intentar irnos del Kruger habiendo contemplado esos animales a los que tanto admiro.
Crazy Dave rebosaba energía. Este hombre parecía haberse caído en el caldero del Red Bull cuando era un bebé y daba igual la hora, el clima, el lugar… Invariablemente nos regalaba un recital de humor ácido e irónico acompañado de una hiperactividad total.
Conducía lentamente por las arterias de asfalto del Kruger mientras yo vigilaba el flanco izquierdo y Amy -americana- y Priscilla -brasileña- se encargaba del diestro.
Amy nos despertó a todos con un «there! there! there!» que nos hizo saltar como resortes. Nuestro gozo en un pozo. Eso sí, un pozo con algo de agua.
Aquel paquidermo era un macho enorme que lucía unos colmillos imponentes. Estaba a punto de cruzar la carretera y pudimos contemplarlo muy de cerca. Esa piel rugosa y dura, las patas poderosas que sostienen un cuerpo que parece más propio de los dinosaurios que caminaban por la faz de la Tierra hace millones de años. Y los colmillos. Esos por los que el hombre blanco, siempre ciego de codicia, los ha cazado durante tantos años. El hombre no admite que otro ser del reino animal luzca algo tan digno, poderoso y bello como esos cetros de marfil. Cetros de reyes.
Pasó cerca de nuestra furgoneta sin siquiera ladear la cabeza para mirarnos. «Seres insignificantes de los que aparecen cada día cuando salgo a desayunar y darme mi primer baño», pensaría aquel macho.
Seguimos vagando por el Kruger, siguiendo una ruta que tan sólo Crazy Dave tenía clara.
En una pequeña charca vimos un ave colorida, preciosa. Después los ya cansinos impalas que ni se molestaban en corretear y saltar cerca nuestra a sabiendas de que resultaría imposible llamar nuestra atención.
Algunos waterbucks se erguían, como siempre ellos, cerca de un río. En ese momento se paró a nuestro lado un guía oficial del Kruger al volante de un gran jeep de observación. Este vehículo es enorme, tiene un techo alto y está abierto por todos los demás lados. Es muy bueno para la observación de animales aunque protege menos del sol y la lluvia.
Comentó a Crazy Dave que otra unidad había descubierto a una leona disfrutando de su presa. Ésa era la buena noticia. La mala era que había ocurrido hacía más de 15 minutos en un sector del parque bastante alejado de donde nos encontrábamos. Dave se dio la vuelta y nos preguntó si queríamos intentarlo. El «Sí» fue unísono y sin meditación alguna.
Nos lanzamos a una velocidad superior a la permitida -en algunos tramos nada más- en pos de nuestra ansiada leona. Sin embargo, algo nos entretuvo unos minutos más.
Haciendo gala de su papel en la famosa peli de Disney El Rey León, un Pumba (en serio, ¿Quién, que haya visto la película, no llama así a ese animal?) se nos acercó a un ritmo tranquilo y desenfadado. Si afinaba un poco el oído creo que podia llegar a escuchar un lejano Hakuna, Matata…Hakuna, Matata…. Llegó a la altura de la furgoneta, nos miró con su difícil cara, y siguió su camino sin más… Hakuna, Matata…Hakuna, Matata….
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La leona decidió que si nos parábamos con Pumba sería porque no tendríamos tantas ganas de verla a ella. Así, cuando llegamos a la zona donde debía estar, no conseguimos ver ni rastro del gran felino o su presa. La decepción fue mayúscula. El Sol cada vez estaba más alto en el cielo y sabíamos que cada minuto hacía más improbable que encontráramos un tigre, león o leopardo. Comenzaban ya a ocultarse en las zonas sombrías y profundas del Kruger. Con la hierba tan alta era imposible verlos.
Después de unas tres horas recorriendo los caminos, Dave nos anunció que ya era hora de partir y dejar atrás los límites de este gran parque rebosante de vida animal. Aceptamos nuestro destino y comenzamos a preguntarle sobre nuestra siguiente parada: el cañón del Río Blade.
Sin embargo, papá Kruger nos tenía una sorpresa reservada para última hora.
Ya muy cerca de la puerta de salida, un animal huidizo que también resulta dificilísimo de ver, decidió no sólo emerger de los arbustos justo a nuestro lado, sino también seguir las hierbas colindantes a la carretera durante unos minutos. Y en nuestra misma dirección.
Era una hiena. Su pelaje revuelto y moteado, el negro hocico que a veces descubría una dentadura de colmillos poderosos. Tenía un andar calmado. Imagino que estaba de retirada después de una noche en la que, una vez más, habría estado activa, en busca de carne con la que alimentarse.
Fue un buen regalo de última hora. Menos de cinco minutos más tarde traspasábamos las puertas del Kruger y poníamos rumbo al cañón del Blade.
Sentí una pequeña decepción al no encontrar ninguno de los grandes felinos. No puedo negarlo. Sin embargo, siete semanas más tarde tomaría un vuelo de Johannesburgo a Londres sin recordar este hecho.
Durante esas semanas en Mozambique y Malawi descubrí que, aunque la naturaleza es poderosamente bella en esa parte del mundo que llamamos África, las experiencias que uno vive interrelacionándose con la gente que la habita superan con creces a cualquier paisaje, animal, amanecer o puesta de Sol que podamos encontrar.
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El Kruger fue el principio de mi vagar por África a solas con mi mochila y por ello, y por los bellos paisajes y animales que pude ver en persona, nunca lo olvidaré. Pero África es mucho más intensa y profunda que un parque natural. Nunca olvidéis eso y abrid todos vuestros sentidos a la experiencia.
Hola Jeyson,
El tour me costó unos 300 dólares por 2 días y una noche. NO es nada barato, pero es de los más económicos que encontré por la zona. Para entrar en el parque accedí desde Nelspruit, aunque hay más entradas.
Quisiera saber cuanto gastaste en este tour, de dónde partiste y como llegaste, éxitos en tu vida. Saludos cordiales mi estimado