La Laguna de la Cocha está situada a unos 25 kilómetros de la localidad sureña de Pasto, próxima a la frontera con Ecuador.
Para llegar allí podéis tomar un taxi colectivo -sinceramente, no recuerdo el nombre de la compañía, pero os lo dirán en vuestro hostal- que os llevará -cuando se llene- junto con vuestros compañeros de viaje por unos 17.000 pesos ida y vuelta. No paguéis ambos trayectos al principio porque la vuelta la haréis probablemente con un conductor distinto al que habréis que abonar la cantidad al llegar de regreso a Pasto.
El camino para llegar es medio de cabras y se tarda como unos 40 minutos en recorrerlo, pero las vistas, cuando comienzas a descender la pendiente y se divisa ya la laguna, merecen la pena.
El colectivo os dejará muy próximo al embarcadero, donde veréis las coloridas y bonitas casas que pueblan la zona. No son muchas y casi el 100% tiene una doble función: casa familiar y restaurante u hotelito. Casi todos los habitantes de este pequeño lugar viven del negocio con los turistas y la pesca. Los restaurantes ofrecen menús basados en pescado, pasta y ensaladas por unos precios algo más inflados que en Pasto pero que siguen siendo muy asequibles, rondando los 5 euros.
En el embarcadero esperan los hombres que guian las estrechas y alargadas barcas a motor que sirven de taxi para los visitantes. El precio está fijado en 20.000 pesos (unos 7 euros, en mayo 2009) y todos te ofrecerán el servicio a la misma tasa para evitar la competencia desleal entre ellos, así que elegí en función del que me cayó mejor a simple vista: un abuelete de nombre Miguel.
Era un día nublado y al poco de montarme comenzó a lloviznar, refugiándome en el pequeño toldo de la barca pero asomando la cabeza para ver el paisaje que me rodeaba. La quietud era total. Cuando apagó el motor en el embarcadero de la isla-jardín botánico que se encuentra en medio de la laguna, sólo se oía el quack-quack de algunos patos que se perseguían a una decena de metros de nuestra embarcación.
A unos metros del embarcadero se encuentra la entrada al recinto botánico. Se tiene que abonar una tasa simbólica de 1.000 pesos y registrarse en el libro de visitas. Eran casi las 2 de la tarde y era el primer -y quizás el último- visitante del día. Paseé totalmente a mi bola por el sendero de maderas que han creado. La vegetación da un bonito colorido al lugar y en varios puntos las ramas de los árboles que bordean ambos lados del camino se entrelazan para formar arcos que sofocan parte de la luz solar.
Al final del paseo hay un mirador desde el que puedas observar la laguna y parte del valle circundante.
Hacer el camino de ida y vuelta me llevó como una hora yendo muy tranquilamente y parándome a tomar varias fotos.
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Hay poco más que hacer por allá en un día lluvioso y entre semana aunque me comentó Miguel que el lugar se ponía muy animado durante los fines de semana, cuando familias enteras de colombianos decidían pasar el día entero allí.
Esa isla es magnifica, parece que sus paisajes son de ensueño
Que maravilla de isla, encima con tanta vegetación que lo has descrito fantástico, isla-botánico!!
Un abrazo,
Laura
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