Los casi 850 metros que separan la Cuesta de Santo Domingo de la plaza de Toros colocan a Pamplona en la primera página de periódicos, webs y televisiones de todo el mundo cada año entre el 7 y el 14 de julio. Pero, más allá de la emoción de los encierros de San Fermín y del bullicio de sus fiestas, descansa y despierta cada día una pequeña y tranquila ciudad en la que descubrir, a paso tranquilo, siglos de historia, cultura y gastronomía.
Un tablón de madera de pino procedente de bosques navarros, con el número 1 pintado, señala el inicio de esta ruta, en el lugar en que duermen cada noche sanferminera los toros que a las 8 de la mañana comenzarán su recorrido hacia el coso pamplonés. El Museo y el Archivo de Navarra escoltan estos corrales desde los que los astados arrancarán con ímpetu su veloz carrera por las calles de Pamplona.
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A escasos metros, San Fermín vigila el estrecho y empinado inicio del encierro desde su privilegiada posición en una hornacina que murmura el cántico que cientos de mozos le entonan cada mañana durante las fiestas. Sólo esos 9 días se puede observar la verdadera figura del santo, que coloca minutos antes de las 8 horas la viuda de un corredor. Pero también el resto del año resulta inevitable detener el paso, girar la mirada y, cómplice, pedirle un deseo a la réplica del patrón.
En apenas 280 metros desde el punto de partida, la ruta se adentra en la plaza del Ayuntamiento. Un coso pequeño pero generoso para dar cobijo a miles de personas que esperan la explosión del Chupinazo cada 6 de julio. Pero, antes, una recomendación: al final de la Cuesta de Santo Domingo, vuelve la mirada a la derecha y levanta la vista para contemplar las torres de la iglesia de San Saturnino, las más altas y bellas de Pamplona, coronadas por una veleta con forma de gallo –conocido popularmente como el gallico de San Cernin– que se ha convertido en uno de los símbolos del lugar. En su cúspide, un reloj del siglo XV se encarga de anunciar el momento del disparo del cohete que da inicio a cada encierro. En su interior reposa el patrón de Pamplona, que bautizó a los primeros cristianos, incluido entre ellos San Fermín.
Superada la plaza Consistorial, la ruta se acerca a la curva, probablemente, más fotografiada del mundo, la de Mercaderes. Entre el 7 y el 14 de julio, decenas de reporteros prácticamente duermen en ella para asegurarse una posición en el vallado y poder retratar el giro de los morlacos antes de enfilar la calle más popular de Pamplona, la Estafeta.
Sus balcones repletos de espectadores vestidos de blanco y rojo y su empedrado gris, antaño adoquín, le imprimen a la escena un color inconfundible. El aroma a los conocidos pintxos de sus bares invita al visitante a perderse entre locales que esconden desde carteles históricos de las fiestas, camisetas o figuras de la comparsa de gigantes hasta las obras del embajador más internacional de los Sanfermines, Ernest Hemingway.
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Superada la tentación, y antes de adentrarse en el tramo que conduce a la plaza de Toros, una pantalla de la famosa tienda de camisetas Kukuxumusu recordará los días, las horas, los minutos y segundos que faltan para el próximo 6 de julio a las 12 horas. Los pamploneses lo denominan el templo de los suspiros del ¡ya falta menos!
Hildy Johnson.
Viajera y actualmente estudiante del posgrado Comunicación y Periodismo Digital en el IEBSchool. Como la protagonista de ‘Luna nueva’, periodista, intrépida, curiosa y apasionada. Buceadora en la realidad a pie de calle para poder contar historias que interesen a los ciudadanos..
Que bien cuidadas están las calles.
Como pamplonica y corredor habitual, he de decir que me ha emoionado. Muy buen articulo. VIVA Sanfermin! Ya falta menos!