Nunca un viaje se me hizo tan corto hasta que llegué de Berlín. Presumiblemente esta ciudad no aporta grandes experiencias personales como otros viajes llenos de monumentos y paisajes impresionantes pero esta urbe deja huella en tu corazón y cautivará tu mente. La capital de la reflexión la llamaría yo, ciudad con una historia borrada pero resurgida de las cenizas.
Todo aquel viajero que haya visto algo de cine, recordará grandes películas inspiradas en la segunda guerra mundial y el holocausto. Todos hemos sentido algo especial viendo lo que el ser humano es capaz de realizar con tal de cumplir un sueño. Un sueño atroz latente en la mente de seres atroces. Hemos sentido vergüenza viendo películas en las que mueren cientos de miles de personas mientras otros giran la vista a otra parte, observando como el ser humano dejaba de ser humano sin resistirse a una muerte segura.
A todos nos han cautivado películas basadas en dicho conflicto bélico y hemos sentido una especie de tensión en el cuello mientras daba vueltas el proyector pero cuando salimos de la sala de cine todos volvemos a nuestras vidas, comentamos al día siguiente en la oficina lo mal que lo pasaron los judíos, gitanos u homosexuales durante el período nazi pero ahí queda la cosa, en una mera reflexión entre café y café.
Esa es la sensación que siempre he tenido con este tema, crees entender la magnitud del genocidio pero la olvidas instantes después hasta que por cosas del destino te planteas ir a visitar Berlín, esa ciudad que siempre dejas de lado porque crees que no aporta nada. Sólo se te viene a la mente las imágenes de edificios de proporciones grotescas, grandes automóviles, cerveza y salchichas con curry.
El caso es que cuando ya has recorrido media Europa te queda la otra media por visitar y uno que es una gran viajero no puede dejarse cegar por los tópicos y debe de buscar lo mejor de cada destino.
Antes de cada viaje, recomiendo y me aplico el consejo siempre que puedo, comprar una buena guía de viaje. Una buena guía no quiere decir que tenga que llevar multitud de fotografías y comentarios anecdóticos de aquí y allá, una buena guía llevará sobre todo, y es mi particular modo de entender, un apartado dedicado a la historia del lugar el cual vas a visitar. En mi caso, el viaje en avión es el lugar ideal para sumergirnos en los cautivadores hechos históricos, en este caso de la capital germana. Después de indagar en las páginas del libro encuentro un apartado dedicado a las excursiones fuera de la ciudad. Destaca una por encima de todas, – Sachsenhausen-.
Este raro término da su nombre a un campo de concentración nazi de la segunda guerra mundial. Tras leer un breve resumen de lo que me voy a encontrar allí decido que esa será una de mis prioridades en este viaje. Lo que no sabía todavía es que sería una de las experiencias más traumáticas pero a la vez más enriquecedoras de mi vida. Es curiosa esta decisión por mi parte ya que un día prometí a un íntimo amigo no visitar en mi vida un campo de concentración ya que creía que los seguían manteniendo en pie para así ganar dinero a costa de la barbarie acaecida pero pude retractarme de la promesa hecha a mi amigo tras conocer la verdadera realidad.
Dicho y hecho; tras varios días de turismo por la capital berlinesa decido marchar hacia Sachsenhausen. Tristemente y como suele ocurrir en los países del norte de Europa, el día no acompaña, nublado y sombrío hasta el anochecer. El caso es que el mal tiempo permite al visitante del campo de concentración entender mejor la vida que tuvieron que llevar los presos.
El campo hoy en día está considerado como un monumento al olvido, su misión en los años cuarenta era pasar desapercibido a los ojos de los aliados y de ahí que esté perdido en medio de un bosque rodeado de grandes muros de granito oscuro.
Después de una pequeña caminata a través de un pueblo cercano llegas a la entrada del campo. Justo en los accesos sientes que la visita que vas a realizar no va a ser una visita típica de fotografías, vídeo, sonrisas y «patata». Los visitantes cruzan el umbral que separaba la libertad de la muerte, la entrada del campo con la famosa frase Arbeit macht frei (el trabajo os hará libres). Nada más cruzar percibes algo raro en el ambiente, el color gris y las alambradas de espino denotan dolor y sufrimiento.
Sin entrar en un exhausto relato de la historia del campo comentaré las impresiones que más me impactaron después de recorrerlo.
A la entrada tienes una especie de pasillo para probar botas. Los nazis construyeron una especie de corredor de 50 metros aproximadamente de largo por unos 4 metros de ancho por el cual ciertos presos castigados debían de recorrer diariamente 50 kilómetros para probar el caucho de las suelas de las botas militares que se fabricaban destinadas a los soldados nazis. Imaginad recorrer esa cantidad de kilómetros en un pasillo de 50 metros, ida y vuelta constantemente, todo el día caminando a solas, sin contacto con nadie, dándole vueltas a la cabeza y pensando en los seres queridos. Este pasillo pasa muy desapercibido entre los visitantes pero a mí me impactó su historia, lo percibí como el peor de los castigos posibles.
Otro dato macabro a mi parecer era la indumentaria que debían de llevar los presos. Personalmente para la visita llevé puesto dos camisetas interiores, un jersey y un abrigo con su correspondiente gorro y bufanda. Era un frío día de febrero con temperaturas que rondaban los cero grados. Me paré a pensar cuando en una de las exposiciones observé el traje típico de rayas puesto en una vitrina. Qué frío, pensé. ¿Cómo podían pasar el invierno con ese simple traje de rayas y sin calefacción? Sigo sin encontrar la respuesta.
Me dejó muy mal cuerpo entender a través de las explicaciones del guía como los presos con el tiempo dejaban de ser seres humanos poco a poco. El frío, el adoctrinamiento, el pésimo aseo, los maltratos de los agentes de las SS, la falta de comida, el trabajo esclavizador, hacen que una persona deje de valorar su vida. Se convierten en almas errantes, sus vidas dejan de tener valor alguno, su rutina diaria los convierte en autómatas sin tiempo ni espacio para la reflexión. Desde que entraba al campo, el preso sufría un proceso de desvalorización, lo anulaban como persona, lo maltrataban y lo obligaban a dejar de pensar en sí mismos.
Por eso pude entender que a la hora de ser exterminados no pusieran resistencia, todos conocían lo que se hacía detrás de los muros donde estaban instalados los crematorios y nadie se rebeló, nadie tenía fuerza física ni moral para hacerle frente a los crueles torturadores.
Pincha aquí para hacer tu reserva.
Estas y otras conclusiones saqué de mi visita a Sachsenhausen. A la salida sientes algo de desprecio por el ser humano. No entiendo como alguien puede llegar a realizar semejantes barbaridades y poder acostarse en su cama al final del día con la conciencia tranquila de un trabajo bien hecho.
Como dato anecdótico, todos los escolares polacos, están obligados al menos una vez en su vida a visitar un campo de concentración. A mí particularmente la visita me sirvió a modo de reflexión personal. Es una lección que no olvidarás nunca, es más, como es mi caso, intentarás trasmitirla a los tuyos para así no volver a caer en los errores del pasado y no dejarte llevar por un odio racial sin sentido. Como expone el título del relato, aprender a ser mejor persona.
De vuelta a España todo el mundo me preguntó sobre mi visita a Berlín. Yo no pude evitar invitar a todo el mundo a visitar esa maravillosa ciudad llena de un encanto algo inclasificable.
Haz click para más info y llévate un 5% de descuento.
Artículo participante en el concurso de relatos Viajablog.
Escrito por El hombre de azul.
Ps para mi si fue una vergüenza, la verdad no puedo esperar al proximo año y pasarme por un campo de concentración y sentirlo yo mismo… Creo qe esta serà una parada obligatoria en mi viaje… Gracias por el relato, fue muy interesante.
gracias por contarnos tu experiencia, muy acertadas tus reflexiones y no puedo o no quiero imaginarme lo que se debe sentir ahi, ciertamente requiere mucho coraje.
Saludos desde Venezuela!
El hombre de azul ha provocado un escalofrío en mí al leer el relato. Pienso que una narración que te hace sentir, que te estremece, es buena. Bien hecho ;)
Silvia Leyva
merece la pena adentrarse en este relato y reflexionar cómo podemos ser mejores personas….