El lago Malawi -también conocido como lago Nyasa («nyasa» significa «lago» en la lengua bantu)- es el tercero más grande del sistema del Valle del Rift africano, por detrás del lago Victoria (el más grande del continente) y el Tanganica.
Sus 570 kms de largo hace que sus aguas bañen las tierras de tres países distintos: Mozambique, Tanzania y Malawi.
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En la primera semana de abril del año 2013 me encontraba en la pequeña ciudad de Mangochi, tras haber pasado diversas peripecias tanto para cruzar la frontera entre Mozambique y Malawi como en las primeras horas en este último país.
La noche del 4 de abril dormí 12 horas seguidas para intentar recuperar unas fuerzas que me habían abandonado durante las últimas jornadas de extenuante actividad. Por fin encontraba una cama en condiciones e inalcanzable para los mosquitos debido a la protección de una mosquitera en condiciones.
Al día siguiente me desperté con renovadas energías y volví a sumergirme en África. A las 9 ya estábamos metidos en una furgoneta colectiva rumbo a Monkey Bay, el pueblo donde habríamos de tomar otro vehículo que nos llevara al famoso Cape Maclear.
Al recuperar las fuerzas también recuperé mi ansia de empaparme de todo lo que me rodeaba. Observaba por la ventanilla de aquel vehículo destartalado cómo bullía la vida entorno a la carretera. Mejores que las que encontramos en la mayor parte de Mozambique, las carreteras de Malawi estaban bastante bien asfaltadas y eran transitadas por un número mucho mayor de vehículos motorizados y bicicletas. La gente transportaba cañas de azúcar, sacos de legumbres, bolsas con mazorcas de maíz, bebidas, gallinas… De todo. Otros caminaban con herramientas agrícolas al hombro. Aquellos vendían lo que podían a los lados del camino, sobre telas puestas en el suelo que a veces sólo exhibían un batiburrillo compuesto por un puñado de pilas, linternas, tomates, cebollas y latas de conserva. A veces pienso que es una forma de pasar el día como otra cualquiera. Se sientan, charlan con sus vecinos, venden alguna cosa, comentan sobre los vehículos que pasan… Vida africana.
Llegamos a Monkey Bay y pagamos los 800 Kwachas (MWK) al conductor. Allí, un hombre nos ofreció llevarnos en la caja descubierta de su pequeño camión. Ophir y yo fuimos los primeros en subirnos pensando que iríamos anchos. Pero no. Menos de una hora más tarde mis piernas estaban aprisionadas entre un saco de carbón y otro de patatas y sostenía a un bebé negro en mis brazos. Su madre y el resto de pasajeros me miraban con cara de cachondeo mientras yo contribuía al ambiente de jolgorio general gritándoles: «I am his white uncle!«.
Así llegamos al resort de Fat Monkey, a orillas del lago Malawi.
Mi primera impresión fue bastante desalentadora. No es que el lugar fuera un antro o reinara el caos y la suciedad. No. De hecho, creo que fue éso lo que me decepcionó. El Fat Monkey – e, imagino, la mayoría de resorts situados alrededor del Nyasa – es un reducto turístico aislado de la verdadera África.
Después de un mes perdido por toda la geografía mozambiqueña me resultaba extraño estar de nuevo rodeado por caras blancas, bares al estilo europeo con cervezas de todo el mundo, cócteles variados y hamburguesas en el menú, carteles en inglés anunciando la happy hour. Aunque nadie tenía la culpa, no me gustaba todo aquello.
Nos quedamos tres días en una tienda de campaña clavada en la arenilla del Fat Monkey. Necesitábamos reponer fuerzas porque Ophir sintió fiebre nada más llegar y nos temimos lo peor. Él no tomaba ningún profiláctico contra la malaria y apenas guardaba precauciones contra las picaduras de mosquitos por las noches. Sin embargo, todo se quedó en un susto.
Durante los días en el Malawi intenté estar en el resort el menor tiempo posible.
Cape Maclear es un pequeño pueblo que bulle de vida al alba. Las primeras horas del día son aprovechadas por sus habitantes para acercarse a orillas del lago y comenzar sus quehaceres. Muchos se bañan, completamente desnudos, usando sus pastillas de jabón. A unos metros unas mujeres lavan a sus bebés y las ropas, casi al mismo tiempo. Un poco más allá, en la zona de rocas, unos hombres con cara aburrida intentan hacer morder el anzuelo a algún pez que sirva de sustento familiar unas horas más tarde.
Las calles interiores tienen menos vida. El suelo es de tierra y el Sol comienza a calentarla despiadadamente desde muy temprano. En el mercado encuentro aguacates, tomates, cebollas y otras verduras y frutas y hago la compra diaria. El primer día caímos en la hamburguesa, pero después volveríamos a cocinar con productos locales.
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Algunos adultos nos saludan al pasar y algún niño me persigue gritando cosas en su propia lengua ininteligible. Pero no son muchos. Aquí están más acostumbrados al hombre blanco que en las montañas de Mozambique. De nuevo me invade la añoranza de la Terra da boa gente. Amo Mozambique.
En las horas de máximo calor me baño en el lago a pesar del peligro de la bilharziasis (o esquistosomiasis). Esta enfermedad es transmitida por unos gusanos que se encuentran en las aguas estancadas (o con poco movimiento) del continente africano. Se introducen en nuestro cuerpo a través de la piel, así que hay poco que se pueda hacer salvo no bañarse. A más de 30 grados, yo opté por sí hacerlo ya que aquí están muy acostumbrados al tema y en todos los resorts tienen unas pastillas que matan al gusano en caso de haberlo contraído. Son pocas y baratas aunque hay que seguir tomándolas hasta unas semanas después de haberte bañado en alguna zona de riesgo.
Una isla emergía de las profundidades del lago justo enfrente de nuestra playa. Estaba totalmente cubierta de verde y tenía muchas hermanas repartidas por los 29.600 km cuadrados que tiene el Nyasa.
Son muchas las actividades que se ofrecen a los turistas, siendo el buceo con tubo o bombona y el paseo en kayak las más populares entre el público.
Con una profundidad media de casi 300 metros, el Malawi es una fuente importantísima de comida para los habitantes. Peces de colores atraen a los turistas de la misma manera que a los pescadores.
Con el kayak puedes alcanzar a golpe de remo las misteriosas islas deshabitadas que pueblan el lago.
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Nuestros días en Cape Maclear transcurrieron en absoluta calma mientras otros viajeros nos recomendaban ir a la zona de Nkhata Bay, una de las más populares del lago. Mi rumbo no iba en esa dirección y el lago no me había conquistado lo suficiente como para alterarlo. Mi siguiente parada, Liwonde, volvería a meterme en la naturaleza de lleno, pero ya nada volvería a ser como en Mozambique.
Es que Mozambique me pareció mucho más África! Después de eso, Cape Maclear queda un poco descafeinado.
Saludos!
A mí me pasó lo mismo con CapeMacClear. Me decepcionó un poco. Y como tú soy una fan de Mozambique