Noches de insomnio y estrellas en Mozambique

Los primeros rayos de Sol ahuyentan del Monte Namuli a los espíritus malignos
Los primeros rayos de Sol ahuyentan del Monte Namuli a los espíritus malignos

En África se venera al Sol y se teme a la noche. Es así como los africanos premian al astro rey por abrasar las pieles de sus cuerpos, los esqueletos de arcilla, paja o zinc de sus casas y chozas; por secar ríos y estanques o acabar con sus animales, incapaces de encontrar una gota de agua en las tierras chamuscadas sin piedad.

Pero el Sol forma parte de la naturaleza y en África no se lucha contra ella. La naturaleza se acepta, se respeta y se aprende a vivir en ella. Las quejas para los débiles. Nosotros.

Al fin y al cabo, Mozambique es verde y lo cruzan varios grandes ríos.

El Sol es fuente de luz y, en algunos lugares donde pueden permitirse unas minúsculas placas solares, hasta de energía. Pero sobre todo, en un país como Mozambique donde la mayoría de la población sigue viviendo en un campo que carece de instalaciones eléctricas, el Sol ahuyenta a las temidas sombras de la noche.

En cuanto salí de Maputo y comencé mi vida al aire libre en Mozambique, ajusté todas mis actividades al nuevo horario impuesto por la naturaleza. Pasé a despertarme con los primeros rayos de Sol y -salvo alguna noche de fiesta- acostarme pocas horas después del anochecer.

La noche mozambiqueña puede tener muchas vertientes diferentes.

Si estás en una ciudad o pueblo que tiene electricidad -para el equipo de música y mantener la bebida fría- y un bar, ya sabes que puedes tener toda la fiesta que quieras (de éso os hablaré en otro artículo). Pero si tu camino te ha llevado a la zona Norte del país, donde las montañas se adueñan del paisaje, las aldeas de campesinos se multiplican exponencialmente y la escasa luz de las velas es la única que ilumina las sonrisas sempiternas de los niños: la noche es oscura como ninguna y la magia, brujería y belleza se entremezclan en difícil convivencia.

En las noches de Vilanculos, además de estrellas también tuvimos fiesta
En las noches de Vilanculos, además de estrellas también tuvimos fiesta

Las noches en la playa de Vilanculos -aún en el Sur- tenían un punto álgido que se repetía casi todos los días. En torno a las 10 de la noche se iba la luz. Todas las mesas del bar del Baobab (el hostal donde me alojaba) contaban con velas pero el apagón nos solía sorprender en la arena de la playa. Allí, un grupo de cooperantes, mochileros y otros perdidos de la vida, compartíamos historias sobre viajes y vida…o bueno, ¿no son ambas cosas lo mismo?.

Sin las luces cercanas del Baobab, la claridad con la que se podía contemplar los miles de estrellas era abrumadora.

Las primeras tres o cuatro estrellas fugaces me sorprendieron pero, con el pasar de los días, las alocadas carreras de los astros se convirtieron en algo habitual. Todo corre y se alborota en África. Las estrellas simulan a los niños africanos en el firmamento.

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Pude contemplarlas de nuevo en las montañas cercanas a Gurué, en la provincia norteña de Zambezia.

A dos mil metros de altura, en las faldas del sagrado Monte Namuli, dormimos en la casa de «a rainha da montanha» (la reina de la montaña) tras haber calculado mal la distancia y no tener nada con lo que protegernos de la noche. Allí las estrellas coronaban a este monte sagrado, el segundo pico más alto de Mozambique.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y tanto esa noche como la anterior no dormí ni un minuto.

La casa de la rainha era muy humilde. Sólo un poco más grande que la del resto de los habitantes del poblado pero con el mismo suelo de piedra y una total ausencia de mobiliario salvo por la cama de los reyes y algunos utensilios de cocina. Una estera nos sirvió de colchón a Ophir, Dulce y un servidor.

La noche era fría y no teníamos más que una fina manta para los tres y nuestros chubasqueros. El cansancio permitió que cerráramos los ojos por unos 15 ó 20 minutos pero, al poco, el frío y el duro suelo de piedra comenzó a despertarnos uno a uno.

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Las horas hasta el amanecer se hicieron interminables. Un gallo despistado -o malévolo- cantó a eso de las 3 de la mañana para darnos falsas esperanzas. Por fin, a las 5 nos cargábamos las mochilas a la espalda y nos despedíamos de un Namuli bañado en oro por la luz del amanecer.

Por fin llega el día después de que se nos inundaran las tiendas
Por fin llega el día después de que se nos inundaran las tiendas

Era mi segunda noche de insomnio consecutiva. Sólo 24 horas antes, nuestra tienda de campaña se había convertido en una piscina por la incesante lluvia que asola las montañas cada noche. La familia que nos acogía en su terreno nos avisó y nos ofreció cambiar las tiendas a un lugar techado, pero nosotros no queríamos molestar más y tampoco teníamos fuerzas para reorganizar el campamento.

El saco de dormir y mis ropas se empaparon y pasé toda la noche sentado en la tienda rezando para que llegara el alba. Y os juro que cada minuto pasa muy muy muy lentamente.

Pero hay algo peor que pùede mantenerte despierto en África: los insectos.

En la población mozambiqueña de Cuamba pasamos una noche infernal. Cucarachas, pulgas y mosquitos no aceptaron de buen grado que ocupáramos un espacio en el que ellos eran los reyezuelos de un reino de 2 por 2 metros donde el aire olía a humedad y un ventilador luchaba como David contra varios Goliats.

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En mi ronda de reconocimiento antes de acostarme acabé con tres cucarachas de un tamaño tal que casi me sentí obligado a telefonear a sus familias para que les construyeran un ataúd y llamasen a un coche fúnebre. Mínimo una pick-up.

Los mosquitos vengaron a sus compañeras terrestres y aprovecharon la poca fiabilidad de la mosquitera para darse un gran banquete a mi costa. Me llevó casi una hora acabar con casi dos decenas de ellos. Muchos no podían ni moverse, llenos como estaban de mi propia sangre.

Al poco salí al baño y descubrí a mi amigo Ophir tumbado en medio del patio comunal. Casi lo piso en la oscuridad de la noche. Con los ojos totalmente inyectados en sangre me dijo: «A por mí vinieron las pulgas…¿A por tí?«.

Y es que no todo son casas como la de Meryl Streep en Memorias de África.

Pero los africanos se rien de estas incomodidades. Ellos las llevan soportando cada noche desde que nacieron y no les importunan lo más mínimo.

Temen otras cosas de la noche. Un miedo ancestral a la oscuridad que se encuentra arraigado en las personas a las que no ha llegado la modernidad. Personas que aún creen en la brujería, los hechizos, el poder de los muertos.

Allí cada mañana se saluda al Sol que, una vez más, destierra a las sombras para comenzar un nuevo día en el que buscar algo para comer.

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