La carretera desde Île Rousse hacia Corte deja a un lado la costa y penetra por campos arados, bosques frondosos y montañas que en algunos picos todavía conservan la nieve de los fríos meses ya superados. Corte se encuentra en el corazón de Córcega a camino entre Ajaccio y Bastia. Se extiende sobre una zona rural de montaña y durante cierto tiempo, a mediados del siglo XVIII, fue la capital de la isla. Hoy en día, todavía sigue siendo un símbolo de las aspiraciones independientes del pueblo corso.
Corte se encuentra rodeada por varios ríos y ofrece un bello paisaje rural y montañoso a su aldededor. La carretera que lleva a la ciudad desde la Île Rousse atraviesa por sus 70 kilómetros una zona agreste del interior de Córcega con vistas a picos y una vegetación frondosa en cada valle. Al llegar a Corte podréis contemplar la ciudadela de Corte a lo alto de la ciudad y -aunque en lugar de a caballo nos aproximemos en coche- nos remonta a legendarias historias medievales.
Conviene pasarse al menos una hora en Corte para pasear por los adoquines que decoran las calles de la ciudad alta y visitar la ciudadela de la ciudad. Esta fue construida a principios del siglo XV y a su alrededor se levantan otras edificiaciones más tardías pero no menos bellas.
Corte es un pueblo más que una ciudad. Por las calles podréis respirar la Córcega del interior alejada del turismo que se agolpa por la costa. Veréis las tiendas de siempre adornadas y mimadas por sus propietarios como legado de las generaciones que los predecedieron. Es uno de esos lugares que tras darle unas cuantas vueltas ya sientes como si fuera parte de ti.
Aprovechar este tipo de localidades para comprar sourvenirs es algo obligado. Olvidaros de las tiendas turísticas y de las sanguijuelas del duty free. En Corte encontraréis embutidos y quesos de alta calidad a buenos precios y os sentiréis mejor comprando a los locales que a una gran empresa de logística destinada al turismo.
En la plaza Paoli, el centro neurálgico de Corte, encontraréis restaurantes con terrazas. A destacar uno llamado A Scudella. No comí en él pero el nombre me hizo gracia y al verlo mi sangre catalana, curtida a base de buenas escudellas navideñas, se alteró con alegría.
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