Cuando los grandes de Chipi y Carlos, de Bikefriendly, vieron mi nombre en el listado de periodistas que acudirían al viaje a la comarca de Sobrarbe debieron mirarse, sonreír y decidir que me pondrían en el grupo de prensa especializada en ciclismo. Querían verme sufrir. ¡Os quiero, chicos!
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Pongámoslo así: vendí mi coche hace 3 años y en mi ciudad natal, Alicante, me muevo siempre en bicicleta… Para recorridos cortos. Voy a las playas de alrededor, alguna salida algo más lejos… Y poco más. Nada que ver con lo que haría en Sobrarbe.
Sin embargo, es cierto que en mi anterior viaje con Bikefriendly a Segovia conseguí completar las dos rutas largas, aunque al final de la primera estaba al borde del calambre. Guiados por esta carta de presentación, Chipi y Carlos decidieron incluirme en las 3 duras rutas que tendríamos el fin de semana.
Acompañaría a Gonzalo, del blog de ciclismo El Tío del Mazo, y Esteve, un crack sobre la bici, la moto, crítico de música, director de la revista Mountain Biker y un gran chaval con buen sentido del humor y mejor conversación.
Con tal equipazo, nos dispusimos a salir la mañana de un sábado, desde las magníficas instalaciones del hotel Barceló Monasterio de Boltaña.
Ruta 1: subida al cañón de Añísclo
La máquina (o bicicleta) que me dieron Carlos y Raúl (socio fundador de Bikefriendly) era lo que comúnmente se viene llamando, «un auténtico pepino«.
Ni siquiera la Cannondale que me dejaron para realizar las rutas en Segovia se podía comparar. Comprobé lo ligera, manejable y estable que era mientras me daba una vuelta por el aparcamiento del hotel.
Al rato, cargamos las cinco bicicletas en la furgoneta y condujimos desde Boltaña hasta el cercano pueblo de Torla. Antes, en Broto, habíamos dejado a Raúl y Esteve, que realizarían una buena bajada por senderos, disparando sus niveles de adrenalina y escozor, al tener que atravesar, en una parte del sendero, «una barrera de ortigas» (Esteve dixit).
Nos reunimos en un cercano puente de piedra, tendido sobre el bello río Ara, y comenzamos a pedalear los cinco componentes de nuestro mini-pelotón.
El objetivo del día era ascender hasta la parte superior del cañón de Anísclo y disfrutar de unas vistas magníficas de la garganta del río y las montañas y bosques de alrededor.
Durante unos cientos de metros, pedaleamos alegremente siguiendo la margen derecha del río Ara, que fluía en sentido contrario. Después la senda se ensanchó y comenzó a «picar» (ascender, en el argot ciclista). Creo que, sin exageraros, llegué a subir cinco rampas. Con el corazón a mil revoluciones y la respiración de un ciervo herido, tuve que echar el pie en tierra y claudicar.
A Gonzalo, más metido en el mundo ciclista que yo pero que hacía tiempo que no salía a hacer rutas, le vino a visitar el Tío del Mazo unos metros antes que a mí. Paradojas del destino. Ya le dije a Gonzalo que no tenía que haberse puesto la indumentaria de su blog. El Tío del Mazo, es, según los ciclistas, ese personaje imaginario que viene a pegarte un buen golpe y te deja seco sobre la bici, sin poder dar ni una pedalada más. A nosotros nos sacudió con tal fuerza que no volvimos a montarnos esa mañana.
Yo, que soy muy cabezón, continué ascendiendo las cuestas caminando y empujando la bicicleta. No miraba atrás y tampoco paraba a descansar. Los chorros de sudor me resbalaban por la nariz y cada vez que doblaba una curva me intentaba animar… Pero no, detrás de cada curva sólo había otra rampa. Mientras, Esteve y Raúl ya debían sacarme una distancia abismal, y Gonzalo y Carlos se encontrarían detrás, pero no sabía a cuánta distancia.
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El día era soleado pero, afortunadamente, la temperatura no era demasiado alta. Además, la pista estaba cubierta por las sombras de los árboles casi en su totalidad.
Al ir más lento, pude disfrutar de las bellas vistas del valle y Torla que se abrían entre los árboles.
Tras un rato caminando, Carlos me alcanzó montado sobre su bici. A lo tonto, les había sacado algo más de un kilómetro de distancia y venía a por mí para que nos bajáramos todos juntos. Claramente, había que abortar la misión. Cuando me dijo que quedaba más de la mitad de la ascensión hasta el cañón de Añísclo, el último atisbo de cabezonería desapareció de mi mente y comenzamos el descenso. Un poco más abajo nos esperaba Gonzalo y regresamos juntos a Torla, donde visitamos su casco histórico.
