La región de Istria comprende una serie de pueblecitos costeros que ofrecen buenos planes para excursiones diarias, relajarse, disfrutar de la naturaleza y profundizar en el conocimiento de la historia del Viejo Continente.
Rovinj cuenta tan sólo con unos 15.000 habitantes y fue edificada sobre una isla por tribus anteriores a la dominación romana. No fue hasta 1763 que se rellenó con tierra la estrecha franja de mar que la separaba de la costa y pasó a formar parte de la parte continental de Istria. Al igual que su vecina Pula, ofrece una gran riqueza histórica debido a las ocupaciones por parte de romanos, bizantinos, venecianos, franceses y austríacos.
Nosotros tomamos el bus desde Pula -nuestra base durante nuestra escapada a Istria- y nos plantamos en la ciudad en menos de tres cuartos de hora. Podéis comprar los billetes en la estación de autobuses de Pula el mismo día en que queráis ir y os saldrán por unos 10 euros -66 Kunas- ida y vuelta.
El día salió bastante dublinés -nublado- pero al menos no nos llovió y no pasamos calor mientras pateábamos las calles del pueblo. Vamos, que quien no se consuela es porque no quiere. Tras caminar unos metros siguiendo a la muchedumbre cual ovejas encontramos el paseo del puerto.
Era el día de las fiestas de Rovinj -16 de Septiembre-, pero si queréis que os diga la verdad, esperaba algo más de ambiente. El pueblo estaba bastante lleno de turistas pero el programa de actos era bastante pobre: un par de misas, competiciones deportivas -que no vimos porque eran pronto por la mañana-y tenían montado un escenario que no fue utilizado más que por unos cantantes croatas realmente malos.
El casco histórico se puede visitar en mediodía yendo a paso tranquilo, siendo la iglesia de Santa Eufemia -de estilo veneciano de principios del XVIII- el punto en el que todos los visitantes suelen acabar su recorrido. Nosotros nos dedicamos a caminar a paso lento por la línea de costa y sus callejuelas peatonales intentando aislarnos un poco de la multitud de gente que se paraba en cada tienda de souvenirs, cafeterías o restaurantes. Tras comer en un puesto al aire libre unas típicas salchichitas -que allí llaman cepavice– y sardinas, visitamos el arco más famoso de la ciudad el Archi dei Balbi –que data del 1300- y la Iglesia de la Santísima Trinidad, del siglo XIII.
Una de las cosas que puedes hacer, si hace un buen día y dispones de tiempo, es coger algunos de los barcos que salen del puerto de la ciudad y te llevan a dar una vuelta por las islas de Brijuni -a las que se puede también acceder desde el puerto de Pula-, pudiendo admirar la belleza de las islas y los diferentes azules que ofrece el adriático.
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Pasamos un día entretenido en Rovinj, pero nos pareció demasiado turístico -no en vano, es la principal fuente de ingresos de la ciudad con más renta per cápita de toda Croacia- y nada auténtico a pesar de la historia que tiene el lugar. Nos habría gustado verlo hace una o dos décadas.