Estando en Queenstown nos informamos de buenas zonas de trekking en los alrededores y varias agencias coincidieron en indicarnos Glenorchy como la de mayor belleza natural por la zona.
Esta pequeña población se encuentra a tan sólo 45 minutos en coche de Queenstown y ofrece todo tipo de variedad de deportes de aventura: desde el simple trekking a tu bola hasta el paseo en helicóptero, pasando por tours organizados para mostrar localizaciones del Señor de los Anillos, paseos en kayak y canyoning.
Nosotros nos hicimos con un mapa de los caminos de la zona y nos decantamos por un trekking circular en la zona de Routeburn con el que atravesaríamos los bellos bosques salvajes, ríos, lagos y montañas de la zona para devolvernos -trás 3 noches de acampada y 4 días de pateo– a la zona de aparcamientos de la que partiríamos. Dejamos las mochilas grandes en el maletero de nuestro Corolla del 93 y llevamos provisiones, 1 par de camisetas, los sacos y la tienda de campaña en unas más pequeñas.
Al poco de comenzar nos encontramos cruzando un puente colgante sobre el río y saludamos a una pareja de mediana edad que iban en dirección opuesta. Ésas fueron las únicas personas que vimos en 7 horas de trekking hasta llegar a la zona en que acampamos. Y aquí reside la grandeza de este tipo de trekkings neozelandeses: paisajes de ensueño de los que puedes disfrutar a tu ritmo y en tu mundo.
Para seguir el camino en las zonas de bosque frondoso debíamos estar muy atentos a los troncos de los árboles en los que, de vez en cuando, aparecían flechas de colores indicando por dónde seguir. Aún así es importante que alguien de la expedición tenga un buen sentido de la orientación porque las flechas aparecen separadas por distancias considerables. En nuestro caso, nuestro amigo ex-legionario y quasi-biólogo Óscar era un maestro en este tema.
Dentro del tema frikadas reconocimos -o creímos reconocer- la zona en que los Orcos de Saruman matan a Boromir en la primera parte del Señor de los Anillos. Una vez de vuelta a la civilización comprobamos en un libro sobre el tema, que estábamos en lo cierto.
Poco antes del atardecer del primer día, cruzamos un río con el agua por las rodillas y abandonamos la zona boscosa para acceder a una especie de zona llana cubierta por hierba y algunos arbustos y protegida -sólo en parte- del viento por algunos árboles. Allí había un padre con su hijo -ambos alemanes- acampados con una tienda que parecía mil veces más sólida que la que Óscar se había traído de las rebajas del Decathlon alicantino. Pero bueno, ¡pa’ lo que la queremos!- pensamos. Plantamos la tienda velozmente antes de que nuestras amigas las sandflies -o moscas-cojoneras, como se conocían en nuestra jerga- vinieran a sangrarnos y estuvimos de charla tomando unas cervecitas dentro de la tienda. En el respiradero superior de la tienda se acumulaban decenas de sandflies que buscaban cómo entrar y poder saciar su sed de sangre. Óscar decidió usar su repelente de insectos por primera vez en el viaje y…¡Quedamos boquiabiertos al ver que desaparecían casi todas las moscas al instante!. Im-prezionante, habría dicho Jesulín. Pero nada más lejos de la realidad. Aún estábamos comentando el éxito del remedio químico cuando escuchamos el primer trueno más cercano de lo que nos habría gustado y las primeras gotas comenzaron a caer. Las moscas tenían un sexto sentido para huir de la tormenta que se aproximaba.
Anocheció y tanto el viento como la lluvia arreciaron hasta llegar a bambolear la tienda entera de lado a lado. Varias piquetas salieron volando y el agua entró en la tienda formando una pequeña laguna que comenzó a inundar nuestros sacos de dormir. La situación era insostenible. De la tienda de los alemanes no nos llegaba la menor ayuda y los 3 permanecíamos despiertos, mojados y helados de frío intentando decidir lo que íbamos a hacer. Decidimos salir por piernas en cuanto llegara un amanecer que parecía que nunca despuntaría.
Con las primeras luces -que no rayos de Sol- conseguimos salir de lo que otrora fuera nuestra tienda de campaña y que pereció allí mismo. La estructura interna se había partido y sólo habría supuesto un estorbo el llevarla con nosotros. Además, habíamos decidido suspender el trekking y volver por el camino del día anterior. La intensa cortina de agua que seguía barriendo el mundo no nos dejó ver el río hasta que casi metimos el pie en él. El caudal había subido de manera desproporcionada pero intentamos cruzarlo con las mochilas en alto y el agua casi por el cuello. Habíamos recorrido 8 ó 10 pasos cuando nos dimos cuenta de que la corriente en la parte central era realmente peligrosa y el suelo irregular y lleno de piedras de gran tamaño y troncos sumergidos.
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Era muy arriesgado, así que nos dimos la vuelta y comenzamos a correr bajo la lluvia para descubrir que los alemanes ya no estaban en la zona de acampada. Estábamos solos, sin tienda, con los sacos impracticables y la lluvia arreciaba…aunque parecía que quería remitir…
Gracias Chui, la segunda parte no tardara en llegar!:)
Me ha molado mogollón este post!!!