Kalmar, la pequeña ciudad -alrededor de 40.000 habitantes- que duerme a orillas del Báltico, fue el destino final de nuestra visita a la región de Småland -en Suecia– realizada el pasado Junio.
LLegamos en nuestra furgoneta conducida por Karin al restaurante Kalmar Hamnkrog. El cielo estaba bastante cubierto de nubes pero el lugar, situado justo en uno de los embarcadores de la ciudad, nos iba a iluminar el día con su gran variedad de mariscos y pescados en el menú.
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Me pedí un buen plato de merluza que devoré mientras Karin y su compañera del departamento de Turismo de Kalmar nos explicaban detalles sobre la ciudad, tanto históricos como actuales.
Su estratégica localización, tan cercana a Dinamarca, hizo que Kalmar fuera objeto de muchas disputas entre Suecia y Dinamarca, siendo testigo de varios episodios militares y sufriendo sitios, saqueos e incendios. Llegó a ser un importante punto comercial debido a su salida al Báltico pero, hoy en día, es una ciudad fundamentalmente industrial que cuenta con una universidad en la que estudian casi 10.000 jóvenes.
Su mayor atractivo turístico es sin duda el Castillo de Kalmar.
El cielo nos dio una tregua -después de vertir litros de agua sobre nosotros mientras atravesábamos la zona comercial del centro de la ciudad- justo cuando entrábamos a la zona verde cercana al castillo. La imponente fortaleza se alzaba frente a nosotros y vigilaba el Báltico desde su posición privilegiada.
Y es que precisamente ésa fue la razón de su construcción. Una torre de vigilancia fue levantada en el siglo XII para proteger la entrada al puerto medieval de Kalmar. Después llegaron las sucesivas ampliaciones hasta que a mediados del siglo XVII fue dañado severamente por un incendio y se abandonó.
No fue hasta mediados del siglo XIX que el arquitecto Fredrik Wilhelm Scholander comenzó los trabajos de restauración que continuaron hasta mediados del siglo XX para dejarlo como está ahora.
Cruzamos el arco principal de entrada y fuimos entrevistados por la prensa local de Kalmar en el patio exterior del castillo. La puerta principal de entrada da a una tienda de souvenirs y curiosidades, y fue allí donde nos recogió nuestro guía, que nos lideró en un rápido tour en el que conocimos parte de los pormenores de la fortaleza.
Lo mejor de nuestro guía fue que era un auténtico fan del lugar. Vivía las explicaciones como si se encontrara aún en aquella época y nos acabó confesando que él mismo había contraído matrimonio en la capilla del castillo. Y no sólo éso, sino que además había organizado el banquete de bodas en los sótanos destinados a ello. Estoy seguro de que se encontraba más cómodo en aquellas ropas medievales que debía llevar para el tour que en su vestimenta habitual del siglo XXI.
Nos quedamos un rato disfrutando de las vistas desde la zona de césped que invade la muralla exterior del castillo y tomamos las últimas fotos antes de marcharnos rumbo a los jardines Krusenstiernska.
Allí paseamos rodeados de arbustos, flores y árboles frutales. Unos operarios estaban montando un escenario que serviría de estrado para representación de obras teatrales y conciertos musicales durante los meses de verano.
Hicimos una parada técnica en una pequeña cafetería montada en una especie de carpa dentro del parque. Hay varias carpas más, diseminadas por el jardín, que pueden ser alquiladas por grupos de gente para pasar una tarde diferente.
Después caminamos de nuevo hacia el centro para llegar a la plaza de la Catedral de Kalmar.
El edificio fue terminado a principios del siglo XVIII y no llegamos a visitar su interior.
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La lluvia amenazaba de nuevo y decidimos pasear con más tranquilidad por la zona comercial del centro donde pequeñas tiendas de todo tipo se alternan con bares, cafeterías y restaurantes con mucho encanto.
A pesar de lo cambiante del clima, el ambiente en la ciudad era festivo. Era viernes pero además no un viernes cualquiera. Ese día se graduaban un gran número de estudiantes que el año siguiente ya estarían estudiando en las universidades de todo el país.
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Camino de nuestra furgoneta nos pasó un viejo y grande coche, alquilado para la ocasión, en el que iban unos chavales con smoking y un par de chicas con vestidos de noche. Todos llevaban botellas de alcohol en sus manos. Comenzaba la fiesta en Kalmar pero nosotros teníamos que tomar el avión de vuelta a casa en un par de horas.