Hay dos formas de hacer las cosas y, si se tiene tiempo y ganas, la menos sencilla suele ser la más divertida. Si estás en China y quieres viajar a Mongolia, puedes volar a Ulan Bator, hacer el viaje por tierra en tren directo Beijing – Ulan Bator (el Transmongoliano, que también llega a Moscú) o combinar medios de transporte y gozar de una experiencia que, ojo, no está al alcance de cualquiera. Y a veces la decisión no es tuya.
La primera vez que visité Beijing era llegando desde Shanghai y como simple escala (aunque volvería después a la capital china) hacia Mongolia. A mí me ocurrió que sólo había tren directo a Ulan Bator dos días a la semana (lunes y martes) y que el más cercano en el calendario era el mismo día que recuperaba mi pasaporte, con el visado de Mongolia en una de sus páginas. No podía, no quería, esperar una semana en Beijing así que la alternativa al tren directo era el autobús hasta la frontera y desde allí un tren local a Ulan Bator.
Los cuatro puntos por los que te interesa conocer cómo moverte de uno a otro son Beijing, la capital de China, Erenhot/Erlian (二连), la ciudad del lado chino de la frontera, Zamyn-Üüd (Замын-Үүд) la ciudad del lado mongol de la frontera y, naturalmente el destino, Ulan Bator/Ulaanbaatar (Улаанбаатар).
Un país gigantesco y sobrepopulado como China tiene una capital que le hace justicia: el censo de Beijing equivale a casi la mitad de la población de España. Sus más de 20 millones de habitantes contaban a finales de 2007 con una decena de estaciones de autobús de larga distancia. La correcta para el viaje cuando yo lo hice era la de Muxiyuan (木樨园(才华)长途客运站) y me hizo falta preguntarlo en otra estación distinta, la de Dongzhimen (东直门长途汽车站) que me quedaba más cerca.
En la estación sólo vendían billetes para el mismo día así que volví, con tiempo de sobra, al día siguiente de conseguir el visado y con el nombre de mi destino escrito en chino en un papel (una idea muy recomendable). Si eres tímido, también es recomendable pasar por el WC antes de acercarse a la estación a comprar el billete: los baños carecían de puertas y los cubículos estaban situados en dos filas, unos frente a otros. Os imagináis la escena.
Hasta la frontera hay un trayecto de unas once horas y como el autobús salía a las cinco de la tarde, estaba preparado para que sus pasajeros durmieran con comodidad. En lugar de asientos, el interior estaba ocupado por literas dobles, en tres filas (una a cada lado y otra en el centro). Si mides más de 170 cm es probable que no consigas estirarte por completo.
A las diez de la noche se efectúa una parada casi en mitad de ninguna parte con el doble objeto de cenar (o fideos precocinados en un sitio o platos de un buffet en otro) e ir al baño. Para lo último eran indispensables una linterna, para saber dónde y qué se pisa, y un estómago a prueba de sobresaltos por los olores nauseabundos.
El autobús reemprende la marcha y pronto nos acunan los múltiples baches de una carretera en interminable construcción. Al menos acunan a los que roncan sonoramente, a mí me movían de un lado para otro aunque el cansancio es la mejor pastilla para dormir y pronto hizo efecto.
Cuando parpadeé confuso, los dinosaurios seguían allí. Mis ojos se habían abierto alertados por los primeros rayos del sol que atraviesan una cortina que no se quedaba quieta. Al otro lado de la ventanilla, el cuello de un gigantesco y verde saurópodo se proyectaba sobre la carretera como espejo del idéntico dinosaurio que hacía lo mismo desde el otro lado. Estaban inmóviles porque eran un arco construido por el hombre, que, en su variante de paleontólogos, habían descubierto en el área los restos de varias especies de dinosaurios.
Al poco tiempo, el autobús llega a Erlian y subo en furgoneta (aunque se puede ir andando y debería haber intentado contratar el transporte allí mismo) hasta la línea poco imaginaria que separa China de Mongolia. Hasta las 9 no abre la frontera así que aprovecho las casi tres horas de espera para intentar regatear el transporte hasta Zamyn-Üüd, porque está prohibido cruzar a pie la frontera, mientras me abrocho el forro polar porque a esas horas el sol no calienta pero el frío casi congela.
Candidatos no me faltan. En todas las fronteras hay tráfico de mercancías y la de China, fabricante masivo de bienes de todo tipo, con Mongolia, nómada y esteparia y sin industria digna de mención, no es ninguna excepción. Además de camiones, todos los jeeps chinos del mundo (copias de jeeps rusos) parecen ir llegando poco a poco, tan cargados que sus ruedas traseras casi desaparecen bajo el peso.
Lo que un día fuera barrera estratégica impermeable, las llanuras que separaban al Ejército Rojo de Mao del Ejercito Rojo del Politburó, es hoy un bienvenido coladero para el comercio.
Es precisamente en uno de esos jeeps que arreglo mi paso por la frontera. No hay manera de bajarle al conductor lo que pide, 80 CNY (¡a 20 CNY el kilómetro según el mapa!) pese a que le dedico tiempo (que me sobra) y ganas (las que reúno pese al cansancio). Hay monopolios y precios que no entienden del libre mercado, lo cual es irónico en un país donde el dinero puede abrir todas las puertas.
El conductor, chino, el otro pasajero (un amable ruso de rasgos mongoles llamado Eduard) y yo, nos subimos al coche y, cuando llega nuestro turno, cruzamos la verde verja que nos lleva al edificio de aduanas de la República Popular China. Los trámites allí son rápidos, aunque no están acostumbrados a ver muchos extranjeros.
En el puesto fronterizo de Mongolia, será otra historia.
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Hola! Muy interesante tu articulo , me gustaria saber el billete de autobus desde beijing a la frontera con mongolia , Muchas gRACIAS!