
“Con todo lo que he invertido en su iglesia, y en las torres que sobresalen en la ciudad, debería verlas desde aquí” dicen que se quejó el Rey Carlos V ante los costes de la Iglesia de San Francisco en Quito. Sin embargo, el fruto del dinero invertido en las varias décadas que llevó su construcción – con una importante mano de obra indígena – desde 1534 es realmente colosal.
El conjunto de Iglesia, Convento y Museo ocupan por completo uno de los lados de la ahora empedrada Plaza de San Francisco. La construcción se hizo en este lugar por la importancia para los indígenas del mismo, pues aquí las culturas prehispánicas habían tenido edificios de su corte militar. Y una de las maneras que tienen una religión de convertir a los fieles de otra es ofrecerles lugares para los nuevos ritos donde antes acudían a los viejos.
El hecho de que las obras se dilataran en el tiempo supone que se pueden ver varios estilos arquitectónicos en el conjunto y varias fases de construcción. Además, la actividad sísmica provocó en diversos momentos de la historia daños en la estructura que obligaron a reconstrucciones, algunas veces reemplazando lo destruido con estilos distintos.

De las tres partes del conjunto, el Convento es aún hoy hogar para 35 frailes franciscanos por lo que no todas sus estancias pueden ser visitadas, más allá de su ajardinado patio interior.
En uno de sus laterales está desde 1995 el Museo del Convento (“Museo Fray Pedro Gocial”), a cuya entrada (además de un cartel que prohibe hacer fotografías desde ese punto) se encuentra una maqueta de la fachada del conjunto. Si uno no conoce la leyenda, se sorprenderá al observar que frente a la puerta principal hay varios diablillos atareados y un indígena.
El motivo de que estén ahí es una historia, obviamente no comprobada, según la cual Cantuña, el indígena al que se le había encomendado y pagado una parte de la obra, estaba apurado porque no conseguiría acabarla a tiempo. Una noche se le apareció el Diablo y acordó con Cantuña que un ejército de diablos la terminarían en una sola jornada a cambio del alma del indígena. Este aceptó pero, para no entregarla, escondió una piedra con lo que al término del plazo la construcción no había sido técnicamente finalizada, invalidando así el acuerdo.


Hay que hacer notar, y esto sí que está comprobado, que los franciscanos crearon un taller de artes y oficios para acompañar las enseñanzas religiosas con otras más idóneas para labrarse un futuro. El espíritu práctico no estaba reñido con los altos ideales, o viceversa.
Más allá de leyendas, en el interior del Museo se guardan centenares de piezas de obras de arte de varios siglos de antigüedad, incluyendo preciadas esculturas de la Virgen y ejemplos de la afamada Escuela Quiteña. Cuenta con exposiciones temporales y permanentes, destacando entre estas últimas la Sala del Alabastro (donde este material es la base sobre la que se pinta), la de la Procesión de Semana Santa y, sobre todo, la Sala Mariana con vistosas y valiosas obras de la Escuela Quiteña entre las que destaca la Virgen Inmaculada del autor Bernardo Lagarda.
Conviene acercarse al lateral izquierdo del patio y subir las escaleras de piedra, pasando por delante de la “Genealogía de la Orden Franciscana” (siglo XVI) que ocupa toda una alta pared. En el siguiente piso, antes de la zona cerrada donde trabajan los restauradores, hay que subir las últimas escaleras que dan acceso al Coro de la Iglesia de San Francisco.

El coro merece la pena verse por sí mismo, con sus bancadas de madera adornadas con imágenes de santos y sus preciosos techos. Pero también es un privilegiado balcón para asomarse al interior de la iglesia de San Francisco, de la que se obtiene una completa perspectiva de su nave central, su artesonado barroco en el techo y su altar mayor.
No hay acceso interior a la Iglesia de San Francisco, así que hay que salir del Museo, girar a la derecha y caminar una decena de metros. El edificio ha sufrido varios vaivenes constructivos en el tiempo y por ejemplo sus torres actuales datan de 1893 y sustituyen a las que se destruyeron en un seismo o el techo de su nave central también sustituye al original.


En educado respeto avanzo por el pasillo y me siento en uno de los bancos de las primeras filas, cerca del púlpito. Ante mí se despliega el fausto más mundano con la excusa más divina, el pan de oro y las imágenes santas. Y no podía faltar el ritual del moderno feligrés, la foto del altar con el móvil (o el celular como le dicen aquí).
Sonrío para mis adentros, contemplo la belleza, que no entiende de creencias, y dejo que a mi mente cale el ambiente sereno que me rodea. Mientras afuera, en la Plaza, las palomas aletean y los niños las persiguen alegres, en la Iglesia de San Francisco estoy en otro mundo, de fe y recogimiento que diseñaron hace varios siglos unos frailes franciscanos y unos artistas indígenas.
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Puedes obtener más información sobre el Museo en la página web del Museo Fray Pedro Gocial en Quito
El Museo abre de lunes a sábado (de 9 a 17:30) y los domingos por la mañana (de 9 a 12:30), y el precio para los extranjeros es de 2 USD para adultos y 1 USD los niños. Hay guías oficiales gratuitos pero que, como oportunamente indica el cartel de la entrada, agradecen las propinas.
La Iglesia, Convento y Plaza de San Francisco en Quito en Google Maps