Nunca he sido un fan de los viajes organizados. Cuando Viajes Estiber -una de las agencias con mayor presencia y experiencia del sector del turismo de nieve- decidió invitarnos a probar su Cool Experience de fin de semana en Andorra, he de reconocer que partí con un cierto escepticismo.
En la barcelonesa estación de Sants conocimos a los que iban a ser nuestros guías para esta aventura, Lilian y Alex. Desde el principio, la entrega y actitud de estos chicos, la sensación que te transmitían de que lo importante eras tú, me ganaron rápidamente y empezó a cambiar mi idea preconcebida sobre este tipo de excursiones, donde muchas veces pastorean a un grupo de hotel a monumento, como ganado. Quizás el secreto de estos chicos es que disfrutan de esta experiencia y de la nieve tanto o más que nosotros.
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Al rato, el bus se puso en marcha. Atravesando la frontera de Andorra sentí que hoy en día un puesto fronterizo en la vieja Europa comunitaria es casi una reliquia que te transporta a tiempos pasados, a películas de la Guerra Fría e imágenes de la infancia.
Andorra es un curioso país pirenaico que mezcla estampas de un pasado medieval con la modernidad de sus comercios y suburbios industriales. Una única mezcla de naturaleza y consumo.
Nos dirigimos a nuestro hotel situado en La Massana, un pueblo de casi once siglos de antigüedad que, desde hace 60 años -con la apertura del país al turismo-, se ha ido transformando en un moderno complejo turístico de montaña donde todavía sobreviven algunas construcciones que nos evocan su remoto pasado.
El hotel Rutllan , un pintoresco chalet a pocos metros de la cabina de acceso a las pistas, tiene una decoración rústica y un ambiente cálido y confortable. No tengo criterio en este sentido pues la mayoría de los alojamientos de mis viajes son precarios albergues de mochileros. Así que yo me encontraba a mis anchas en este lindo hotel pirenaico.
Después de una cena -quizás demasiado copiosa- y unas cuantas charlas y risas, me fui directo a la cama con los dedos cruzados para que el clima, al día siguiente, fuera óptimo.
Pal es una pequeña estación de suaves pendientes que discurren entre profundos bosques, es un sitio ideal para todos aquellos que quieran disfrutar de su primer contacto con el esquí.
El día no acompañaba -lluvia y nieve- pero fue una suerte que sí nos acompañara el director de la estación, Martí Rafael, un tipo jovial y simpático que disfrutaba de cada descenso con la alegría de un escolar.
El esquí fuera de pista, a través de los bosques, en el pirineo no es algo fácil de encontrar. La suerte de tener con nosotros a Martí, sobrado conocedor de la zona, nos llevó a la bajada del día. Deslizándonos a través de un hermoso y amplio bosque nos olvidamos del frío y de lo empapados que íbamos. Es una experiencia única capaz de transformar cualquier estado anímico en goce, puro y llano goce. Los gritos y risas resonaban entre pinos y abetos.
Cuando se pasó el efecto del descenso volvieron las tiritonas y nos dirigimos al calor del Pla de Caubella. En el centro del salón una enorme chimenea se convirtió en el mejor de los regalos.
Las tardes en la estaciones de esquí se suelen ocupar en largas siestas, partidas de play y algún trago ensoñando por la ventana sobre el dia siguiente. Bueno, no siempre tiene que ser así.
Una de las ventajas de Andorra es su amplia oferta de servicios. Meca del comercio en los años 80, sigue estando plagada de tiendas que hacen aplacar cualquier ansia consumista. Neones y gente le dan una peculiar vidilla a la avenida Meritxell, arteria principal de la capital andorrana. Los precios son 16% más baratos que en España y la gama de productos -especialmente en deportes de montaña, pero también en gafas, perfumes y electrónica- es posiblemente mayor.
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Para gente que no quiera perderse en esta odisea comercial, existe un complejo termal llamado Caldea donde pasar la tarde entre saunas, jacuzzis, masajes y aceites que den al guerrero de las nieves un merecido descanso.
Así, después de una atípica tarde de viaje de esquí, nos dirigimos a la Borda del Avi. Una borda es un nombre genérico utilizado en el Pirineo para la edificación empleada generalmente para resguardar el ganado o para almacenar productos agrícolas, especialmente comida para los animales. Con el paso del tiempo muchas de estas edificaciones fueron abandonadas pero algunas de ellas han sido restauradas y convertidas en peculiares estancias que dan vida a restaurantes y hostales. Sólo echar un vistazo a su interior ya merece la pena y de su comida, local y casera, destaco la escudella andorrana y las carnes a la brasa que nos sirvieron al final.
El autobús nos esperaba afuera para llevarnos al Buda Bar de Andorra, un local con atmósfera chic. Después de tomar una copa de champagne, cortesía de nuestros anfitriones, el cansancio se apoderó de mí y decidí irme apenas la pista se empezaba a llenar de gente que celebraban, sin saberlo, el día que estábamos a punto de vivir.
Al día siguiente amanecí en un Grandvalira enterrado completamente en nieve fresca.
El paisaje de camino a la estación era sobrecogedor, con riachuelos discurriendo entre parajes encantados. Me pegué a la fría ventana buscando alguna niña vestida de rojo seguida por un lobo negro. Una tremenda nevada tiene esta capacidad de convertir algo común en mágico.
El cielo se abrió y la estación se transformó en el escenario idílico de cualquier amante del esquí. Los kilómetros de montañas enterradas en nieve se abrieron ante nuestros ojos como un enorme parque de juegos y posibilidades. Tuve suerte y Alex, un experimentado fotógrafo, me apadrinó en esta aventura en la que apenas pisamos la pista más que lo justo y necesario.
Este día fue un regalo de los dioses. Hundidos en nieve, cada bajada, cada giro, se transforma en placer. Todo es posible, y si fallas un profundo manto de polvo te aguarda como un cálido colchón. Son los días como éste los que te recuerdan, si es que lo has olvidado, porque amas este deporte.
El Pi de migdia, restaurante de pistas que debe su nombre a que era la sombra del pino en mediodía la que indicaba a los pastores de la zona la hora de comer, fue el punto de reunión del grupo. Allí, alrededor de la mesa, comentamos las sensaciones alucinantes que nos había brindado la jornada.
La Cool Experience de Viajes Estiber se aproximaba a su fin.
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Echo la vista atrás mientras emprendemos el camino de regreso a Barcelona. Ahí se queda todo un mundo de sensaciones y experiencias y me pregunto cuando podré volver a estas montañas… Incluso, por qué razón me voy. La película ya ha comenzado y el ronroneo del autobús me adormece.