
Tras unos días disfrutando de la naturaleza y la compañía de buenos amigos viajeros en el Liwonde Safari Camp del gran Frederick, llegó el triste momento de partir hacia el sur de Malawi.
El tiempo apremiaba y se acercaba el final de mi aventura africana, dejándome con un sabor agridulce continuo. Por un lado tenía ganas de llegar a Alicante en primavera -mi estación del año favorita-, ver a mis amigos, retomar el deporte, la playita y las comidas caseras de la gran Terreta alicantina. Llevaba casi dos meses bajo el Sol africano, durmiendo en dormitorios, cuchitriles o tienda de campaña y pasando varias penalidades físicas. Sin embargo, cada día era una aventura y las experiencias interpersonales eran las mejores que había tenido en todos mis viajes. África me infundía energía cada mañana y cada noche me acostaba feliz.
Para más inri, debíamos pasar los últimos días disponibles en una ciudad que tenía poco que ofrecer al viajero: Blantyre.
La segunda ciudad más poblada de Malawi -por detrás de la capital, Lilongwe- es un centro comercial, industrial y burocrático muy importante en el país.
Aquí tenía que sacar todo el papeleo necesario para mi viaje de regreso a Johannesburgo, en Sudáfrica, desde donde partiría mi vuelo de regreso a Europa una semana más tarde. El trayecto en autobús desde Blantyre a Joburg me llevaría a atravesar dos fronteras -las de Zimbabwe y Mozambique- durante las 36 horas que duraba viaje. Para ello necesitaría sendos visados de tránsito y una tonelada de paciencia para obtenerlos.

Llegamos a Blantyre un poco predispuestos a que no nos gustase mucho.
Después de un mes recorriendo la virgen Mozambique y algo más de una semana entre el lago Malawi y el parque de Liwonde, volvíamos a una ciudad concurrida. Sinónimo de bajón.
A mi juicio, la parte más fea de África es las ciudades. Mucha gente ha abandonado el campo y ha volado hacia la ciudad con la esperanza de encontrar un buen trabajo -menos sacrificado que el realizado en las llanuras o montañas y mejor remunerado- que les proporcione una mejor calidad de vida a ellos y sus familias. Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, esto no ocurre y provoca que en las ciudades se empiecen a formar barrios de una pobreza depresiva.
Los emigrantes que vinieron con toda su ilusión se pasean por el centro en busca de cosas que poder hacer, pequeños trabajos que les puedan reportar sueldo por un día. Menos es nada.
El caos de las ciudades africanas es bastante notable aunque no lo era tanto en Blantyre.
Llegamos al centro en una furgoneta colectiva y buscamos el único hostal mochilero que pudimos encontrar en nuestra guía. Todos los white face se alojaban en el Doogle´s. Una puerta ancha conducía a una explanada de tierra que servía de aparcamiento privado. A la derecha estaba la piscina y el bar, justo enfrente del gran edificio principal. Era un reducto de occidentalismo en África.
Hicimos el check-in y optamos por plantar nuestra tienda en la pequeña zona ajardinada. Nadie más había escogido esa opción, así que tendríamos algo de intimidad ahí fuera. Unas amigas alemanas y la mujer inglesa Lou llegarían un día más tarde que nosotros y harían nuestros días en Blantyre mucho más amenos.
Blantyre no tiene mucho que ver salvo el gran mercado que se encuentra cerca del centro de la ciudad. Los mercados africanos están muy vivos y el colorido y los olores despiertan tus sentidos. En el de Blantyre puedes encontrar un poco de todo: frutas, verduras, carnes, conservas, dulces, tejidos, chatarra de ferretería, camisetas de fútbol, ropa de todo tipo, puestos de comida caliente cocinada en el lugar…etc…

Merece la pena perderse toda una mañana por el entramado de callejuelas de tierra donde se levantan los puestos del mercado.
Haz click para más info y llévate un 5% de descuento.
Poco más vimos o hicimos en los tres días que pasamos en la ciudad. El bueno de Frederick, dueño del Liwonde Safari Camp, llegó al Doogle´s justo la noche que íbamos a salir de fiesta con nuestras amigas alemanas. Se unió al minibotellón que hicimos en el hostal pero no se animó a salir de bares con nosotros.
Fue una noche muy divertida. Los cuatro -Ophir, las dos alemanas y yo- empezamos en un local que ofrecía un concierto de música en vivo. Ritmos reggae y pop para que la gente lo diera todo en la pista de baile. Allí estuvimos hasta las 3 de la mañana para mudarnos a una discoteca con gente local que habíamos conocido en el bar de reggae. La noche se había convertido en día cuando llegué, dando bandazos, a la tienda de campaña.
El día siguiente fue uno de los más tristes del viaje. Me despedía de Ophir.

Nos habíamos conocido en la cocina del hostal Baobab de Vilanculos, en Mozambique. Un barbudo flaco, que se parecía a Jesucristo (como tantas veces le llamaron en pueblos y aldeas de Mozambique y Malawi), cocinaba solo unos panes de pita. Le invité a cenar con los demás del hostal y aceptó. No tenía un rumbo determinado y me preguntó si podría venirse al norte de Mozambique conmigo. Después de aquella primera noche de risas, cena y birras ya supe que era un buen tío, así que acepté su ofrecimiento.
Pasamos más de un mes viajando juntos y no tuvimos ni un solo problema de convivencia. Locos por la aventura, optimistas, fans de la risa, ávidos de conocer la vida africana, aversos a las ciudades… Coincidíamos en casi todo. La gente que nos conoció pensaba que éramos familia. Él era un auténtico manitas y mucho más apto para la vida al aire libre, pero yo organizaba mucho mejor la ruta y economía del hogar. Además, le serví de traductor durante nuestras semanas en Mozambique. Complementos perfectos.
Pincha aquí para hacer tu reserva.
Hastiado de los días en la ciudad, decidió volverse unos días al Liwonde Safari Camp y acampar solo en la naturaleza. Nos dimos un abrazo y nos echamos la última risa antes de verle subir al jeep de Frederick. Continuaba su viaje que acabaría en Uganda un mes más tarde. Yo cogería mi avión en tan sólo 4 días. En la memoria de ambos todas las aventuras pasadas juntos. No habían sido pocas.
África se desvanecía entre mis dedos y mi despedida de Ophir era así lo indicaba.