Cuando Peter Jackson devoraba en un tren el libro La Comunidad del Anillo -que abre la trilogía del Señor de los Anillos– se enamoró de la obra de Tolkien e imaginó en su cabeza lo que sería poder representarla en la gran pantalla. Cuando el paso del tiempo le llevó a conseguir su sueño de ser director de cine, comenzó a fraguar la que sería su obra más sonada y, como opinión personal, la trilogía más exitosa de la historia del cine -con el permiso de Star Wars-. Pero ya en aquél tren, Jackson sólo veía una parte del Mundo actual en la que hobbits, elfos, enanos, hombres y orcos podrían campar a sus anchas pensando que se encontraban en la Tierra Media creada por Tolkien. Ése país era Nueva Zelanda.
A mí, como a él -bueno, quizás en menor medida porque yo no vestí a mis amigos de orcos para rodar un corto- la obra de Tolkien marcó mi adolescencia -no digo juventud, ¡que aún tengo 31!- y me enamoró hasta el punto de leerme todo lo relacionado con la Tierra Media…y varias veces. Por ello, por artículos leídos en revistas especializadas en naturaleza y viajes y por el virus viajero que olvidaron bloquear en mi cordón umbilical, siempre soñé con ver la Tierra Media con mis propios ojos.
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Compartí la idea con mi gran amigo Rober y ambos fuimos un buen día de Febrero a informarnos sobre el billete. Cuando llegamos a la oficina de viajes vimos los carteles anunciando vueltas al Mundo a precios casi similares al ida y vuelta a Nueva Zelanda. Ahí comenzó un viaje de 5 meses desde India a Bolivia.
A Auckland llegamos los primeros días de Enero tras pasar la nochevieja en Sydney. Es un vuelo de unas 3 horas que se nos pasaron rápido. El aeropuerto es bastante moderno y me dirigí a un stand de Vodafone donde pude alquilar una tarjeta de móvil neozelandesa. Si váis varias personas por un tiempo largo o queréis mantener el contacto con amigos, familia o novia, os aconsejo el alquiler de una tarjeta SIM. El precio por todo el mes era ridículo – menos de 10 euros- y puedes recibir llamadas de forma gratuita y hacerlas o mandar sms por precios muy razonables.
Cogimos una especie de furgoneta para turistas que están fuera de la terminal y le dijimos que nos llevara al hostal que habíamos conseguido reservar en el mismo aeropuerto. En la terminal de llegadas tienen un servicio muy curioso que también encontramos en Australia. Hay puntos de turismo y alojamiento en los que encontraras anuncios sobre hostales u hoteles en un tablón y cabinas desde donde poder llamar gratuitamente para reservar. Nuestro hostal no estaba nada mal y pagamos unos 12 euros por noche. Lástima que no os pueda dar el nombre porque en aquella época no viajaba con espíritu bloggero y escribía en mi diario de bitácoras sobre sensaciones y emociones más que datos objetivos.
La ciudad es limpia, de avenidas anchas y moderna, pero no tanto como Sydney. En cierto modo, éso me gustó mucho. Tras 2 meses de viaje, comencé a echar de menos el viejo Dublín y, en ciertos aspectos, Auckland me recordaba un poco a mi casa adoptiva.
Pasamos un par de días esperando a nuestro tercer amigo que se nos uniría para pasar 4 semanas explorando el país. La zona del puerto está animada con algún bar y restaurante que otro y por supuesto debes hacerte la foto de rigor desde la Sky Tower. La vida nocturna es también bastante animada pero, teniendo en cuenta la belleza exuberante de todo el país, mi recomendación es que paséis el menor tiempo posible en las ciudades.
Recogimos a Óscar en el aeropuerto con nuestro Toyota Corolla del 93 de alquiler y pusimos rumbo a la Tierra Media.
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