Cuando te esperan 13 horas subido a un avión para cruzar el charco hay que armarse de paciencia. Especialmente si eres fumador como yo. Ya he notado en más de una ocasión que el mal vicio te crea una ansia especial que dificulta el sueño y cuando te fumas el primer pitillo al llegar al destino desaparece el ansia, te viene el bajón de repente y te dormirías entonces apoyado en cualquier farola.
Para viajar a la región mexicana de Baja California Sur nos desplazamos de Barcelona a Madrid en AVE para luego subirnos a un avión de Aeroméxico que nos dejó en el flamante aeropuerto internacional Benito Juarez en México DF. Al día siguiente teníamos una nueva escala que nos dejaría en el aeropuerto de San José en Los Cabos y por esta razón reservamos con antelación un hotel en las cercanías del aeropuerto.
Las instalaciones del aeropuerto de México DF son modernas con luz natural a base de orificios en la estructura, grandes pantallas de televisión en las zonas de espera y múltiples áreas donde puedes cargar tus aparatos electrónicos. Echamos de menos el uso de wifi de forma gratuita para los pasajeros como en otros aeropuertos. Todas las conexiones que encontramos estaban protegidas o eran de pago.
Nos sorprendió que desde Madrid los agentes de Aeroméxico no pudieran facturar directamente las maletas hasta San José, nuestro destino final cuya escala realizábamos con la misma compañía. No obstante, a la vuelta no tuvieron ningún problema en hacerlo.
Una vez tuvimos nuestras mochilas a la espalda nos dirigimos a la zona exterior del aeropuerto y, tras darle al vicio del tabaco, nos dispusimos a buscar señales del hotel que habíamos reservado con antelación.
Los hoteles cercanos al aeropuerto tienen su propia oficina en la terminal para realizar el transfer hasta el propio hotel. Encontramos el nuestro, Ramada, y en breves minutos nos subimos al mono volumen que nos dejó en las puertas del hotel.
Habíamos reservado la habitación a través de Booking por el precio de 60 euros. No obstante, en recepción tenían constancia del precio en pesos y al realizar la conversión, y alguna comisión más, finalmente la tarifa acabó rondando los 70 euros. Estábamos cansados tras el largo viaje y no quisimos empezar una discusión que sabíamos que no iba a llegar a ningún lado y nos dirigimos a la habitación para dejar las mochilas. Se trataba de una habitación doble con camas amplias, una falsa ventana construida en la pared y un baño espacioso. Suficiente para una noche a la espera del siguiente vuelo. El desayuno estaba incluido en el precio y por la mañana descubrimos que era generoso y con múltiples opciones para escoger incluyendo una zona grill al gusto.
Una vez dejamos las mochilas en la habitación salimos a la calle. La zona alrededor del aeropuerto resultó ser tranquila -al menos durante esas horas del día- con edificios de un máximo de dos piso. Eran las 10 de la noche, para nosotros las 5 de la mañana, y vagamos por las calles como el que no está dispuesto a volver a casa tras una noche de juerga y necesita su última copa y algo que llevarse al estómago.
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Encontramos un pequeño local regentado por una mujer que cocinaba quesadillas de carne, queso, pollo así como alambres y tacos a 10 pesos mexicanos cada uno. Fue el primer lugar donde comimos y resultó ser el local más barato que encontraríamos durante todo el viaje. Me decanté por una quesadilla de pollo. Tras comer seguimos paseando por las tranquilas calles del barrio y no podíamos celebrar nuestra llegada a México de otra manera que con una buena Corona bien fresca que encontramos en un local abierto.