Comenzaba el mes de Mayo del 2009 con un cambio de país con todo lo que ello conlleva: gentes, cultura, comida, paisajes, situación política y demás. Dejaba atrás Ecuador, tras dos semanas de viajar incansablemente por él, y se abrían ante mí las puertas del que acabaría siendo mis destino favorito -junto a Brasil– de mi viaje por Sudamérica: Colombia.
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Para cruzar la frontera tienes las opciones usuales que en cualquier otro lugar: dejarte la pasta en un vuelo o meteros en el bus de turno que de manera más o menos cutre -dependiendo del país que estemos hablando- os cruzará de un lado a otro u os dejará lo más cerca posible del puesto fronterizo. En este caso imagino que también debe estar disponible la opción barco, pero la verdad es que no intenté informarme al respecto, ya acostumbrado a sufrir en silencio -como las almorranas- los autocares ecuatorianos.
El precio de los vuelos entre ambos países -como en la mayor parte del continente- multiplica varias veces al precio de hacerlo en bus, donde además puedes ver el paisaje y mezclarte con los locales si no tienes prisa y sí paciencia. Si lo que valoras es el comfort o no dispones de mucho tiempo, sin duda os compensará más el volar.
En mi caso tomé un bus desde la capital ecuatoriana, Quito, que por 5 dólares me llevó a Tulcán. La carretera está llena de curvas que podéis intentar olvidar centrandóos en el bonito paisaje de verdor y montañas que os ofrece la accidentada orogrofía del país.
Unas 5 horas más tarde llegué a la desierta terminal de Tulcán, donde ya esperaban ávidos los taxistas para comprobar si había alguien que quería cruzar la frontera de Rumichaca. Intenté negociar el precio con uno de ellos pero me dijo -como 5 veces- que el precio estaba fijado en 3,5 dólares (para un trayecto de unos 5 kilómetros), justo lo que me quedaba suelto. Así que accedí y unos 15 minutos después me dejó en la oficina de Inmigración ecuatoriana.
A repetir de nuevo el proceso de salida y entrada: sello en el pasaporte del país de salida, caminar unos metros, sello de entrada en el país de llegada. Importante: ¡no os olvidéis nunca de poner el sello de salida cuando abandonéis un país!.
Era Sábado y la oficina de cambio de moneda cercana al puesto de Inmigración colombiano estaba cerrada, así que no tuve más remedio que conseguir algo de cambio de los cambistas que se apiñan cerca de los taxis. No fue la mejor tasa, pero cambié sólo 20 euros para ir tirando hasta poder encontrar un cajero (no había ninguno disponible en la frontera). Aceptan tanto dólares americanos -también moneda oficial de Ecuador- como Euros.
Tras estampar mi pasaporte tomé otro taxi que me llevó a Ipiales,ya en Colombia, a tan sólo 3 kilómetros de la frontera y parada casi obligada para aquellos que la cruzan por carretera. Hay mucha gente que trás el largo día de buses y taxis prefieren quedarse a dormir aquí y emprender camino al día siguiente pero yo elegí tomar un colectivo -furgoneta compartida con 10 o 12 personas más- con destino a Pasto, donde pasaría unos días.
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Y aquí comienza la serie de artículos que os escribiré sobre la fascinante Colombia. Espero que a alguno os sirva de ayuda y, sobre todo, de incentivo a visitar este país.
Me encanto como describiste todo el recorrido que hiciste, me encantaría poder visitar este país. Que imagino debe ser muy bonito