Las caminatas en las montañas mozambiqueñas de Gurué fueron una experiencia mucho más humana que paisajística. Después llegó el cruce a Malawi y su inmenson lago, los animales salvajes de Liwonde y los últimos y melancólicos días en Blantyre y Johannesburgo. Llega el final, la despedida y el regreso a Europa. Mis crónicas en directo de mi viaje de dos meses por el sur de África llegan a su fin:
5 de abril, Cape Maclear, Lago Malawi (Malawi), Fat monkey hostel
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Me tiré una hora escribiendo una crónica y no se cargó. Vaya tela.
Ya llegué a Malawi después de pasar la prueba del norte de Mozambique, la zona más dura para viajar en el sur de África.
La gente nos ha acogido en sus casas, nos ha dado de comer y cenar a cambio de nada.
Y los niños… Algunos no han visto jamás al blanco y lloran y huyen con las madres. Pero la mayoría se acercan fascinados, con miedo, y nos gritan «¡macunha!» (así llaman al hombre blanco). Si paramos la marcha y nos volvemos, salen corriendo asustados. Si ven q no les sigues, paran y vuelven a seguirte, riendo y con los ojos bien abiertos.
Las montañas tienen formas impresionantes. Todas distintas. Algunas inexpugnables paredes verticales, otras redondeadas. Todas verdes. Valles, ríos, cascadas… Y todo salpicado por un sinfín de casas de arcilla roja. Los caminos están vivos. La gente se mueve de aldea a aldea andando o en bici, siempre llevando algo pesado.
Los últimos días de viaje hacia la frontera fueron durísimos por el calor, las esperas y las carreteras inexistentes. No dormimos casi nada en la montaña, ni después, y, al llegar a Malawi, espectacular la gente y la vista del lago desde la parte de atrás de la furgoneta que nos llevaba. Naranja el cielo y dos arco iris superpuestos.
Hoy mismo he estado viajando en la parte de atrás de un camión sentado en un saco de arroz y las piernas atrapadas por otro de carbón mientras dormía a un bebe negro en mis brazos porque la madre me lo dio para agarrarse al borde del camión.
Así es Africa… ¡and I love it!
6 de abril, Cape Maclear, Lago Malawi (Malawi), Fat monkey hostel
En África tiempo y espacio es relativo. Los africanos no dan importancia a estos términos.
Nadie lleva reloj. Los móviles no marcan la hora. Los occidentales vivimos atados a un horario, los africanos hacen del tiempo su juguete. En Ilha de Mozambique quería jugar un partido de fútbol con los locales y pregunté a qué hora tenía que estar allí. Bruno me dijo que a las 3. Eran las 3.15 en mi reloj. Cuando se lo dije, me contestó: » pues a las 4, cuando baje el sol«.
Las distancias se miden a ojo de mal cubero. En las preciosas montañas del norte de Mozambique nuestro anfitrión Namuli nos vio partir de su casa con apenas equipo y sin comida para recorrer los 2 kms que, según él, nos separaban de la base del monte sagrado Namuli (sí, el jefe se llamaba igual que la montaña): un macizo espectacular de 2400 metros.
Pensábamos llegar a la villa de la falda de la montaña (a 1700 metros, de los cuales ya habíamos subido 1600) y subir y bajar el mismo día.
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6 horas y 15 kms bajo un sol inclemente después, llegábamos a la aldea muertos. Nos tuvimos que quedar allí, en casa de la reina de la montaña. Estábamos helados de frío, acostados sobre una estera en el duro suelo de piedra. No dormimos un minuto.
Namuli nos recibió con alegría y preocupación al día siguiente. Nos habían estado esperando la noche antes. Dos kilómetros… Nos hizo comida, cena y nos regaló caña de azúcar mientras sus hijos nos rodeaban fascinados. No nos cabía más suciedad encima pero no te permitían que nos sentáramos en el suelo. Tenían una silla o banco siempre listo. Y no pedían nada a cambio.
Ellos no miden tiempo o distancia, pero tampoco su hospitalidad y calidez se puede medir por los estándares del oeste.
Se reían cuando partíamos la dura corteza de la caña de azúcar con los cuchillos. Ellos utilizan sus grandes dientes, blancos como perlas y con la consistencia del diamante.
Me voy a bañar en este lago donde los peces son de colores tropicales y hay montañas de cientos de metros emergiendo de sus aguas. Inmenso el Malawi.
16 de abril 2013, Johannesburgo (Sudáfrica), hostal en las afueras.
Estoy en Johannesburgo, mi última noche en África… Por ahora.
Mañana cogeré un vuelo a Londres por la noche y diré adiós a este continente que me ha dado tanto en tan poco tiempo. Las semanas han pasado volando y han sido nada más y nada menos que 8, pero parece que fue ayer cuando llegaba a la cálida Ciudad del Cabo y respiraba, por primera vez, el aire africano.
