El Tour de Francia es, sin lugar a dudas, la carrera ciclista más épica que existe en el mundo.
En mi memoria se quedaron grabadas a fuego aquellas gloriosas tardes de verano pegado al televisor, siendo aún un niño, para ver a los míticos Perico Delgado, Cabestany, Julián Gorospe, Nelson “Cacaíto” Rodríguez, Miguel Indurain, Greg Lemond, Laurent Fignon, Bernard Hinault, etc. Las etapas de montaña eran mis favoritas y durante tres semanas de verano sacrificaba mi venerada siesta para seguir el Tour.
Por eso, cuando recibí una invitación de los hoteles Ibis para asistir a una etapa del Tour, no me lo pensé dos veces y acepté.
Íbamos a vivir el Tour de Francia desde dentro, conociendo lo que era participar en la caravana del Tour hasta acabar en la línea de meta y ver la llegada de los ciclistas. La etapa elegida fue la del 14 de julio (día festivo en Francia). La salida tenía lugar en la ciudad de Montpellier y la llegada en el mítico puerto de categoría especial, el Mount Ventoux.
Además, el 14 de julio es festividad nacional en Francia y se esperaba una gran afluencia de público en la carretera. Doy fe de que fue así.
Tras un viaje largo en el que tuve que coger un tren de Alicante a Barcelona y otro de allí a Montpellier, llegamos a esta bella ciudad del sur de Francia con el tiempo y las fuerzas justas para cenar algo, pasear unos minutos por el centro y marcharnos a dormir. Lo poco que vi del centro de Montpellier me dejó con ganas de visitarla de nuevo.
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Llegando a la caravana del Tour de Francia
A la mañana siguiente salimos del hotel sobre las 8.45, tomamos un taxi y nos dejó en la zona de caravanas del Tour.
A pesar de tener un sueño atroz (soy incapaz de dormirme pronto cuando tengo 4 o 5 canales deportivos de calidad en cualquier hotel), cuando vi aquello, me desperté. Lo primero que me vino a la cabeza fue una expresión inglesa que se ha puesto muy de moda: “ What the f*ckkkk?!!!?!?”
Lo que veía ante mis ojos me recordaba más a mi experiencia en el Carnaval de Düsseldorf que a cualquier evento deportivo.
Una hilera sin fin de coches, furgonetas y carrozas se alineaba junto a la acera. Nada menos que 34 patrocinadores distintos la componían. Y eso no quiere decir que haya 34 vehículos. No. Cada patrocinador tiene una flota de varios vehículos de todo tipo, totalmente maqueados, en los que resalta el producto que comercializan. Así vi carrozas en forma de rueda, coches con barras de pan gigantes, gallinas, fuets y chorizos colgando de plataformas colocadas sobre Citroens 2 caballos a lunares, madalenas gigantes sobre ruedas, cojines de hoteles Ibis, botellas de lejía, helados gigantes, montañas con vacas… De todo.
Cada patrocinador tenía su equipo de música y lo tenían puesto al máximo volumen desde buena mañana. Ibis había elegido una buena batucada que animaba al personal desde la carroza principal y unas cuantas chicas preciosas que bailarían al ritmo de música dance mientras tiraban cojines hinchables al público.
Todas las músicas se entremezclaban y aquello me parecía lo más parecido a un festival musical de verano. Estuve a punto de preguntar dónde me podían poner la pulsera del festival y, por qué no, un par de copas de ron cola. No veía nada que me impidiera pensar que allí se podía liar parda.
La caravana se pone en marcha
Sobre las 9.30 de la mañana nos pusimos en marcha.
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La enorme comitiva pasó por la céntrica Plaza de la Comedia, a la que aún no habían llegado los ciclistas. La salida tendría lugar allí, un par de horas más tarde. La gente ya se agolpaba tras las vallas para poder ver a sus ídolos.
Al pasar nosotros, la muchedumbre saludaba y se agachaba a recoger los regalos que tiraban las chicas de los jeeps que nos precedían. Los coches no pasan de los 50 km/h en casi ningún momento del recorrido y muchas veces van bastante más lentos, por lo que tardamos un rato en salir de las calles de Montpellier.
Cuando por fin lo hicimos, nos adentramos en la campiña típica del sur de Francia. Grandes extensiones de viñedos se alternaban con pequeños pueblos de corte medieval. La cadena humana que se extendía a ambos lados de la carretera era prácticamente continua, variando sólo su grosor. En las zonas entre poblaciones tendía a ser más fina, para ensancharse de nuevo cuando atravesábamos áreas urbanizadas.
La emoción de la gente y los puertos de montaña
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Nunca imaginé que el Tour sería algo así. Sin duda, ahora entiendo por qué es la mejor carrera ciclista del mundo. Siempre lo será.
Lo pude ver en los rostros de la gente. Nosotros no éramos los ciclistas y nos recibían como imagino que recibieron a los libertadores aliados en la victoria de la Segunda Guerra Mundial. Felicidad y júbilo absoluto, sobre todo en los más pequeños. Cualquier gesto que tuviera, era acogido y devuelto por los espectadores multiplicado por diez. Y eso que nuestro coche no daba regalos, aunque más de uno me pidió que les diera el móvil. Tampoco iban a ganar mucho con ese presente.
A pesar del fuerte viento reinante, estuve con la ventanilla bajada casi todo el trayecto, sacando el brazo izquierdo, saludando, chocando palmas y sonriendo a todo el mundo. No tenía que forzar el gesto para nada. Yo estaba disfrutando más que ellos. Los espectadores emanaban una energía positiva que te contagiaba al instante.
La cosa se multiplicaba cuando la carretera repuntaba un poco. La gente sabe que los corredores van más lentos en esas zonas y son perfectas para poder verlos mejor. En las rampas se acumulaba un gran número de personas con banderas de multitud de países. Vi las de Colombia, muchísimas de Bélgica, España, Dinamarca, Noruega, Australia, Eslovaquia, Reino Unido, Italia y, bueno, alguna francesa creo que también había.
Al final… No vimos a Froome corriendo sin bicicleta
Y entonces llegó el viento… Bueno, en realidad, había estado presente todo el día.
La dirección del Tour ya había decidido acortar la etapa en 6 km. El viento esperado en la cima del Mount Ventoux fue el causante de tal medida. Lo sabíamos cuando partimos de Montpellier.
Lo que no sabíamos era que, a la altura del pueblo de Bedouin, los gendarmes nos iban a obligar a desviarnos hacia la izquierda para sacarnos del recorrido oficial, perdiendo toda posibilidad de llegar a la línea de meta para ver a los ciclistas.
La mala suerte residió en que no lo hicieron con todos los vehículos de la caravana, sino sólo con los que tenían cosas en el techo que podían destrozarse por el potente viento durante la subida al puerto de montaña. Una auténtica decepción.
Aftermath… Tengo que comprar un fuet de Cochonut
De los 34 patrocinadores que formaban la caravana de tintes carnavalescos que se prolongaba durante 11 km, destacó uno: Cochonut.
Esta empresa francesa de productos cárnicos decidió poner unos cuantos Citroen 2 caballos desde los que tiraban bolsitas con pequeños fuets al personal apostado a ambos lados de la carretera. Nosotros los teníamos justo detrás y su avistamiento era celebrado por el público como si Francia hubiera ganado la Euro o apareciera el pelotón del Tour. Una locura. Si no oí gritar el nombre de Cochonut 500 veces, no lo oí ninguna. Como dirían los franceses: incroyable.
Creo que el año que viene pediré a los dirigentes de Cochonut que me dejen subirme a uno de sus coches. Ni los Reyes Magos se sienten tan plenos en sus cabalgatas.
El Tour es una FIESTA. Así, con mayúsculas. Un evento que trasciende el ámbito deportivo y adquiere tintes de celebración internacional. Una experiencia que aconsejo a todo el mundo, sea o no seguidor del deporte de la bicicleta. Yo repetiré ¡Seguro que la próxima vez, hasta veo algún ciclista del pelotón! Entonces ya será insuperable.
Que suerte tuviste, a mi me encanta el tour. Y además haciendo lo que hacen con el tema organizativo, caravana publicitaría y demás. Hace que sea muy muy chulo todo el entramado.
Yo, soy escritor , deseo asistir al Tour 2018. Estoy en Colombia. pueden orientarme, contactarme. Gracias emiliosanchezalsina@hotmail.com
Hola Natalia y Laura, igual soy Colombiano y quiero ir en grupo! mi correo es juanmcs3@gmail.com. Yo salgo desde Barcelona!
Hola David, me podrías ayudar a conectar con Laura… también soy colombiana y pienso ir a ver algunas etapas del tour, estoy viendo que no es tan sencillo llegar en transporte publico a ciertos sitios de montaña… algún consejo?
muchas gracias
Hola, Laura!
Qué bueno tenerte como lectora todos estos años! Se agradece muchísimo el apoyo y son las cosas que nos motivan! En cuanto al Tour, no tienes más que ver el recorrido del año y elegir qué etapa quieres ver. Las más espectaculares, siempre, son las de montaña y, personalmente, me encantó la de Mount Ventoux. Solo tienes que llegar con mucho tiempo al punto en el que quieras verles pasar (las rampas es el mejor punto) y esperar. El Tour es una fiesta y la espera se hará llevadera. Así que lleva comida, bebida y ve con gente (o la encontrarás allí) y a disfrutar del ambiente! Abrazo!
David! Soy fan de este blog desde hace 4 años que comencé a viajar por Europa. Soy colombiana y ahora me encuentro de nuevo en Europa con muchas ganas de escaparme a ver una etapa de montaña del Tour de France 2018. No sé si más allá de viajar con los patrocinadores, tengas alguna otra forma que recomiendes al viajero común de unirse a una de las etapas, claro está que si sabes de alguna caravana que quiera vivir mi pasión colombiana sólo házmelo haber hahaha!