Cuando llegué al faro de Biarritz y contemplé el extenso litoral de la ciudad me dio la sensación de estar en Niza o en alguna otra localidad de la Costa Azul francesa.
Biarritz es señora y muestra orgullosa su refinada arquitectura frente al Atlántico. Napoleón III la puso en el mapa, el turismo de clase alta de principios de siglo explotaron sus encantos y hoy en día los surferos y los amantes de la buena gastronomía se unen para disfrutar de uno de los enclaves más encantadores de la costa sur de Francia.
Encontraréis señales y nombres de calles en euskera y francés en la mayor parte de la ciudad. Asimismo, en los tiendas de souvenires y en los mercados notaréis que Biarritz combina las tradiciones vascas y francesas.
Personalmente, me dio la sensación que el ADN vasco en las tiendas turísticas se trataba de un falso reclamo. Vamos, que poco queda de la influencia euskera en la ciudad. No escuché a los locales hablar en otro idioma que no fuera el francés. No obstante, en la cocina sí observé toques franceses y vascos unidos de la mano.
Más tarde, en San Juan de Luz sí pude observar que el euskera era parte del día a día entre sus ciudadanos. Puedo estar equivocado. Dos días no dan para conocer los secretos de una ciudad como Biarritz.
Probablemente el mejor lugar para iniciarse en una visita a Biarritz es visitando el faro de la ciudad. Con una altura de más de 70 metros este faro domina el cabo de Hainsart y disfrutaréis de una espléndida panorámica de Biarritz así como los primeros pueblos costeros del País Vasco como Hondarribia.
Desde aquí os podréis hacer una idea del estilo arquitectónico de Biarritz, con sus castillos y mansiones de principios de siglo, los mamotretos de la construcción masiva de los sesenta y setenta y la extensa playa que cubre la mayor parte del litoral de Biarritz.
Visitamos el Museo de la Mar, un oceanográfico, que ofrece una visita ideal para las familias. Encontraréis multitud de especies marinas como tiburones, focas y centenares de especies distintas de peces. En su parte inferior muestran enormes esqueletos de ballena a modo de homenaje al pasado ballenero de la población de Biarritz. El Museo de la Mar tuvo una apertura reciente y propone una vista moderna y curiosa al mundo marino.
El Hotel du Palais preside el horizonte de Biarritz y es la razón principal del por qué Biarritz es conocida en el mundo. Napoleon III, como regalo de bodas, construyó esta gran palacio a la emperatriz Eugenia a mediados del siglo XIX y puso la ciudad en el punto de mira de toda la aristocracia europea del momento.
El antiguo puerto de Biarritz contrasta con la opulencia de palacios y castillos de la nobleza y se presenta minúsculo, con barcas de pescadores apostadas a sus muros a la espera de partir al bravo Atlántico cuyas olas, hoy en día, son más queridas que temidas a razón de los surferos que se apostan ante la gran playa de Biarritz.
Comimos espléndidamente en el restaurante Café Jean. Se encuentra en la céntrica calle Rue des Halles y disfrutamos de unas tapas variadas de marisco, pescado y carne. No obstante, la elaboración de las tapas que tomamos daba entender un cierto estilo cercano a la nouvelle cuisine con toques vascos y franceses. No obstante, los precios no se disparan demasiado y podemos encontrar buenos menús a 15 euros.
Pista interesante: En la azotea del Hotel Radisson encontraréis unas vistas espectaculares de Biarritz. Aunque no os alojéis en el hotel, podéis subir, tomar unas copas, usar la piscina y disfrutar de unas espléndidas vistas a la Roca de la Virgen y al litoral costero de la ciudad.
Justo bajo el hotel descienden las escaleras que llevan al Boulevard du Prince de Galles. Os enamoraréis de las vistas a la Villa Belza que se alza con su estilo aristocrático frente al mar.
Muy chulo! Tenías que haberle dado al surf!.