Cuando recibí el email de Hernán y leí sus líneas de presentación, supe que este no sería uno de esos correos que lees rápido y lo descartas aún más rápido. No es que seamos la BBC o la CNN y nos lleguen millones de ideas y emails cada día, pero alguna decena sí.
Su forma directa, elocuente y amena de expresarse en un simple email, me hizo tomar la decisión de pinchar en el enlace que llevaba a ‘Capaz que vuelvo‘, el libro que cuenta sus aventuras y desventuras cuando, a las puertas de sus 30, decidió que la vida era para bebérsela a grandes tragos y si se le derramaba sobre su remera, ya la lavaría en una playa paradisíaca.
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Al pinchar en el enlace, me encontré con este resumen, escrito por él mismo, de su libro:
«Esta es la historia de un tipo que largó todo y se fue a navegar a bordo de un velero, en busca de una islita con palmeras. Durante la travesía por más de treinta países, aprendió una lección que no olvidaría nunca: la manteca puede durar diez días fuera de la heladera. El viaje soñado termina con el protagonista llorando en cuclillas por haber perdido su barco en medio del mar. Un final demasiado triste para ser feliz. Es por eso que el libro empieza desde ahí, y está escrito todo hacia atrás hasta el principio«.
Al leer estas cuatro líneas, lo supe: me iba a GUSTAR. Es como cuando entras al boliche (homenaje a la tierra argentina de Hernán) y echas un vistazo rápido a la parroquia y, de repente, entre la multitud ves a esa chica morena de ojos turquesa que justo te clava la mirada en ese mismo momento. Estás perdido. Irremediable y dulcemente perdido. Lo sabes y te gusta.
Contacté con Hernán y, muy amablemente, me mandó una copia de su libro por correo. Me ha costado bastante tiempo leerlo por dos motivos: demasiado trabajo últimamente y, desde niño, mi velocidad lectora siempre fue inversamente proporcional a lo que me gusta el libro.
Hernán, con su prosa directa, sin descansos, intensa y llena del humor mordaz del que siempre fui muy fan, me atrapó desde la primera página. Reconozco que me imaginé tomando un fernet con cola o un mate en cualquier punto del planeta con él. Sé que me iba a caer bien al instante y nos íbamos a hartar a contarnos anécdotas de nuestros viajes por el mundo. Los suyos navegando, los míos a pie.
‘Capaz que vuelvo’ comienza con nuestro protagonista, Hernán, siendo rescatado por un enorme barco mercante tras ver cómo el Shamrock, su velero de 6 metros de eslora, se quedaba a la deriva por la rotura del timón. Sus lágrimas en la ducha de su camarote a bordo eran más por separarse de su fiel compañero, el Shamrock, que por verse él con vida. Yo también solté una lágrima, pero la mía era de risa, cuando leí su explicación de por qué ese lujoso camarote, creado para los armadores de esos barcos mercantes, no lo ocupaba nadie. Más o menos venía a decir que esos tipos podridos de plata prefieren verse en una cubierta llena de mujeres en bikini que en otra con contenedores de mercancía. Obvio…
A través de las páginas de ‘Capaz que vuelvo’ he viajado con Hernán – tanto en el Shamrock como en el Aphrodite, el barco de lujo del que formó parte de su tripulación – por las islas del Caribe, las costa brasileña, uruguaya y argentina, las bravas aguas del Atlántico y las del Mediterráneo. También he viajado a pie por algunas de las capitales europeas más emblemáticas – incluyendo Dublín, mi querida ciudad de adopción -, Miami y ciudades como la bella Colonia del Sacramento uruguaya.
Hernán te relata su sueño hecho realidad sin grandes aspavientos. Sin esa necesidad de hacer que todo en el viaje brille y parezca espectacular. Reconoce cuando algún lugar es un bodrio, te cuenta sus momentos bajos y, ya casi al final, nos reconoce que él nunca fue, ni pretendió ser, un lobo de mar. Y todo con humor y sencillez, enganchándote de manera irremediable. Ríes (mucho) con él, parece que te duele la cabeza en las resacas de sus noches más locas (apunté St Maarten, la holandesa, obvio), se te eriza la piel cuando parece que le alcanza una tormenta, sientes cómo el sol te calienta en las playas que visitó, te imaginas en un mundo donde Sebastán es un cangrejo que habla cuando se sumerge a bucear en paraísos, te dan pena sus despedidas de todos esos nuevos amigos que encuentra en la ruta… Una ruta que siempre fue impredecible y le deparó grandes sorpresas, porque Hernán solo ansiaba cumplir su sueño: salir con su barco a conocer el mundo y sin fecha de vuelta. Lo demás daba igual. Destino incluido.
El libro, narrado desde el final de la aventura al principio de la misma, acaba como empieza: con risas y una gracia innata para contar las cosas. Hernán, amigo, si llegas a vivir en la Edad Media europea, no me cabe la menor duda de que te habrías ganado la vida como trovador, de castillo en castillo y aldea en aldea, contado historias y acercando el mundo y los sueños a mucha gente que no puede – o quiere – permitírselos.
Como bonus track, nos desvela qué pasó con el único amor que le acompaña a lo largo de un buen número de páginas. (no de forma explícita, pero sí como una nube que persigue al corazón del capitán del Shamrock). Porque sí, amigos, en toda aventura de la vida que se precie, siempre tiene que haber amor… Al menos un poco.
Saboreé esas últimas páginas como haría con la última rebanada de pan con Nutella (sí, Hernán, yo también viviría sumergido en ella) que quedara en el mundo. ¿Y si me dan a elegir entre una mina, el libro y la rebanada de pan con Nutella?…Pues mezclaría todo.
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Cuando acabéis su última página os aseguro que tendréis unas ganas bárbaras de salir de viaje a dónde sea. Si no, es que habéis sido irremediablemente engullidos por la sociedad moderna.
Enhorabuena, Hernán, lograste tu sueño. Y mejor: nos lo contaste genial.
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Y si queréis haceros una mejor idea del libro, aquí os dejo el book trailer: