Argentina es un país que me tiene hipnotizado y me ganó el corazón desde mi primera visita allá por el 2004. Volví a poner mis pies en él en el 2009 para regresar por última vez -por el momento- el año pasado.
Esta vez iba con ganas de pasar tiempo con mi familia postiza mendocina y olvidarme un poco de la carretera y la mochila tras 7 meses en la ruta desde que dejé Irlanda para aterrizar en China, comenzando así mi segunda vuelta al Mundo.
Sin embargo, después de un par de semanas de descanso, la cabra siempre acaba tirando al monte y puse rumbo al Valle de la Luna o Parque Provincial de Ischigualasto, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000.

Para llegar hasta el Valle de la Luna tomé un bus de Mendoza a la ciudad de San Juan. El recorrido es de unas dos horas y media. Allí pasé una noche interesante que os contaré en otro post, pero la ciudad tiene más bien poco que ver.
Seguí ruta hasta un pueblo llamado San Agustín del Valle Fértil. Las noches que pasé allí fueron de las mejores de todo el viaje.
Aunque el Valle de la Luna puede ser visitado con tours contratados en San Juan, por la distancia a la que se encuentra -330 kms- y el poco atractivo de la ciudad os aconsejo que hagáis lo que hice yo.
San Agustín se encuentra tan sólo a 80 kms del Parque de Ischigualasto y casi todos los hostales y hoteles pueden ofrecerte la excursión. Yo la contraté en mi hostal, donde formamos un grupo de 4 y pagamos unos 60 pesos por persona para ir al parque.

El Valle de la Luna comenzó a hacerse famoso en la década de los 60, cuando diversos periodistas argentinos comenzaron a hablar de los restos fósiles que allí se encontraban y las curiosas formas geológicas que hacían volar sus imaginaciones. El bautizarlo con semejante nombre no fue difícil ante el gran parecido que guardaba esa tierra con un paisaje lunar.
La antigüedad de las rocas y restos que allí se encuentran se data en cientos de millones de años. Paleontólogos y geólogos ven el parque como un auténtico Disneyworld de sus pasiones y siguen estudiando sus tierras a día de hoy.
La joya de la corona son los restos de Eoraptor y Herrerasaurus, los dinosaurios más antiguos conocidos en el Mundo entero. Estas dos especies compartieron dominios durante unos 230 millones de años, algunos más de los que durará el reinado de otras dos bestias como Cristiano y Messi.
Podéis visitar el parque con vuestro propio vehículo y os acompañará uno de los guías. Hay unos senderos por el que los coches deben circular de forma obligatoria. Nosotros nos escaqueamos del rebaño -cada guía lleva a un grupo de coches- y nuestro guía del hostal -un crack- nos fue llevando a su ritmo mientras nos demostraba sus grandes conocimientos de la zona.

Fuimos viendo las curiosas formaciones que ha creado el viento y la lluvia, erosionando las rocas para hacernos imaginar un submarino o un gusano de distintos colores.
A pesar de la escasa vegetación del lugar, el colorido reina en el Valle de la Luna. Las piedras, de formas caprichosas, lo son también con sus colores, cambiantes según el momento del día y el humor que tenga el Sol.
Para añadirle un último toque de otro planeta, el viento barre los caminos casi constantemente haciendo incómoda la opción -permitida- de realizar la visita en bicicleta.
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En mitad de la visita nos sorprendieron con una cata de vinos sanjuaninos y un tango en un pequeño escenario justo al lado del famoso submarino.
Nos quedamos con las ganas de subirnos al Cerro Morado, antigua chimenea de un volcán inactivo desde donde se tienen las mejores vistas de la zona. Nos dijeron que se tarda más o menos hora y media en subir y bajar.
Al final de la visita, cuando ya se ponía el Sol y el viento frío nos obligaba a ponernos las chaquetas, entramos al museo paleontológico que se encuentra en la entrada al parque. Allí realizamos una visita guiada en la que nos explicaron todo el proceso de búsqueda, extracción y montaje de un fósil; y vimos los esqueletos de dinosaurios de hace cientos de millones de años.
Reservad tiempo para el museo porque fue una grata sorpresa y os absorberá durante un buen rato.
El camino de vuelta en el coche fue de lo más tranquilo. El último recuerdo que tengo de él, fue el color rojizo de los cerros incendiados por un Sol a punto de despedirse. Después me dormí como un bebé.
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