
La atracción turística de Xoximilco, tras años triunfando en Ciudad de México, ha sido implantada también en la zona de Cancún. Fue allí donde tuvimos la suerte de disfrutarla hace un par de semanas. Para contaros de qué va el tema deberéis familiarizaros con un par de términos:
Trajinera
Si buscas esta palabra en Wikipedia encontrarás la siguiente entrada: «La trajinera es un tipo de embarcación para el transporte de 10 a 25 personas y uso en aguas tranquilas y poco profundas, con un puntal no superior a 30 cm y una manga de 3m, que se mueve por medio de pértigas apoyadas en el fondo de la masa de agua en que se desplaza».
De eso nada. La palabra que le da nombre a esta embarcación viene de «trajín», porque la que se va a montar desde que embarques en ella hasta que te bajes, va a ser épica. El factor tequila ayuda un poco. Pero vamos por partes.
Tequila
Creo que casi todos sabéis lo que es el tequila. Con o sin gusano, lagarto o escorpión, el efecto, potenciado por el vaivén de la trajinera, lo sentiréis desde el primer minuto. ¡Viva el pinche güey que comenzó a destilarlo en Jalisco!.

Rancheras y barra libre
Aquí hay dos opciones: o te gusta este género popular folclórico mexicano, o te explico lo que es la barra libre. Si necesitas ir a por la segunda opción, imagino que conoces bien el término.
Después de esta breve introducción, entro de lleno a contaros nuestra experiencia Xoximilco.
Nos encontramos con el bueno de Leo, nuestro anfitrión, nada más llegar al lugar. Eran las 8.30 de la tarde y en la entrada se había organizado algo parecido a una recepción donde los visitantes, en su gran mayoría mexicanos, degustaban algunos apetizers propios de la gastronomía del país.
Tras deambular un poco por la zona y hacernos nuestra primera foto de grupo en una pequeña barca, Leo nos acompañó hasta el muelle donde se encontraban las trajineras.

Las embarcaciones están profusamente decoradas con luces de colores y tubos de neón, son de forma rectangular y cuentan con una larga mesa donde caben unos 20-25 comensales. En la popa muestran una arcada coronada por luminosas letras que componen el nombre de cada una de ellas. No se complicaron mucho la vida a la hora de elegirlos: «Viva…» y el nombre de algunos de los estados del país. La nuestra era la madre de todas las trajineras pues su nombre era: «Viva México«. Gritando este eslogan cruzamos la pasarela de madera y nos embarcamos en una gran fiesta.
Aunque la he descrito físicamente, el componente más importante de la trajinera es la figura del animador que nos acompañaría durante el viaje. Y aquí nos tocó el gordo.
Charlie era un tipo chaparro y delgado que despilfarraba toda su energía por la boca y el baile. Se presentó como el gurú de nuestra noche; el mesías que nos guiaría por canales de agua que convertiría en tequila y no dejaría que hubiera un segundo de calma o silencio en la que iba a ser -y lo fue- la trajinera más cachonda de todas.
Tras saludar a Charlie, fuimos sentándonos a la mesa junto a un grupo de diez chicos y chicas mexicanos que rondarían la treintena. La cosa pintaba bien y no era muy complicado verlo. Junta a veinte personas jóvenes, dales cena y barra libre de tequila y cerveza y ya sólo tendrás que sentarte a esperar a ver el grado de desmadre que pueden llegar a alcanzar. Aquí acabaríamos puntuando bastante alto en la escala Pocholo, medidora internacional del grado de fiesta.
Ya con todos a la mesa, Charlie nos instó a levantarnos, uno por uno, y presentarnos al resto del grupo. Buena maniobra para romper el hielo, pero mejor fue la de llenar nuestro tapón(o «caballito», como lo llaman allá) de tequila y realizar el primero de los muchos brindis de la noche. «¡Viva méxico, cabrones!». Y así cayó el caballito de tequila. Descanse en paz.
Nuestro timón e impulsor de la trajinera era un tipo fuerte que maniobraba la pértiga con habilidad. Con sus primeros esfuerzos dejamos el muelle y comenzamos el recorrido por los canales de agua.
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Mientras Charlie nos iba comentando lo que encontraríamos en las aguas – a parte de mosquitos (llevad repelente, aunque allí os dejan uno) – la gente iba saciando el apetito con algunos nachos zambullidos en sabrosas salsas y otros bocados exóticos, como los chapulines: pequeños saltamontes tostados con chile.
Fuimos encontrando músicos, cantantes y actores que interpretaron rancheras y otras canciones propias de la alegre cultura mexicana. Mientras, Charlie nos explicaba algunas cosas sobre tradiciones y gastronomía entre caballitos de tequila y algunas cervezas heladas que sacábamos de las entrañas de nuestra mesa convertible. Participamos de las canciones con berreos bastante inclasificables y muchos gritos de «¡Viva México!» y «¡Viva España!» acompañados por el tamborileo de los taponazos en la mesa.

Durante el recorrido nos encontramos con otras trajineras y el ambiente festivo se propagó de manera inmediata. Aunque no puedes pasar de una a otra, son frecuentes los brindis y saludos con los otros turistas que se encuentran disfrutando en Xoximilco.
Dimos cuenta de quesadillas, mole poblano o la cochinita pibil, entre otros, antes de pasar al plato de dulces variados casi llegando al final del recorrido. A esas alturas ya hacía rato que estábamos todos en pie, los dos grupos mezclados e integrados, divirtiéndonos con los bailes y juegos propuestos por Charlie.
El tequila había comenzado a fustigar sin control nuestras papilas gustativas y yo ya no distinguía bien el dulce del salado. Eso sí, a la lima y el «Jimador», un tequila que, según Gustavo (uno de nuestros nuevos amigos/hermanos mexicanos), «no era muy bueno, pero se deja beber», no les quitaba el ojo… Ni la mano.
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Sobre las 12 de la noche llegábamos al último muelle en nuestro apogeo festivo. Con los pies cansados de bailar, gargantas afónicas de cantar y gritar, y nuestro espíritu elevándose a los templos de los dioses romanos de la fiesta, abandonamos la trajinera junto a nuestros nuevos hermanos mexicanos. Llegó entonces el momento del intercambio de emails, teléfonos y promesas de amistad eterna. Los «mi casa es tu casa» salían de nuestras bocas con la misma facilidad pasmosa con la que habían entrado los taponazos de «El Jimador», al que comencé a llamar «Gemidor» sin razón aparente.
Xoximilco es una experiencia ideal para cualquier grupo de amigos que busque pasar una noche de fiesta de manera diferente. Eso sí, más vale que os guste el tequila.