Un vuelo de la Turkish nos sirvió para escaparnos de Barcelona y disfrutar de tres semanas por Oriente Próximo: Siria, Jordania, la península del Sinai e Israel eran los lugares escogidos esta vez. El vuelo hizo escala en Estambul y a pesar del retraso, el trayecto no se hizo pesado gracias a mis habilidades para dormir en cualquier medio de transporte y por la calidad de la comida que nos ofrecieron durante ambos vuelos.
Llegamos al aeropuerto de Damasco y, con el visado realizado de antemano desde la embajada de Siria en España, no tardamos demasiado en pasar por el control de pasaportes y recoger las mochilas.
En el exterior del aeropuerto existen dos cajeros y una caja de cambio. En ese momento cambiaban euros por 67,5 libras sirias.
El billete para el taxi se compra en una oficina del mismo aeropuerto. Tienen un precio standard de 1,500 libras, no es nada barato y es posible que encuentres suerte dando una vuelta por el exterior de aeropuerto. Llegamos a las 2 de la mañana y no estaba el horno para bollos.
Al exterior los taxistas te cogen el ticket y te suben al taxi. A nosotros nos la colaron con una furgoneta donde trataron de meter a más gente que probablemente había pagado lo mismo o unas escasas libras para aprovechar el viaje. Sin duda era una alegre bienvenida al mundo de los viajes otra vez.
Llegamos al hostal Ghazal a las tres de la madrugada. Se encuentra en la zona oeste de la medina. Casi no existen hostales o hoteles en el interior de la medina. La mayoría se encuentran por Saroja y alrededores. Habíamos reservado una triple para esa noche y resultó que ya estaba ocupada; todo lo contrario de lo que nos habían dicho por teléfono esa misma tarde. Con pocas ganas de discutir, entramos en el dormitorio y no hubo tiempo para más. En lugar de irnos a dormir con mala leche, lo hicimos felices y con unas enormes ganas de conocer los secretos de Damasco al día siguiente.