Llegué al anochecer a la ciudad andina de Pasto. El camino en la furgoneta compartida con otras 10 personas -todas de nacionalidad colombiana- me había llevado por un paisaje dramático entre montañas cubiertas por una exuberante vegetación que aún estaba húmeda por la reciente lluvia que debía haber caído durante el mediodía. A mi lado iban sentados una familia colombiana natural de Medellín que venían a visitar familiares y el padre estuvo conversando conmigo por un largo rato, hablándome de la situación política y militar del país -tanto pasada como presente- y de las bellezas naturales que, sin saber, yo estaba por descubrir.
Colombia y los colombianos siguen muy marcados por el tema de la guerrilla pero precisamente ése es uno de los factores más importantes a la hora de convertirlos en lo que son: un pueblo alegre y amable que sabe lo que es el no saber qué pasará al día siguiente.
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Nos despedimos en la terminal de buses y tomé un taxi camino del hostal que más me llamó la atención en la Lonely. Después de un viaje tan largo -había salido hacía algo más de 12 horas de Quito– no me apetecía calentarme la cabeza y la verdad es que acerté.
El hostel Koala es un edificio antiguo y espartano, de patio español y 3 alturas situado a 100 metros de la plaza principal de la ciudad (buscarla si eso). La relación calidad precio es bastante buena ya que pagué unos 5 euros (15.000 pesos colombianos) por una habitación individual con televisión por cable y baño compartido que acabo siendo de uso exclusivo porque el lugar estaba casi desierto. La gente que lo lleva es muy amable y os darán indicaciones sobre restaurantes o cosas para hacer o visitar en la ciudad.
Al encender la tele justo me encontré con el marcador y el resumen del partido que me había perdido por escoger ese día para viajar: Real Madrid 2-Barcelona 6. Dí gracias a que me había pillado en el bus. Para sufrir ya está mi Hércules, o eso pensaba yo.
Después de ver como Piqué marcaba el último -la autoflagelación en el fondo nos gusta a todos- me dí una ducha y salí a cenar algo.
Podéis encontrar precios y menús variados. Entre semana tenéis los menús «obreros» (así los llamo yo, no busquéis el nombre por allá) que consisten en una buena sopa con tropezones varios -de pollo y verduras sobre todo- y un plato combinado con arroz, un poco de ensalada y la carne o pescado de turno. Os sale por 1 euro. Esto sí es ahorrar pasta y no lo de las ofertas del Mc Donald´s.
A un nivel intermedio existe la posibilidad de menús de carne de mejor calidad acompañada de guarnición y una buena sopa por unos 4 euros. Yo solía altenar unos con otros y la verdad es que te sale un presupuesto para comida y alojamiento que no excede los 20 euros diarios, tirando hacia el lujo.
Aunque era sábado, perdoné la noche por el cansancio y el hecho de que no paraba de llover. Craso error. Después me di cuenta de que en Colombia no se debe perdonar ni una sola noche del fin de semana, aunque no conozcas a nadie en el lugar.
Aproveché el Domingo y parte del Lunes para recorrer el pequeño centro de la ciudad. Pasto no tiene mucho para ver y realmente no es un lugar al que os aconsejaría desplazaros si no os pilla de camino. A parte de un par de iglesias del siglo XVIII (San Juan Bautista y la Catedral) , el museo del Oro y las vistas del cercano volcán Galera desde la plaza Nariño, el atractivo más importante que posee es la cercana Laguna de la Cocha, de la que os hablaré en el siguiente post.
Además, los Domingos son totalmente latinos -en Dublín las calles del centro son hervideros de gente porque los comercios abren sus puertas- y las calles están prácticamente desiertas, así que, a parte de pasear, poco más podéis hacer. El Lunes la cosa cambió por completo y la ciudad rebosaba vida. El tráfico es caótico y os aconsejo que miréis varias veces antes de cruzar la calle.
Si podéis elegir fechas, tenéis el famoso carnaval de blancos y negros durante la primera semana de Enero. Aunque yo no lo pude presenciar, he leído en varios lugares que es una fiesta muy particular y recomendable.
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