Como en las antiguas series americanas, me toca comenzar el post con el clásico: «en el pasado episodio…»…Habíamos llegado a la mitad de nuestro descenso con la balsa por el río Klara, en la región de Värmland, Suecia.
Israel y yo aprovechamos la tranquilidad del momento para darle uso a la canoa que llevábamos atada a la balsa.
La canoa se maneja de manera muy sencilla. La persona que está sentada en la parte de atrás debe ser la que tiene un poco más de experiencia porque ejerce las funciones de timón y debe indicar a su compañero en qué dirección remar. Os aconsejo incluir este complemento en vuestro paseo en balsa por el Klara.
Isra y yo nos movíamos bastante rápido por las aguas del río e incluso podíamos ir contracorriente con bastante facilidad, debido a la escasa fuerza de la misma.
Sin embargo, la balsa, con dos remeros menos, quiso meterse en una zona de vegetación abundante cerca de la orilla. Desde la canoa vimos a todos los que quedaban sobre ella tirándose al suelo como si de un ataque aéreo se tratara, para esquivar las ramas de los árboles. En uno de los ataques, el bueno de Pantani se dio con una de nuestras pértigas que descansaban sobre el techo de la especie de tienda de campaña que teníamos a bordo. El resultado fue un pequeño corte en su reluciente calva. Ya no tan reluciente como la mía por culpa del hilillo de sangre que la decoraba.
Al ver el desastre volvimos a la barca y ayudamos a remar mientras Maria iba preparando la comida con el pequeño quemador que teníamos. Nuestro menú estaba compuesto por albóndigas de lata, ensalada y bebidas varias.
La compañía también ofrece la posibilidad de comprarle comida a ellos para el trayecto. Esto puede ser útil cuando son travesías algo más largas aunque os indicarán dónde podéis parar cerca de tiendas de comestibles a lo largo del río.
Cuando ya se calentaban las albóndigas el quemador se volcó y llegó el gran momento del día. Uno de los troncos comenzó a arder con una pequeña llama y Maria nos reclamaba: Water! Water!. El gran Pantani estuvo más rápido de reflejos que los demás y miraba alrededor buscando algo de agua para apagar la llama. Sus ojos rodaban por la escena a la vez que se oían los chasquidos de su cerebro buscando la solución acertada. Su mirada traslucía la ansiedad justo cuando dio con la solución: cogió el termo del agua caliente y vertió su contenido sobre el tronco.
Fue una solución de número 1 teniendo en cuenta de que estábamos rodeados de millones de litros de agua fría.
Éso sí, las risas que nos dio esta anécdota por el resto del viaje -y aún hoy- no se pagan ni con Mastercard. ¡Eres el más grande, Marco!.
Dimos cuenta de nuestra comida -las albóndigas flotaban en el agua, por cierto- mientras contemplábamos el paisaje plácidamente. Otro ataque de los árboles nos llevó a tirarnos todos al suelo mientras una rama barría la superficie de la caja que hacía de mesa y tiraba parte de la comida y una cerveza sobre un servidor.
Las cosas a esquivar en el río son los bancos de arena y los remolinos. Cuando te metes en el primero puedes usar la pértiga, pero para el segundo hace falta mucha fuerza y técnica para salir.
Nos metimos en un remolino ya cerca de nuestra meta. La balsa se movía río arriba y cuando volvía a iniciar el descenso remábamos los seis con todas nuestras fuerzas para poder salir de las garras del remolino. No conseguimos superarlo hasta el quinto o sexto intento, cuando ya estábamos exhaustos.
Un par de curvas y maniobras más tarde llegábamos a la playita que se forma en Björkebo.
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Allí fue donde Israel y yo saltamos al agua para probarla y además atar nuestra cuerda a un árbol para poder atracar en nuestro punto de destino.
Suelo tener la costumbre de bañarme en casi todas las playas, lagos y ríos que me encuentro en mis viajes pero tengo que reconocer que aquí la machada fue especial. La temperatura del agua rondaba los 10 grados y noté una presión sobre el torax durante los escasos 20 metros que nadé hasta la orilla. Eso me pasa por machito.
Una vez asegurada la balsa a la orilla comenzamos la labor de desmontarla.
Se te parte el alma cuando te toca desarmar algo que te ha costado tanto construir. El proceso es muchísimo más rápido que el inverso y, en cuestión de una media hora, ya estaban todos los troncos haciendo su camino por separado hasta la presa que había unos 50 metros más abajo. Imagino que respiraban alegres tras estar tan apretados durante casi un día, pero seguro que algunos habían hecho una buena amistad que les llevó a llorar su separación tanto como a nosotros.
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Fue un gran día de risas, deporte, naturaleza y compañerismo. Ya sabéis, cuando vengáis a Värmland dejad paso a vuestro yo más aventurero y vivid la aventura de bajar el Klära en una balsa de madera hecha con vuestras propias manos. Una aventura inolvidable.