Ilha Grande, a tan sólo dos horas al sur de Río de Janeiro, ofrece un amplio rango de actividades: desde tumbarte en cualquiera de sus playas -aunque las hay inaccesibles también- a trekkings al punto más alto de la isla -el del Pico del Papagayo, a 1,000 metros de altura- entre vegetación selvática, pasando por paseos en kayaks o explorar la isla en catamaranes o barcos más convencionales.
Al llegar a nuestro hostal nos informaron de las opciones que teníamos y los distintos precios. Veréis que la mayoría de establecimientos que encontraréis en la isla están dedicados al turismo en alguna de sus formas: restaurantes, supermercados, tiendas de souvenirs y agencias para los diferentes tours de la isla.
Sinceramente, los precios entre unas y otras no varían mucho para un mismo servicio, así que si vais en veranito austral y pega una calina de las que traspasa hasta la protección de la crema solar, os aconsejo que vayáis a la de alguno o alguna que os haya caído bien y no perdáis el tiempo recorriendo las decenas de chiringos de la zona buscando un mejor precio. La diferencia será mínima y habréis perdido unos valiosos minutos de disfrute de semejante belleza natural.
Las actividades principales que podéis hacer en Ilha Grande para una estancia de un fin de semana son:
- Trekking al Pico del Papagayo: Este pico es el punto más elevado de la isla y se encuentra a 1,000 metros sobre el nivel del mar. En cualquier otro lugar y condiciones normales, sería un paseo de unas horas sin aparente dificultad, pero no debéis olvidar que esta isla es básicamente una jungla. Serpientes y arañas venenosas, junto con otra clase de animales e insectos son los verdaderos amos de estas tierras y no está permitido hacer el trekking por vuestra cuenta. Una pena, me parece a mí, pero bueno. Nos comentaron que nos saldría el guía por 50 reais cada uno. Nosotros no lo hicimos porque tampoco teníamos mucho tiempo y escogimos otras actividades, pero se podía ver el pico cuando te acercabas a la costa y realmente tenía la forma de la cabeza de un papagayo.
- Paseo en catamarán o barco por la isla: Aunque el catamarán que proviene de Angra do Reis te deja en la única zona portuaria de la isla, ésta, con su grandioso tamaño, posee decenas de calas y playas a las que sólo se puede acceder por embarcación. Lugares como la Lagoa Verde, la Lagoa Azul o la Praia do Amor -bueno, yo no le puse el nombre, que conste- merecen sin duda el tour. Suelen salir a las 10 u 11 am y te devuelven al puerto a las 4 o 5 pm y los precios varían según el tipo de barco. El catamarán – el más rápido y mejor preparado y que cogimos nosotros- cuesta 60 R$ pero hay embarcaciones tipo chalupas largas que seguro salen más económicas. Nos llevaron a las distintas lagunas y playas e íbamos haciendo paradas de unos 40 minutos para disfrutar de baños. Después de 1 semana en Brasil por fin pudimos disfrutar de un par de días de increíble sol y la excursión nos supo a gloria. Os aconsejo que alquiléis también equipo de gafas -y, quien quiera, aletas- para poder hacer snorkelling en esas aguas. Veréis gran cantidad de vida submarina incluyendo gigantescas estrellas de mar. Sin duda, no podéis iros sin hacer esto.
- Paseo en kayak: Aunque no lo hicimos por falta de tiempo, me quedé con las ganas de tomar un kayak y explorar alguna de las calas más tranquilas de las islas. Existe un tipo que los alquila a un precio excepcional: 25 R$ por todo el día. Si preguntáis en cualquier establecimiento de la isla o en vuestra pousada, seguro que os saben indicar dónde se encuentra.
- Trekking a Praia Lopes Mendes: Este trekking si es gratuito y sin duda, tenéis que hacerlo por la gran recompensa que os espera al final. De una duración de unas 3 horas,
atravesaréis otras pequeñas calas con muy pocos signos de vida humana y la espesa jungla en sí. El día que lo hicimos era muy caluroso y sudamos la gota gorda para alcanzar la famosa playa que, según la Lonely Planet, es la tercera mejor playa natural del Mundo. Cuando llegamos a Lopes Mendes, casi toda la gente había marchado ya y estábamos prácticamente solos en esa playa salvaje que se extendía por un par de kilómetros en una estrecha franja de arena blanquísima que le había ganado el terrenos a una jungla que peleaba por llegar al mar. Su arena es de una textura muy extraña que imita al sonido del corcho al pisarla. En este lugar no se admite ningún tipo de chiringo de comida o bebida ni el paso de embarcaciones, logrando que sea el salvaje lugar del que tanto habíamos oído hablar.
Cuando nos fuimos de la isla llovía y siguió lloviendo por una semana más en toda la zona, pero no podía evitar la sensación de que, sin lugar a dudas, me habría gustado pasar muchos más días en aquel paraíso terrenal, quizás uno de los muchos que posee el meravilhoso Brasil pero que a mí me había conquistado de forma perenne.
Espero poder volver algún día y dedicarme a explorar la isla lo máximo posible durante unos 10 días al menos y en temporada baja, donde los misterios de éstos lugares, que en la mayoría de su extensión permanecen ocultos a los ojos humanos, salen a relucir para los ojos ávidos de éstas experiencias.