
Cuando la voz de Meryl Streep abría la famosa película Memorias de África con la archiconocida frase de «Yo tenía una granja en África…«, seguro que se refería a alguna como la que lleva el nombre de Babylonstoren, en la región de Western Cape.
Tras unos días disfrutanto de Ciudad del Cabo, el Departamento de Turismo de Sudáfrica nos organizó una visita a la granja de Babylonstoren, situada a unos 60 kms de la ciudad.
Mientras el resto de la expedición iba a la charlas que esa mañana estaban previstas como parte de la Design Expo Indaba -la feria de diseño que era el motivo principal del viaje para todos menos para mí- yo me dediqué a aprovechar tranquilamente el gran buffet de desayuno del Taj Hotel y darme un paseo por los Company Gardens, situados a pocos metros del hotel.
A las 12 del mediodía vino Irsha con la furgoneta a recogernos a la entrada del hotel y pusimos rumbo hacia la famosa zona de viñedos de Western Cape, el estado sudafricano del que es capital Ciudad del Cabo.
El clima nos acompañaba y un Sol resplandeciente, desde un cielo despejado, llenaba de luz los valles y montañas que configuraban el paisaje en el que se encuentra esta granja cuyos primeros viñedos fueron plantados a finales del siglo XVII.

El Valle de Drakenstein fue habitado durante siglos por los Khoisan, una tribu nómada, hasta que la llegada de los hugonotes franceses provocó una expansión de la colonia de Ciudad del Cabo y, en 1692, la granja fue concedida por el Gobernador Simon van der Stel al burgués Pieter van der Byl, quien plantó los primeros viñedos y alteró el curso de los ríos para proveer irrigación al terreno.
Explicado así por nuestros anfitriones y viendo las fértiles y bellas tierras a nuestro alrededor, a mi cabeza vino una clara idea de lo que, imagino, se repitió en miles de sitios en aquella época: el hombre blanco -semidios- llega a la tierra de los negros y se queda con lo que quiere.
Los edificios principales son bonitas estructuras de color blanco, característicos de la arquitectura holandesa colonial, que fueron construidos a finales del siglo XVIII.
Aunque hay gente que viene a Babylonstoren como nosotros, a pasar un día agradable, hay otros muchos que deciden quedarse unos días alojados en una de las suites que se encuentran en el lugar. Visitamos un par de ellas y comprobamos que aquellas mini casitas, réplica de las granjas holandesas del XVIII, están decoradas con un gusto exquisito, manteniendo el frescor en verano por el color blanco que lucen sus anchos muros y contando con un sinfín de comodidades.

Eso sí, es para gente que venga con un presupuesto holgado, ya que los precios por cada suite rondan los 3.000 ZAR (unos 250 Euros).
Después pasamos a conocer la zona de Spa. Una pequeña piscina de agua templada reinaba en el centro de un pequeño complejo acristalado que incluía tumbonas, saunas y sala de masajes. Para mí, en un día caluroso como el que teníamos, no era necesario meterse a la sauna para sudar hasta la última gota de tu ser.
Me pareció mucho mejor opción bañarse al aire libre en una especie de perca de forma circular cuya agua irradiaba un frescor que mi cuerpo anhelaba. Un cliente que disfrutaba en una de las tumbonas levantó la mirada de su revista extrañado de oir tanto alboroto en un lugar tan idílico. Estos paparazzis…

Llegó la hora del almuerzo y pasamos a una especie de invernadero donde se diseminaban varias mesas largas.
Nos sirvieron riquísimos pequeños bocadillos variados. Salmón con ensalada, jamón con tomate o biltong con especias. Era la primera vez que probaba el biltong, muy parecido a la cecina. Carne seca y cortada en tiras por las estrías, procedente de todo tipo de animales, incluyendo de piezas de caza.
De postre tomé unas ciruelas que eran lavadas en una bonita fuente construida en el centro del invernadero. Probé también los zumos de zanahoria con naranja, remolacha con fresa, y manzana con apio que daban el colorido naranja, morado y verde a nuestra mesa. Estaban tremendos.
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Todas las frutas y verduras que tomamos aquel día eran cultivadas y recogidas en los vastos jardines de Babylonstoren.
Una auténtica entusiasta de todo tipo de plantas fue la encargada de guiarnos por los más de 3 acres que ocupa el verdadero corazón de Babylonstoren: su jardín.
En un intento de representar la fusión entre Europa, África y Asia -Ciudad del Cabo servía de punto de avituallamiento para los barcos que hacían el recorrido entre Europa y Asia-, más de 300 especies de plantas y frutas configuran un jardín que pretende emular al de Babilonia. Todas las variedades son comestibles y se intentan cultivar de la manera más natural posible.

Durante hora y media recorrimos los distintos corredores formados por cactus, plataneras, flores de Loto, fresas o ciruelos, escuchando las completas explicaciones de nuestra fantástica guía.
Nuestro día en la granja llegó a su fin tras descansar en el restaurante Babel. Aquí se sirve un menú compuesto por platos algo más elaborados que va cambiando según la época del año en que nos encontremos.
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Como despedida, nos regalaron un fantástico libro sobre cocina que pude ojear mientras devoraba la sabrosa bola de helado de fresa y mora que alguien había hecho aparecer en mi mano como por arte de magia.
El cielo comenzaba a teñirse de naranja cuando nos despedíamos de nuestros amables anfitriones.
Una buena y agradable visita para un día si tienes algo de prisa, pero puedes quedarte disfrutando a tu antojo unos días en los jardines de Babilonia si tiempo y dinero no son un problema para ti.