El pasado Junio recorrí parte de la región sureña sueca de Småland. Tras visitar Jönköping, la iglesia de Habo y los jardines de Gunillaberg, nos dirigimos a Gränna.
Cuando uno recorre la calle principal del minúsculo pueblo de Gränna no sabe muy bien si está en Suecia, uno de los países del mundo conocido, o en una sucesión de casas de la irreal bruja de Hansel y Gretel.
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Decorando los escaparates de un gran número de comercios se encuentran los típicos caramelos con espirales rojas y blancas y formas de bastón o varita mágica. Los Polkagris -así los llaman- son caramelos de menta – ¡Yo toda la vida pensé que eran de fresa!-, el sabor tradicional, aunque ya se fabrican de diversos gustos (mojito, fresa, whisky…).
Daniel fue nuestro anfitrión en Polkapojkarna, una de las dulces tiendas de Gränna. Aunque todos entendíamos el inglés, nuestro amigo decidió usar su, algo oxidado pero decente y graciosísimo, español aprendido en Sevilla.
Con un gran don de gentes y expresividad, Daniel nos explicó cómo se fabrican estos caramelos de forma artesanal en la misma tienda. Rasmus y Marcus -chavales que no superarían por mucho los 20- mientras, amasaban las mezclas frías de azúcar, agua, vinagre y algo más (el secreto está en la receta), dándole forma de bastones para añadir después los colores, que son insípidos.
Este arte tradicional comenzó a hacerse en 1859 por la pobre viuda Amalia Eriksson. Sin otra salida, pidió al ayuntamiento que le dejaran abrir una panadería para poder mantener a su familia. Allí comenzó a hacer polkagrisar, sin que la receta se desvelara hasta después de su muerte, tras vivir 99 dulces años en el Mundo.
Hoy en día hasta se celebra, en Gränna, un Campeonato del Mundo de elaboración de los tradicionales caramelos de menta, con la antigua receta.
Y es que los caramelos no es el único atractivo de este pequeño pueblo que rebasa en poco los 3.000 habitantes.
Gränna, a orillas del lago Vättern, se encuentra en las faldas de la montaña que lleva el mismo nombre. Sus limpias calles tienen ligeras rampas que van de la montaña al lago. Rodeado de densos bosques es un gran lugar para la pesca, trekking, camping o simplemente disfrutar de un pinnic tranquilo sobre la hierba. De todo esto nos enteramos cuando preguntamos a nuestra guía y amiga, Emilia, por el gran número de caravanas que vimos dando vueltas por el pueblo y sus alrededores.
Tras la visita a la tienda de caramelos caminamos un corto trecho por la calle principal hasta llegar al museo de Gränna.
El día era soleado y la temperatura alcanzaba, sin despeinarse, los 20 grados. Algunas familias paseaban por allí, sin prisa alguna, despreocupados, parando en las tiendas de dulces -hay muchas, y no sólo venden los Polkagris sino también muchas clases de pan dulce, galletas, pasteles, mieles y mermeladas…etc…- y disfrutando de ese fenómeno tan esperado y anhelado en Suecia: el Verano.
Visitamos el museo por recomendación de mi buen amigo, escritor y crack viajero Xavier Moret. Él nos comentó la existencia de un aventurero originario de Gränna que había intentado llegar al Polo Norte en globo. Su nombre era Salomon August Andrée.
En Julio de 1897 Andrée partió de la isla noruega de Danskøya junto con el ingeniero Knut Frænkel y el fotógrafo Nils Strindberg.
La expedición fue un desastre desde el primer minuto al perder, en el despegue, dos de las cuerdas que servían para controlar la dirección del globo. Con dificultades para mantener el rumbo, el globo comenzó a vagar a unas altitudes mayores de lo esperado, empujado por fuertes vientos de tormenta. Con el agua y el viento frío, no tardó en formarse hielo que acabó por forzarles a aterrizar sobre unos icebergs situados a 470 kilómetros al Norte de su punto de partida.
La expedición contaba con reservas de comida para 3 meses, iban bien equipados para el frío y contaban con esquíes y trineos para desplazarse por el hielo. Sin embargo, cuando comenzaron a moverse en busca de tierra firme, las corrientes marinas les traicionaron, moviendo los bloques y haciéndoles avanzar en dirección contraria a la pretendida.
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Finalmente, tras 2 meses vagando, luchando contra las inclemencias del tiempo y las enfermedades -se infectaron por comer carne de osos polares que portaban la Trichinella, un parásito que origina la triquinosis- llegaron muy debilitados a Kvitøya (La Isla Blanca). La isla no estaba habitada y los tres expedicionarios, aquejados de vómitos y diarreas, supieron que iban a morir allí mismo.
Strindberg, el más joven de los tres con tan sólo 25 años, fue el primero en caer, ya que su tumba -cavada por sus compañeros- fue encontrada en 1930, cuando por fin un barco noruego encontró a los legendarios aventureros. Andrée y Frænkel estaban congelados dentro de la tienda.
Entre 1897 y 1930 fueron muchas las conjeturas que se hicieron en Suecia sobre la suerte que podían haber corrido los compañeros, aunque los conocedores del tema ya se temían lo peor.
Juntos con sus cuerpos se recobraron diarios, equipo e incluso los negativos de las fotos tomadas por ellos mismos. Debo decir que fue espeluznante ver aquellas fotos borrosas de esos tres seres que debieron sentirse muy muy solos y perdidos en ese largo camino a una muerte tan terrible.
En esos negativos se les ve cerca del globo, comiendo en el campamento improvisado, cargando los trineos o junto a un oso polar abatido con una escopeta.
Cuando sus cuerpos regresaron a Suecia, fueron recibidos por una multitud y tuvieron un trato de jefe de Estado, siendo, más tarde, incinerados.
Una historia triste que, sin embargo, retrata el espíritu indómito y aventurero del ser humano.
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Cuando salimos de nuevo a la luz del día me quedé pensando en los familiares de aquellos tres hombres.