
Tras visitar durante un par de días la preciosa ciudad de Lecce, desde ahora una de mis favoritas en Italia, nos desplazamos hacia el mar Adriático para conocer su costa.
Nuestra primera parada la realizamos en Otranto, un bonito pueblo pesquero donde nos tomamos el primer café de la mañana. Nos recibieron sus antiguas murallas frente al mar y un bonito casco antiguo de casas blancas con callejuelas sepenteantes que bien podría encontrarse en alguna localidad del norte de África.
Seguimos la ruta recorriendo la abrupta costa Adriática. Nos sorprendió el intenso verde de las colinas cuyo armonía se cortaba de inmediato frente al sesgado perfil del litoral. La carretera sigue la cornisa de pequeños acantilados ofreciendo variadas vistas con edificios sorprendentes, como un curioso palacio morisco que encontramos por el camino, el azul intenso del Adriático y una variada aparición de grutas que rompen la vertical de los acantilados.

Visitamos una de ellas y no nos dejó indiferentes. Se trata de la gruta Zinzulusa. Su nombre proviene del dialecto local con el que llaman a las estalactitas -«Zinzuli»- y la erosión del mar ha dejado un extenso recorrido interior de unos 250 metros. La encontraréis justo antes de llegar a la población de Castro. Existe un amplio parking y una oficina de turismo donde os cobrarán la entrada a la gruta -3 euros por persona-.
Todo indicaba que éramos los únicos interesados en visitar la cueva esa misma mañana; una de las cosas buenas que tiene visitar un lugar preferentemente de veraneo durante la temporada baja de finales de diciembre. El chico nos cobró y nos indicó que accediéramos a las escaleras que descienden hasta la cueva. Varias personas apostadas con sus cañas de pescar nos saludaron y un señor abrió una segunda puerta para recorrer juntos un pequeño sendero entre las rocas para llegar al sorprendente acceso principal de la gruta de Zinzulusa.
El señor apenas hizo esfuerzos y nos indicó que siguiéramos el camino por nuestra cuenta. La gruta está bien iluminada y el recorrido abierto al público es fácil de recorrer. Encontramos varías cámaras de gran profundidad y enormes estalactitas a lo largo del recorrido. Lamentablemente, algunos grafitis de variadas épocas estropean el paisaje natural de su interior. No obstante, mereció la pena la visita y al salir, contemplamos nuevamente el azul cristalino del mar y nos apenó encontrarnos en diciembre con temperaturas cercanas a los 10 grados. Nos hubiera encantado terminar la visita con un buen chapuzón frente a la solemne entrada de la gruta de Zinzulusa.

Seguimos nuestro recorrido bordeando la costa de Puglia hacia el sur hasta llegar al punto final del tacón de la bota italiana: Leuca. Desde ahí seguimos el recorrido hasta llegar a la mítica Gallipoli dejando a nuestra izquierda preciosas, largas y solitarias playas que en verano probablemente estarán abarrotadas de turistas y no es para menos.

La zona histórica de Gallipoli ofrece una bonita estampa de un auténtico pueblo de pescadores del sur. Su nombre procede del griego y significa «Ciudad Hermosa». No es para menos. Su casco viejo se levanta sobre un pequeño islote unido a la ciudad moderna a través de un puente. Una vez lo atravesamos nos dio la sensación de encontrarnos en una ciudad flotante. Su pasado histórico rezuma por sus calles alternando recuerdos de Oriente y de Occidente.
Esa misma noche dormíamos en Matera, en la región de Basilicata, así que todavía nos quedaban unos cuantos kilómetros de carretera. Nos tomamos un café disfrutando de los colores del atardecer frente al puerto de pescadores de Gallipoli y emprendimos la marcha para llegar a nuestro destino final.
