Sopela, Sopelana, La Salvaje… Esta playa de la comarca de Uribe tiene diversos nombres pero, quizá, el de «La Salvaje» sea el que más se ajusta a su belleza paisajística.
Nos comentaba el bueno de Fran, nuestro monitor de surf, que cuando uno contempla los verdes montículos que enmarcan la larga playa de arena marrón, puede pensar que se encuentra en Nueva Zelanda, Australia o cualquier otro lugar del estilo, donde la naturaleza es la reina indiscutible. Y tenía toda la razón.
Pero no sólo la belleza de la playa de Sopelana atrae a los viajeros. Sus condiciones naturales la hacen más que propicia para practicar el surf y el parapente, convirtiéndola en una parada obligatoria para los amantes de estos dos deportes de aventura.
Tuvimos la suerte de poder disfrutar de ambas experiencias.
Surf en Sopelana
Como soy un poco inútil y no me quiero dar cuenta de que llega una edad a la que es mejor no realizar determinados deportes de riesgo, hace unas semanas jugué al fútbol sobre cemento, llevando unas zapatillas que me venían algo grandes, y me pegué un buen tortazo. Por culpa de ello me hice una lesión en la muñeca y, aunque me puse el neopreno y me metí en el agua con la tabla de surf que me dio Fran, no pude practicar uno de los deportes más divertidos que he probado jamás.
Cogí dos o tres olas, pero al intentar ponerme de pie tenía que cargar todo el peso del cuerpo sobre mis muñecas y no pudo ser.
Me salí a la arena y me dediqué a ver el progreso de mis compañeros bajo las instrucciones de Fran. Este tipo, que se acordó de mí nada más verme (estuve haciendo surf aquí hace año y medio), me sigue pareciendo lo más cercano al intento fallido de criogenización de Walt Disney. Con la salvedad de que en este caso salió bien.
No voy a decir su edad, pero es mayor de lo que aparenta. Una prueba más de los beneficios del surf y los hábitos surfistas.
La tarde estaba tranquila y las olas eran más bien pequeñas. Perfectas para aprender.
Laura, Gonzalo, Xipo, Miguel y Claudia aprovecharon el par de horas que Fran nos dedicó para dar lo mejor de ellos sobre – o bajo, en la mayoría de las ocasiones- las olas del Cantábrico. Equilibrio, habilidad y fuerza juegan aquí a partes iguales, pero es algo que lleva tiempo aprender si ya no lo aprendes cuando eres niño.
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En esta ocasión me tocó quedarme de fotógrafo, pero prometo que la próxima vez lo daré todo sobre la tabla.
Parapente en Sopelana
Siempre recordaré la comarca de Uribe como el lugar en el que me inicié en el mundo del parapente. Volé como un pájaro lanzándome desde lo alto del monte Jata y pude admirar la campiña vasca y el pequeño pueblo de Maruri desde los cielos. Fue una experiencia brutal que me dejó con muchas ganas de repetir.
Tuve la ocasión de hacerlo tan sólo un mes después de mi primer vuelo. Me lancé desde lo alto del puerto de Izaña, en Tenerife, para disfrutar del salto con mayor desnivel de toda Europa. Más de 20 minutos en el aire para descender los 2.200 metros que nos separaban del mar. Una pasada.
En esta ocasión, íbamos a saltar desde lo alto del verde acantilado que se asoma a la playa de Sopelana. Es el lugar favorito de aquellos que se dedican al parapente en la comarca de Uribe y en mi anterior intento se abortó por la ausencia de viento.
A las 7 de la mañana miré por la ventana y aquello parecía Mordor. Me temí lo peor. Sin embargo, sobre las 9 ya no quedaba una sola nube y el sol comenzaba a calentar a los triatletas que iban a realizar una prueba en Gorliz, donde nos alojábamos. Nos montamos en la furgoneta del gran Txapas y pusimos rumbo a Sopelana.
Menos de una hora más tarde, veía cómo dos de mis compañeras ya volaban por los aires. La mayoría de ellos probaban por primera vez y lo gozaron como nunca. Los saltos, obviamente, son en tándem y los realizamos con los experimentados monitores de Parapente Bizkaia y Parapente Sopelana, las dos mejores empresas de la zona.
A mí me tocó volar con Wiso, el parapentista con más horas de vuelo de todo Euskadi y uno de los mejores de España. Mientras estábamos en el aire, me contó que había estado trabajando y viviendo en Nueva Zelanda durante 6 años. En Queenstown, la meca mundial de los deportes de aventura, perfeccionó su técnica y, para más inri, conoció a su actual mujer, una vasca, porque el amor entre vascos nace donde ellos quieren. Faltaría más.
Las vistas de La Salvaje desde los aires eran espectaculares y pedí a Wiso que le añadiera algo de salsa al vuelo y realizara algunos picados y tirabuzones que me hicieran descargar adrenalina. Fue una pasada. Es como estar en una montaña rusa. Después me dejó dirigir el parapente un poco y creo que fueron los minutos más peligrosos de la experiencia parapentista de Wiso. Está claro que se necesita mucha práctica para llegar a controlar la cantidad de presión que se debe ejercer en las cintas para realizar giros y demás. Me gustaría aprender, porque esa sensación de estar volando como un pájaro es algo que me gustaría tener más a menudo. Finalmente, conseguí no estamparnos contra la pared rocosa y Wiso realizó un aterrizaje perfecto. ¡Un crack Wiso!
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Si te acercas a Bilbao o Uribe, no puedes dejar de probar esta magnífica experiencia.