Sin embargo, cuando leo las páginas de mi diario y recuerdo lo vivido, parece que haya pasado en estas tierras mucho más tiempo del que en realidad fue.
Malawi demostró el por qué del calificativo que le dan en varias websites: «África para principiantes». Y lo es. Carreteras muy decentes, gente amabilísima, turistas (demasiados para mi gusto..aunque para mí, uno ya es demasiado), un lago donde soñar con los paisajes y las puestas de Sol; muy barato, nada de violencia… O sea, que para mí, un poco descafeinado.
Es más difícil encontrarse en lugares donde eres el único blanco, la gente apenas habla el idioma del colonizador de turno (el idioma del maldito imperio británico en este caso) y te es difícil moverte, pero fácil hacerte querer.
Fueron 10 días entre el lago Malawi, el parque de Liwonde y la ciudad de Blantyre, donde quedé atrapado por 5 largas jornadas arreglando temas burocráticos de visados y demás.
Y después 36 horas de bus, cruzando 3 fronteras, para llegar a Johannesburgo, una urbe monstruosa en la que no te pierdes nada si duermes todo un día para recuperar fuerzas. Aun así, a las 6 am ya estaba despierto en la litera que comparto con un mastuerzo sudafricano de mediana edad que ayer, medio borracho, se quejaba de lo complicado que es ahora para los blancos conseguir un trabajo decente en el país. Vamos, una apología de lo bien que estábamos con el Apartheid. Con dos cojones.
A las 6 am… Llevo un mes despertándome a esas horas, con el Sol. Pero añoro mucho el hacerlo dentro de mi saco de dormir, en la tienda de campaña que filtra los primeros rayos del inclemente Sol africano.
Al abrir la cremallera me he encontrado con: montañas de formas imposibles en Mozambique; arena de playa y mar; jungla en Liwonde mientras los hipopótamos braman en el río a 50 metros de distancia; a mi gran amigo Ophir calentado unas gachas que serían nuestro desayuno; al gran anfitrión Namuli alimentando las gallinas de su corral; las plantaciones de té de Gurué, … Esa luz africana que te ciega desde primera hora del alba, te llena de energía. Una luz antigua. Tan antigua como los primeros hombres que caminaron por la Tierra.
Y toda África despierta con el alba y duerme con la oscuridad.
Mañana, en la oscuridad de la noche, saldré hacia Europa. Tengo ganas de gozar de la primavera alicantina, mi estación preferida. Pero miraré las fotos, leeré mis palabras en papel, recordaré vívidamente mis diapositivas mentales de África… Y sé que desearé con todas mis fuerzas tener dos cuerpos y dos vidas para poder volar a África con mi otro yo.
Pensé que Sudamérica siempre tendría la posición de honor en cuanto a regiones del planeta que me impresionaron, pero la respuesta está siempre en la cuna del hombre. África es muy grande, tan grande que nadie puede imaginarla. Los libros ayudan, los documentales le dan color, pero sólo quien la vive puede entender lo que es África.
Y simplemente he rascado un poco en su superficie. He dibujado unas ondas con los dedos del pie, pero ahora quiero zambullirme. Queda mucha África y espero que a mí me queda mucha energía para regresar muchas veces.
Ahora volveré a casa y escribiré decenas de artículos sobre todo lo vivido. A través de ellos espero revivir la experiencia y poder transportarme por unas horas a este lugar donde la gente aún se mueve por principios nobles y se guía por su corazón.
África es su gente. Los paisajes sólo son un bonus, un accesorio. Quien haya estado de safari en Kenya, o viendo las cataratas Victoria, pero no se haya perdido (montado en la parte trasera de algo con motor que debería haber sido retirado de circulación en 1950) entre aldeas donde la gente te mira sorprendida y te invita a comer con ellos… No ha estado en África. Queda muy bien comentar a tu grupo de amigos: «¡me fui de safari!«. Éso no es África.
África es mucho más puro que éso.
Se me acaba el tiempo en el ordenador. Será mi último mensaje desde aquí. Melancolía pura.
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África me ha atrapado con la fuerza de mil leones. Aquí me espera esta tierra, y a ella volveré.
Tambien vale la pena conocer Zimabue. tenemos de todo aqui y no hay tantas turisticas como en Sudafrica. Ahora la situacion politica en el pais esta mejorando.
siempre pero siempre me ha llamado la atencion el sur de africa (paises como namibia, surafrica, angola, swasilandia etc) si algun dia tengo la dicha de ir alli me gustaria conocer el pueblo zulu y una tribu (no recuerdo el monbre) que vive en el desierto de namibia es muy interesante la cultura de esa parte del continente africano
Hola
Me parece fantastico tu relato y tus fotografias muy completo y me parece increible que existan lugares donde no se conosca mucho al hombre blanco como Cape Maclear, Lago Malawi (Malawi). Con tu iformacion ya siento un poca mas cerca a este lejano lugar. Saludos.