Después fuimos con la furgoneta a recoger a los campeones de Esteve y Raúl, que habían coronado el ascenso de 15 km para descender luego por la otra cara.
Ruta 2: circular entre Boltaña y Aínsa
No había apenas descanso para los guerreros. Tras el ascenso (o intento) matinal al cañón de Añísclo, regresamos al hotel Barceló Monasterio de Boltaña con el tiempo justo para darnos una rápida ducha antes de comer con el resto del grupo.
Los periodistas que venían a cubrir la parte más cultural y de life style nos esperaban tranquilamente sentados a la mesa. Uno de esos momentos en los que piensas: ¿por qué me metieron en el grupo de los ciclistas?. Pero bueno, se me pasó pronto.
Recuperamos fuerzas a base de un delicioso tartar de salmón, carne de la zona y un original postre de mango y helado, que simulaba un huevo frito. Tendríamos 20 minutos de descanso en la habitación antes de montarnos de nuevo en las bicicletas y salir a por la segunda ruta del día.
Gonzalo y yo estábamos algo más frescos que Esteve, que había finalizado la etapa matinal con nota, pero aún así sabíamos que si la ruta de la tarde picaba, de nuevo tendríamos problemas.
Raúl y Carlos habían seleccionado la ruta 3 de color azul. Bikefriendly y Zona Zero (de la que os hablaré en el siguiente artículo) ha diseñado en la zona rutas de distintos niveles de dificultad, con los mismos colores que los de las pistas de esquí.
Comenzamos con un placentero paseo a la vera del río Ara. El terreno era llano y Gonzalo y yo disfrutábamos como niños de un pedaleo placentero. El color de las aguas del río cambia según la luz del sol y hace que parezca distinto en cada tramo.
Tras unos 15 minutos, el bello perfil de la ciudad de Aínsa se recortó en el horizonte. Entramos al pueblo por su parte nueva, cruzamos un puente y encaramos las empinadas cuestas asfaltadas que llevan al casco histórico. Así pasamos bajo un pequeño arco y entramos en la zona empedrada, a pocos metros de la famosa Plaza Mayor de Aínsa.
Con un rápido vistazo comprendí por qué Aínsa ha sido incluido en la lista de los pueblos más bonitos de España. Nos hicimos unas fotos, cruzamos la zona amurallada y pusimos rumbo a los campos de cultivo, retomando de nuevo las sendas de tierra. Y aquí se acabó la parte sencilla.
Tras un corto descenso, comenzamos a afrontar nuevas rampas de subida. Esta vez tardé algo más de tiempo en echar el pie a tierra. Chorros de sudor rodaban por mi nariz mientras escuchaba las arengas de Raúl, un gran motivador y tocapelotas a partes iguales. Él iba tan sobrado que podía subir las rampas empujándome. Menudo crack.
Al final, ni los empujones de Superman podían servirme y me sentí como en las rampas de la mañana. Eché el pie a tierra y comencé a caminar junto a la bici, acompañado por Carlos y Gonzalo, que esta vez iba algo más fresco que yo.
Así fuimos pasando junto a los bonitos parajes de pinos y hayas, hasta que comenzamos a descender. Pero no cantéis victoria.
El descenso no era por pista, como hasta ahora, sino por una senda realmente estrecha que exigía cierto dominio técnico, del cual carezco. Hice un poco de todo. Tramos en los que descendí (flipando) sobre la bici y otros en los que pasé caminando con cuidado entre las rocas. De nuevo me encontraba en tierra de nadie, con Esteve mucho más adelante y Gonzalo algo atrás. Raúl y Carlos les acompañaban. Pero me gustaba verme solo allí. De vez en cuando me detenía un momento a contemplar la naturaleza y tomar algo de aire a la vez que templaba los nervios. Pensaba que podía pegarme un buen piñazo, y estuve bien cerca en una ocasión en que impacté contra una roca con la rueda delantera y choqué con mi rodilla en el manillar, salvándome de salir despedido por encima de él.
Finalmente, la senda desembocaba en una pista ancha para acabar con un descenso muy pronunciado hasta el pueblo de Boltaña.
Cuando llegué al hotel, el bueno de Esteve me comentaba que había disfrutado como un niño de la bajada por la senda. Sin duda, un gran recorrido para los mountain bikers.
Yo me sentía contento y feliz. La jornada me había costado y, en parte, derrotado, pero al menos había puesto todo de mi parte y disfrutado de paisajes preciosos y pueblos de ensueño.
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Tras un poco de spa, una buena cena y un sueño reparador, estaría listo para la última prueba del domingo. Me esperaba un ascenso muy duro… Pero acompañado de una bici eléctrica todo parecía mucho más fácil.