Hoy se cumple una semana de mi llegada a Asia Central. Después de visitar Tashkent, he pasado por Bukhara y ahora me encuentro en Khiva, ciudad-museo-tienda de souvenirs a la que llegué ayer – después de más de 7 horas por una carretera infernal – y a la que le dedicaré en total dos días y medio. Pero antes de que me adelante empecemos por el principio, ¿qué opciones hay para llegar al país centro asiático?.
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Cuando me puse a mirar las combinaciones que más me interesaban por fechas y precio, dos fueron las que llamaron mi atención. La más barata era con Air Baltic – aunque el pago por equipaje facturado se realiza aparte – y suponía volar a Riga y desde allí tomar otro avión a Tashkent. El inconveniente venía con una escala de unas doce horas, pues se llegaba un día de tarde y se partía al día siguiente a primera hora de la mañana.
Volar con Uzbekistán Airways me salía algo más caro, 30 euros, pero con ellos la escala era en Ginebra y de apenas hora y media. El inconveniente uzbeko era que el vuelo despegaba de Barajas a las 04:15 del sábado, una hora estupenda para estar durmiendo o de bares con los amigos, pero no en un aeropuerto.
Al final, sopesando pros y contras – y admitiendo una cierta dosis de curiosidad – me decanté por la aerolínea nacional del país al que iba a visitar. Teniendo en cuenta que mi billete era sólo de ida, y eso a las compañías aéreas no les gusta, sabía que mi tarjeta de crédito iba a temblar y, efectivamente, de ella salieron 387 euros en total para pagar el viaje. Y eso que aún ni sospechaba mi problema con el visado para Uzbekistán que me supuso, entre otras cosas, gastarme 50 euros para cambiar la fecha del vuelo.
Para desplazarme a Barajas lo más conveniente era usar el Metro. Dado que la EMT garantiza la apertura de estaciones hasta las 01:30 am, tenía que estar antes de esa hora en Nuevos Ministerios, principio de la línea 8 que lleva al aeropuerto. Lo hice sin problemas, y con suficiente margen de tiempo para compensar que por la noche se reduce la frecuencia de los servicios.
Me encontré con tres mostradores de facturación, colas de pasajeros – grupos de viajeros en tours organizados y una minoría de uzbekos – y una lentitud exasperante a la hora de atenderlos. Unos raquíticos 5 kilos permitidos de equipaje de mano me llevaron a ese Momento Ryanair en que uno saca cosas de una mochila para meterla en otra, la que se factura. A mí no me pesaron el equipaje – aunque hubo gente a la que sí – y lo facturado llegó sin novedad.
Ni Antonov, ni Ilyushin, es un moderno A310 de Uzbekistán Airways el avión en que embarcamos y donde nos espera una manta en cada asiento – y las azafatas distribuyen almohadas. No será eso lo único gratuito, durante el vuelo nos acabarán sirviendo sandwiches dos veces, cacahuetes una vez y, además de una bandeja con el almuerzo, bebidas y café. Y además nos ponen una película – The King´s Speech – aunque no hay monitores individuales en el respaldo sino que son los antiguos sobre las filas centrales.
En Ginebra no hubo ocasión de comprar chocolate suizo. Cuando aterrizó el avión y salieron los pocos pasajeros que finalizaban viaje allí, el resto no desembarcamos y nos quedamos en nuestros asientos. La expresión calor humano cobra un nuevo significado cuando estás una hora sin aire acondicionado. Finalmente, una docena de pasajeros entra en la sauna que es la Clase Económica del avión, y despegamos.
En este tramo del vuelo nos distribuyen los formularios para aduanas e inmigración. Es un papel tamaño cuartilla que se rellena por duplicado, al entregarlos el funcionario nos devolverá uno de ellos sellado, firmado y aprobado que debemos conservar hasta que nos lo pidan para abandonar el país. Haremos constar los datos habituales – como número de pasaporte, caducidad del mismo, etc. – pero también divisas y bienes que llevamos con nosotros. Es decir, se indica en cifra y letra el dinero que llevamos encima, en euros, dólares o cualquier otra moneda – también apuntad el portátil y la cámara en otro apartado.
Algo más de hora y media antes de aterrizar en Tashkent nos piden que devolvamos mantas y almohadas. Para entonces el paisaje que se ve a través de la ventanilla es ya desértico y así seguirá hasta la capital. Consejo para aficionados al asiento de ventanilla como yo, si quieres ver la capital cuando nos acercamos al aeropuerto, hay que sentarse en el lado izquierdo. Si quieres ver, durante el carreteo hasta el estacionamiento, la flota de Ilyushin y Antonov de Uzbekistán Airways, hay que sentarse en el lado derecho.
Aterrizamos en el aeropuerto Tashkent 2 con 30 grados de temperatura y no recomiendo que le hagas fotos al avión: a una pasajera que, al pie de las escaleras le hacía una foto a sus compañeras de viaje saliendo del mismo, el policía que controlaba el desembarco le hace gestos que indican claramente “de fotos, nada”.
Una jardinera nos lleva por la pista y en un minuto entramos en la terminal. Se producen las primeras colas en el acceso a Inmigración, aunque cuenta con tres cabinas dobles. La primera sólo para uzbekos, la segunda y tercera para el resto de pasajeros. Al estar de los primeros, en menos de diez minutos tengo el sello en el pasaporte y me voy a buscar el equipaje, literalmente según giras a la izquierda. Los carritos son gratuitos – como indica un cartel ministerial – pero no los necesito. Otro cartel menos amigable indica que el contrabando es perseguible por Ley.
Como en cualquier aeropuerto que se precie, la cinta que indicaban los monitores es cambiada por otra y nos apelotonamos junto a los que procedentes de Sharjah esperan a su vuelo. Mi mochila aparece pronto y la siguiente cola es para aduanas, donde un cartel a la altura en la que uno debe esperar su turno, vigilado por una cámara de seguridad, indica que bloquear el acceso (¿saltarse el turno?) implica el registro de la persona que lo haga y su retención durante una hora.
Los equipajes pasan por Rayos X delante del funcionario que le dará el visto bueno. Le entrego los papeles que rellené en el avión, y a los que mientras esperaba por mi maleta añadí el valor de mis productos electrónicos. Ni los 2000 Eur en cachivaches ni los 1080 EUR y 1050 USD le impresionan, afortunadamente.
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Sello, pasaporte de vuelta y unos 50 metros más allá, ya estoy en la salida de la zona de acceso restringido. El aeropuerto de Tashkent es muchísimo más pequeño que el de Asturias, que ya es decir, y apenas cruzo el umbral ya me asaltan los taxistas ofreciendo sus servicios y su ayuda. ¡Bienvenido a Uzbekistán!.
que mal rollo da lo de «uzbequistan airways» de entrada. (al final veo que se arregló con el el modelo de avión)
Seguiremos el viaje…
Estupendo report !!! A gozar de la experiencia !! Seguiremos atentos…